Opinión

Verbo y realidad

Laurent Binet en su novela La séptima función del lenguaje, narra una historia de enredos muy divertida acerca de la muerte del semiólogo y lingüista francés Roland Barthes. En la vida real Barthes murió atropellado por una camioneta frente a La Sorbona en marzo de 1980 cuando se dirigía a impartir su cátedra. A partir de este hecho accidental Binet construye la parodia en la que intenta demostrar que aquello no fue un accidente y que lo que realmente sucedió fue un complot para asesinarlo. En la fantasía de la novela el motivo del crimen se explica porque el estudioso había descubierto la séptima función del lenguaje, lo que se consideraba como algo terrible para la vida en sociedad. El lingüista ruso Roman Jakobson había establecido que el lenguaje cumple con seis cometidos o funciones: intenta apelar o inducir la conducta del oyente; es referencial, denotativo y simbólico; es emotivo y expresivo; tiene un aspecto poético o estético; sirve para la comunicación y el contacto social; y, lo usamos para comprender y explicar al lenguaje mismo. Pues bien, Barthes había descubierto una más: que el lenguaje tiene también una función mágica, que consiste en que lo que se dice se convierte en realidad. Este conocimiento en manos de políticos sin escrúpulos, deseosos de controlar y manipular a los ciudadanos podría ser muy perjudicial. Aquí el origen del complot para poner fin a su vida.

La embestida mortal fue facilitada por la actitud descuidada del lingüista al caminar. “Roland Barthes aprieta el paso sin percatarse de nada de cuanto lo rodea… No hay duda de que no ve ni los árboles, ni las aceras ni los escaparates, ni los coches del boulevard Saint-Germain, que se conoce de memoria. Ya no está en Japón. No siente la mordedura del frío. Apenas si oye los ruidos de la calle. Aquello parece la alegoría de la caverna pero al revés: el mundo de las ideas en que él está encerrado oscurece su percepción del mundo sensorial. A su alrededor no ve más que sombras”. Y luego, ¡zas!, es atropellado.

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La séptima función del lenguaje cuyo descubrimiento el narrador atribuye a Barthes era, sin embargo, ya conocida por la mitología hebrea. El relato de la creación consignado en el Génesis es precisamente eso. Dios creó al mundo con la magia de su palabra. La forma de la creación consignada en la Biblia es única, distinta, en ese aspecto, a la que se narra en los mitos creacionistas del resto de las principales mitologías. En Egipto o Grecia, por ejemplo, la unión de las parejas de un dios y una diosa primigenios engendran toda su descendencia. En Mesopotamia el mundo se crea a partir de los restos de una diosa descuartizada, Tiamat. Entre los aztecas también la creación surge del desmembramiento de la diosa Coyolxauhqui. Sólo en la religión judía antes de todo lo que existió fue el verbo y el verbo se hizo realidad.

Crear un ser es nombrarlo sostiene George Steiner en su libro Gramáticas de la creación. “Desde el punto de vista hebraico, la creación es retórica, literalmente un acto del habla” El lenguaje crea a la realidad y lo que no se nombra no existe.

La literatura también crea realidades con la palabra, pero éstas son ficción y todos las asumimos como tal. Mario Vargas Llosa escribió, en la introducción a su libro La verdad de las mentiras, una reflexión de lo que significan las mentiras narradas en la literatura. “En efecto, las novelas mienten – no pueden hacer otra cosa- pero esa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es”. La ficción sirve al escritor para expresar con libertad todo lo que lleva dentro.

Mario Vargas Llosa en una fotografía de archivo

Mario Vargas Llosa en una fotografía de archivo

Cuartoscuro

Para el pensamiento religioso la realidad que se creó con la palabra, si está escrita en un libro sagrado o si viene de un predicador aceptado, merece ser atendida sin cuestionamiento alguno. Lo dicho ahí es verdad absoluta y debe ser creído sin duda alguna. En eso consiste la fe religiosa. Pensar que la palabra crea realidades tangibles está en el origen de la oración y los conjuros que los creyentes rezan a menudo. Se le pide a la divinidad un favor, evitar un daño, una enfermedad, sortear un peligro pronunciando repetidamente las palabras adecuadas.

La actitud científica lleva, por el contrario, a poner en duda la existencia de cualquier enunciado. Antes de considerar algo como verdadero o falso, debe ser sometido a la prueba de la realidad, a la experimentación, a la correcta identificación de la relación causa-efecto.

La vida real no es una novela y los ciudadanos no son feligreses de una iglesia obligados a tener fe. Sin embargo, en la era moderna abundan los líderes políticos que abusan de la “séptima función del lenguaje”. Intentan crear realidades alternativas con un discurso de mentiras. Los mensajes de los populistas están llenos de frases simples o slogans que se repiten como mantras porque aspiran a convertirse en verdad. Intuyen que los ciudadanos raramente se toman la molestia de contrastar sus dichos con la realidad. La demagogia rinde sus frutos en terreno de creyentes. Es frecuente que estos liderazgos hagan explícitos también su conexión con el pensamiento religioso. I am the chosen one (soy el elegido, el mesías) repetía Donald Trump a sus seguidores.

Para estos líderes entre más cuestionado está su trabajo de gobierno más sienten la necesidad de decir, de vocalizar. Doblan la apuesta verbal. Aprietan el paso sin percatarse de nada de cuanto los rodea, no ven los árboles, ni las aceras, ni los escaparates. No sienten el frío ni oyen los ruidos de la calle. Viven absortos en su propia ficción, en un mundo irreal creado y recreado diariamente en el discurso. Desdeñan al pensamiento crítico y científico, el cual, sin embargo, tarde o temprano los terminará arrollando.