
Lo que ocurrió con la venta de boletos para Bad Bunny en México no fue una simple respuesta a la gira DeBÍ TiRAR MáS FOToS World Tour. Fue la expresión de una necesidad colectiva de formar parte de algo que no es solo entretenimiento: es una economía del deseo. Un rito colectivo. Un fenómeno cultural que ya desborda al reguetón y que es blanco de críticas.
Más de 1.24 millones de personas se formaron virtualmente para intentar conseguir boletos para una de las ocho fechas en el Estadio GNP. La demanda superó quince veces la capacidad del recinto: el artista puertorriqueño tendría que presentarse 120 noches consecutivas para cubrir las expectativas, según estimaciones de Ticketmaster.
Los precios, que iban de $1,203 hasta más de $12,000 pesos, no fueron un freno para sus fans, 66% de los cuales son mujeres.
Bad Bunny: el bullying a los fans que buscan boletos para sus conciertos en México
En la era de la precariedad, la ansiedad compartida y el desencanto con las instituciones, hay artistas que se convierten en referentes afectivos. Y en el caso de Benito Antonio Martínez Ocasio, nombre real del “Conejo Malo”, ese papel lo cumple con una potencia que ya no sorprende, pero sí incomoda a miles de detractores que catalogan su música como “basura”.
La figura del intérprete de Me porto bonito despierta pasiones y a la par una virulencia inusitada en sus detractores. Buena parte de ese rechazo no proviene de un análisis serio de su música, está marcado por un profundo prejuicio cultural: el reguetón continúa siendo estigmatizado como un género “inferior”, asociado a lo vulgar, lo banal y lo sexual.
En este entorno, quienes disfrutan de su propuesta artística —mayoritariamente juventudes— se convierten en blanco de burlas, desprecios y discursos condescendientes que esconden clasismo, racismo y una resistencia conservadora frente a las nuevas formas de expresión popular. No es solo Bad Bunny el que se cuestiona; se ridiculiza a quienes lo escuchan. Se les trata con paternalismo, como si necesitaran una “corrección” cultural.
“Me gusta mucho Bad Bunny y muchos de mis familiares se burlan de mí, haciendo comentarios que para ellos son graciosos, pero a mí me ofenden porque no respetan mi identidad. Piensan que el reguetón es para ‘chamacos mecos’”, contó Daniel, quien al final no consiguió boletos para el concierto en el Estadio GNP.
Esta actitud se transforma en una forma de bullying social que pretende invalidar los gustos e identidades de miles de jóvenes, negando el valor político y emocional de un artista que, lejos de esconderse, hizo de su música un espacio de visibilidad, crítica y liberación.
Bad Bunny en México
Muchas personas que acompañaron a sus parejas, hijos o nietos al concierto en el Estadio Azteca en 2022 coincidieron en que, en vivo, no se entienden del todo las letras del cantante puertorriqueño. Pero sorprendió que el lenguaje es perfectamente comprendido por sus fans, que cantaron de principio a fin cada canción, lo cual terminó por apagar las críticas de sus acompañantes.
En México, la figura del artista puertoriqueño también es un espejo de ciertas contradicciones. A pesar de ser uno de los artistas más escuchados en el país, su presencia sigue generando rechazo. Lo que molesta a algunos no es el ritmo —ya normalizado incluso en spots y campañas políticas—, es el contenido que propone: deseo sin culpa, placer desde los márgenes, cuerpos que se expresan sin pedir permiso.
En un país donde la represión del deseo femenino, la homofobia y el machismo cotidiano siguen dictando lo “aceptable”, el perreo libre, sudado y sensual se convierte en materia de acoso cibernético y blanco de memes.
¿La música de Bad Bunny es machista?
Bad Bunny no recurre al morbo fácil ni al cliché del macho dominante. Es ahí donde se vuelve peligroso para el statu quo. Su propuesta musical y estética desmonta la masculinidad hegemónica sin necesidad de discursos explícitos. Lo hace desde el cuerpo, lo visual, el ritmo. Se pinta las uñas, usa faldas, canta sobre el desamor con vulnerabilidad y habla de sexo con ternura. Su figura representa un cambio de paradigma: muestra que se puede hablar de deseo y erotismo sin replicar la lógica patriarcal.
El intérprete celebra el placer de ellas en muchas de sus canciones. El enfoque emocional desarma los códigos del reguetón clásico y redefine el lenguaje del deseo en la música urbana. El cuerpo sigue siendo central, pero no como objeto de consumo.
Bad Bunny: un fenómeno cultural
Que el 66% de quienes compraron boletos para Bad Bunny sean mujeres no es casualidad. Es evidencia de quiénes están dispuestas a apropiarse del espacio público, de la pista de baile, del derecho a sentir y a expresarse sin filtros.
Su música es la banda sonora de quienes ya no se disculpan por lo que desean ni por cómo se ven. Por eso incomoda tanto, como lo hizo el rock en su momento. Porque donde otros ofrecen evasión, él propone afirmación. Porque en una cultura donde la masculinidad aún define las normas, Bad Bunny es la excepción que se convierte en regla. El avatar de una generación que se rehúsa a ser domesticada. Sí, es reguetón. Y sí, también es historia que contar.