El desarrollo de la ciencia nacional a partir de la guerra de Independencia no fue el más favorable; las convulsiones de los cambios que vendrían franqueó la continuidad que se había generado durante la Colonia. Sin embargo, el pensamiento ilustrado de varios actores políticos, como de los científicos que sentaría las bases las últimas décadas, en este periodo permitió no sólo concebir la educación como herramienta insoslayable para los intereses de la nueva República, sino además cimentar los antecedentes de una ciencia moderna.
“El desfasamiento en la investigación científica respecto a otras regiones del planeta, que había sido en gran medida eliminado en los últimos 30 años de vida colonial, empezó a percibirse nuevamente desde la segunda década del siglo XIX y ya no sería superado hasta nuestros días”, apunta el historiador de El Colegio de México, Elías Trabulse, en su libro Historia de la Ciencia en México (FCE-Conacyt, 1983).
Los esfuerzos por impulsar la ciencia y la educación a través de institutos universitarios y colegios fueron notables, aunque no del todo fructíferos. Las instituciones legadas por la Colonia perduraban, como el Seminario de Minería y el Colegio de Cirugía (posteriormente de Medicina) pero cayeron en postración durante muchos años; por otra parte, la Real y Pontificia Universidad de México fue cerrada en cuatro ocasiones desde 1833.
Pero ante los pensamientos progresistas de personajes como el político, historiador y botánico Lucas Alamán —quien sostenía sin más que la educación dependía la prosperidad del país, además de expresar que sin ésta no sería posible la libertad— y el esfuerzo independiente de varios científicos más se logró no hacer de la primera mitad del siglo XIX un periodo de estancamiento total. El propio Lucas Alamán fue el gestor de la primera colección de especies botánicas. A la cual se sumarían otros botánicos.
En botánica y en zoología el nombre de Pablo de la Llave destaca durante las primeras décadas de vida independiente, quien junto con Martínez de Lejarza publica en 1824 el primer compilado de taxonomía botánica del país. Director del entonces Museo Nacional de Historia Natural de México, describe numerosas especies de aves como el colibrí de vientre gris Amazilia tzacatl y el mucho más famoso Pharomachrus mocinno, quetzal, nuevo a la vista de ojos europeos.
En química resalta el nombre del doctor Leopoldo Río de la Loza, quien fue un ingeniero especializado que destacó por su labor durante la epidemia de cólera en 1833, y por el descubrimiento del ácido pipitzahoico, contenido en ciertos vegetales.
Destacan a su vez nombres como Mariano Bárcena, Rafael Montes de Ocay Alfredo Dugès, en la taxonomía de especies animales y vegetales, así como Francisco Díaz Covarrubias y sus observaciones de los tránsitos del planeta Venus.
Aunque en el país ya existía una estructura en el ramo de la medicina, no sería sino hasta 1833, con la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas, que se constituiría de forma permanente un cuerpo de profesores e investigadores.
No obstante las aportaciones de varios mexicanos ilustres, como Pedro Escobedo, considerado como fundador de la cirugía mexicana moderna al fundar la Escuela de Medicina.
Por su parte, otros médicos como Manuel Carpio, quien fue propagandista del método experimental, y Miguel Jiménez, quien entre otros trabajos propuso el método de punción en vez de la incisión quirúrgica, destacaron por sus contribuciones.
Otra de las instituciones legadas del periodo virreinal fue el Colegio de Minas —como recoge Historia de la Ciencia en México (FCE/Conaculta, 2010) coordinado por Ruy Peréz Tamayo—, que estuvo en riesgo de cerrar o cambiar de denominación.
Empero, después de la consumación de la Independencia predominó su relevancia dado que el país se mantenía como productor minero; también se estableció la conveniencia de enseñar en éste otras ramas del conocimiento, como la física, química y matemáticas además de la minerología.
En ésta última disciplina destacó el trabajo de Andrés del Río, cuyos primeros descubrimientos fueron publicados en Filadelfia en 1832, texto que posteriormente sería imprescindible en la institución.
