Opinión

La universidad, una responsabilidad urgente

Sobre el futuro del alma mater se han hecho, con el paso del tiempo, varias reflexiones: desde Humboldt, Nietzsche, Newman, Karl Jaspers, MacIntyre, George Steiner… por mencionar algunos; los grandes hombres de cultura preocupándose por preservar y heredar a las nuevas generaciones un espacio para ennoblecer el alma. Este espacio ha sido, por muchas décadas, la universitas.

La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio.

La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio.

Sin embargo, en los últimos años, asistimos a un proceso de transformación de este espacio en una corporación, el profesor universitario siendo totalmente confundido y atrapado entre la labor que es la enseñanza, la investigación y la gestión de esta “nueva empresa” llamada universidad. Si algunos se adaptaron sin cuestionar las nuevas tendencias; otros no dejamos de tener una mirada crítica hacia estos procesos de cambio que no es nada positivo.

Si bien hay algunos puntos que se pueden valorar (y creo que son muy pocos); hay otros que son corrosivos, abriendo un camino sin regreso hacia el declive de este espacio con siglos de tradición. Asistimos todos, a una mutación de la vida académica, a un empobrecimiento cultural, a la subordinación de la vida del espíritu a unos mecanismos burocráticos sin sentido. Las universidades se ven así cada vez más estancadas en paradigmas o misiones para servir a ciertas ideologías; todo tiene que encajar en ciertos parámetros, olvidándose que una universidad debería representar la educación intelectual y cultural, el pilar de la civilización y de la sociedad. George Steiner decía con mucha razón que: “Las instituciones que buscan levantarse sobre raíces monetarias o ideológicas están en el peligro de sacrificar su propia sustancia”.

En la vida académica, como bien sabemos, lo más importante deben ser los años de experiencia que un profesor o un investigador tienen, años que reflejan un trabajo dedicado y cualitativo, además de una vocación. Pero, desafortunadamente, se busca más “el impacto”, la “utilidad”, olvidándose totalmente que hay saberes que deben seguir siendo inútiles: la filosofía, la literatura, el arte…son saberes inútiles desde un punto de vista pragmático y utilitario y, por lo mismo, los programas escolares y las instituciones las borran de sus programas.

Esto da lugar a lo que el profesor y filósofo italiano, Nuccio Ordine llama: “la universidad empresa y los estudiantes clientes”, generando unos “efectos catastróficos que la lógica del beneficio ha producido en el mundo de la enseñanza”. A esto se añaden recortes financieros dedicados a la enseñanza y a la investigación, más las ideologías imperantes que se apoderaron de estos espacios, sin considerar el impacto negativo de todo esto sobre la calidad de la enseñanza y también sobre los académicos. Al profesor se le impone una cierta línea que seguir; se le exige bajar el nivel de exigencia, hacer su enseñanza “agradable” ya que los estudiantes no son unos jóvenes que necesitan formación, sino “clientes” que se tienen que satisfacer. Así el “cliente” viene y exige; y el profesor tiene que obedecer a las imposiciones institucionales de “preservar al cliente”. Esto es un problema real y general.

Por otro lado, considerando el nivel de investigación que las universidades exigen, la situación tampoco es muy buena. El investigador -que es un profesional con una formación especial, con un un conocimiento profundo en un área de estudio, pero también con vocación y visión al futuro- se ve limitado en su labor creativa por varios problemas: fuera de tener que publicar artículos académicos especializados, libros, impartir conferencias y participar en varios foros, a esto se añade la labor de impartir clases, o de administrar programas, proyectos, etcétera. Se trata de una labor compleja que requiere de un apoyo por parte de las instituciones: un apoyo moral pero también económico reflejado en algún tipo de estímulo que no todas las universidades consideran. A esto se añade el hecho de que, muchas veces, las condiciones laborales de un investigador son limitadas ya que a toda la labor mencionada anteriormente. Esto hace que “los profesores se transforman cada vez más en modestos burócratas. Pasan sus jornadas llenando expedientes, produciendo informes, intentando cuadrar las cuentas de presupuesto cada vez más magros; preparando proyectos para recibir miseras ayudas (…) Las escuelas y las universidades no pueden manejarse como empresas”, como afirma el mismo Nuccio Ordine.

Atrapados en todas estas labores, los académicos están viviendo una crisis, ya que están forzados a llevar a cabo varias labores a la vez, para satisfacer las tendencias de moda y cumplir con diferentes exigencias que determina también un cierto tipo de competencia y aislamiento.

Todo esto me hace pensar que las universidades han dejado de ser espacios de vínculos, de convivencias, de hermandades, de colaboración, transformándose corporaciones enfocadas demasiado a las exigencias sociales, económicas, al “cliente”, olvidando totalmente del alcance de la sabiduría.

La universitas se ha transformado así en un espacio cada vez más vacío que trata de llenarse con ideologías progresistas de todo tipo; espacios donde la cultura, la vida del espíritu, la creatividad, y la figura del gran maestro ya no tienen lugar. Un académico deja de ser un hombre dedicado a la vida del espíritu, a la creación de ideas y al proceso de ennoblecer el alma del alumno; y tiene que llevar a cabo labores de impacto social…Insisto: si bien hay ámbitos en el cual el impacto social se puede reflejar y pienso en las ciencias, por otro lado, hay saberes que no se pueden prestar a este tipo de actividades.

Esto me hace pensar que hay una necesidad imperante de repensar la posición de la universidad en la sociedad, de repensar su futuro si queremos que esta institución tenga una continuidad en el tiempo. Es verdad que, desde sus inicios, hace varios siglos atrás, hasta la fecha, la universidad ha pasado por varios cambios, adaptándose a las necesidades de los tiempos. Y así tiene que ser. Pero tenemos que ser muy cuidadosos y responsables para no perder su espíritu dentro de los parámetros ideológicos, utilitarios y mercantiles. La universidad no puede funcionar como empresa, y creo que esto puede ser un buen punto para empezar reflexionar sobre qué significa realmente hoy en día la universidad.

Pienso que no se pueden ignorar los problemas con los cuales nos enfrentamos como sociedad, por lo que la universidad debe integrar en su modus vivendi estos problemas, así como enfocarse en considerar las necesidades de las generaciones que vienen; pero tiene que evitar la mercantilización total de la enseñanza; tiene que apoyar a los profesores y los investigadores, tratándolos con dignidad y respeto; tiene que salir del esquema empresarial, porque sí no, el final está muy cerca.

Seguramente hay soluciones… pero es cosa de voluntad y de comprender que una sociedad que no invierte en la investigación y en la educación está condenada al retroceso. Lo que hace falta es un compromiso por parte de las instituciones educativas de tener visión al futuro y no ceguera limitada a la mera ganancia económica a corto plazo. Las universidades que van a sobrevivir son las que van a invertir en investigación, son las que lucharán por preservar lo clásico en lo contemporáneo, son los que preservarán la tradición no como algo empolvado sino como un punto de partida y apoyo para comprender el futuro; son las que tratarán con respeto y confianza a sus académicos y profesores y, por lo mismo, ofrecerán una calidad académica a sus alumnos.