No es infrecuente ver en el gimnasio a una persona haciendo ejercicio intenso, con muy buena condición física, pero con una relación peso talla que claramente lo pone en el rango de sobre peso o inclusive obesidad. Y nos preguntamos ¿Qué tan sana o no estará esa persona? La repuesta no puede derivarse simplemente del índice de masa corporal (IMC). Se requiere de un análisis cuidadoso en relación con la cantidad y localización del tejido adiposo que tenga.
El IMC es la relación que existe entre el peso y la talla. Se obtiene al dividir el peso sobre el cuadrado de la talla en metros. Por ejemplo, en un individuo que mida 1.70 metros, el cuadrado de eso es 2.89, por lo que, si pesa 60, 70, 80 o 90 kilos, el IMC será de 20.7, 24.22, 27.6 o 31.14, respectivamente. De acuerdo con el IMC, decimos que por debajo de 18.5 es desnutrición, de 18.5 a 24.9 es normal, entre 25 y 30 es sobrepeso y por arriba de 30 es obesidad.
Este índice fue originalmente propuesto por un astrónomo belga del siglo XIX llamado Adolphe Quetelet que lo generó utilizando población europea adulta, mayoritariamente de raza blanca y se conoció por muchos años como el índice de Quetelet, hasta en 1972 en que Keys y colaboradores en un artículo del Journal of Chronic Disease (doi.org/10.1016/0021-9681(72)90027-6) lo rebautizaron como Índice de Masa Corporal. Dada su facilidad de obtención, es un índice que se ha utilizado por años para definir la presencia de sobre peso u obesidad en la población. Sin embargo, si bien es muy útil para estudios poblacionales, no tiene traducción cuando se trata del nivel individual, ni tampoco es útil en ciertos rangos para predecir el efecto que tenga el sobrepeso u obesidad sobre la mortalidad.
Un artículo recientemente publicado en PLoS One (doi.org/10.1371/journal.pone.0287218) muestra los resultados de un estudio realizado en Estados Unidos en el que se analizó la mortalidad de una población de 554,332 adultos (edad promedio 46, 50% mujeres, 69 % blancos) en relación con el IMC. El seguimiento promedio fue de nueve años, con algunos casos hasta de 20 años. Hubo 75,807 muertes de todas las causas. Los resultados muestran que, si consideramos como riesgo relativo de 1.0 en la población con IMC de 22.5 a 24.9, el riesgo relativo de muerte fue de: 1.9 para la población con <18.5; 1.37 para la de 18.6 a 19.9; 1.17 para la de 20 a 22.4; 0.96 para el grupo de 25 a 27.4; 0.95 para la de 27.5 a 29.9; 1.07 para la de 30 a 34.9; 1.29 para la de 35 a 39.9 y 1.75 para la de >40.
Estos datos sugieren que el efecto que tenga el IMC sobre la mortalidad solo se ve en los extremos, ya sea en desnutrición grave o en obesidad mórbida. La mortalidad en los sujetos clasificados como con sobrepeso, e inclusive con cierta obesidad, no es diferente que en aquellos considerados como normales. Esto no quiere decir que la obesidad no tenga efecto sobre la mortalidad. Quiere decir que el IMC no sirve para predecir mortalidad, excepto en los extremos.
A nivel individual, para el diagnóstico y manejo de la obesidad no basta con el IMC. La consideración de edad, sexo y raza se debe tomar en cuenta. Es conveniente determinar la cantidad de grasa que se tenga y en donde está. El tejido graso que se localiza dentro del abdomen es el que se considera como asociado a complicaciones metabólicas, mientras que la grasa subcutánea puede no serlo tanto. Si el lector está interesado en bajar de peso, es conveniente hacerlo con la guía de un experto, que analice con cuidado el caso y ayude a fijar los parámetros a medir y metas realistas para evitar la frustración.
Dr. Gerardo Gamba
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e
Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM
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