El más importante logro de El Colegio de Minas, refieren Carlos Viesca y José Sanfilippo en el libro citado, fue la preparación de ingenieros y topógrafos que llevarían a cabo la inmensa obra de establecer la geografía del territorio del país y deslindarlo de las naciones limítrofes. De este último serían de relevancia el “Atlas” de Guadaupe Victoria y la geografía del “Seno Mexicano”.
Con otros avances del conocimiento de la naciente república, la ciencia desarrollada por estos personajes no se varía reforzada institucionalmente sino hasta que el presidente Benito Juárez promulgara la Ley Orgánica de Instrucción Pública después de 1867, la cual fue elaborada por Gabino Barreda y Francisco Díaz Covarrubias, siguiendo los lineamientos y esquemas de la filosofía positivista.
Elías Trabulse apunta que el decreto legislativo creaba varias instituciones y reorganizaba otras, entre éstas la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Medicina, Ingeniería, Naturistas y el Jardín Botánico. También se creaba el Observatorio Astronómico Nacional y la Academia Nacional de Ciencias y Literatura.
Bajo el Positivismo, indica el investigador de El Colegio de México, se sentarían las bases para el desarrollo de la ciencia contemporánea del país y la creación de nuevas instituciones científicas y pedagógicas del nivel superior, entre estas la Universidad Nacional.
Ya en 1877 con Porfirio Díaz en la Presidencia, hubo un crecimiento cualitativo y cuantitativo de la ciencia nacional, donde resaltaron la meteorología, geografía y geología en la primera década. Se crearon el Instituto Geológico y el Instituto Medico Nacional.
Hubo una continua actualización del conocimiento y teorías como las de la evolución darwiniana, electromagnetismo y geología, entre otras, fueron difundidas. Sin embargo, tal avance no fue exactamente concebido como un proyecto de desarrollo nacional, sino una herramienta política más.
“Díaz no era partidario ni enemigo de las ciencias (…) o de sus practicantes; lo que buscaba era que tuvieran un efecto político, que contribuyeran a la gobernabilidad del país tal como él la entendía”, afirma Juan José Saldaña en Historia (Tamayo, 2010).
No obstante, la educación y el conocimiento se convertirían en política y no conducto político en la primera década del nuevo siglo, momento para el cual Díaz contaría con el “Maestro de América”, Justo Sierra, principal impulsor de la Universidad Nacional.
UNAM CENTENARIA. En el marco del Centenario de la Independencia, La Universidad Nacional de México fue fundada por Justo Sierra, tan sólo un par de meses después del inicio del movimiento revolucionario de Madero.
Fue entonces cuando en septiembre de 1910 la educación media superior y superior mexicana se reorganizaron y vigorizaron en Universidad, que reuniría escuelas nacionales fundadas a lo largo del siglo XIX: Preparatoria, Jurisprudencia, Medicina, Ingenieros, Bellas Artes y a la recién creada Escuela de Altos Estudios.
No obstante, no habría momentos importantes para la ciencia nacional de parte de la refundada Universidad sino hasta 1929, año para el cual adquiría su autonomía. Durante el periodo vasconcelista no hubo aportaciones sustanciales, los institutos incorporados a la Universidad se encontraban desarticulados y lejos de la cátedra y la investigación.
“El retorno de la ciencia a la Universidad se inició con la Ley Orgánica de 1929, que incorporó a la institución tres estructuras (además del Instituto de Biología): Biblioteca Nacional, Observatorio Astronómico e Instituto de Geología. La investigación científica empezó a formar parte de las funciones universitarias al mismo tiempo que la estructura de la institución se consolidaba (...)”, refiere Ruy Pérez Tamayo —uno de los científicos imprescindibles en la medicina e investigación clínica, así como impulsor de la ciencia y su divulgación— en Historia (Tamayo, 2010)
A partir de ese momento, se constituyeron grupos disciplinarios alrededor de temas importantes y, ya con su Ley Orgánica, se da paso al origen del actual subsistema de investigación, el cual ha crecido hasta nuestros días.
A finales de los años trenita y finales de los cuarenta, se crean institutos de investigación en física, química, matemáticas, geología, médico-biológicas así como la Facultad de Ciencias. El crecimiento y desarrollo de estas instituciones tuvo su auge con la mudanza de la UNAM a sus instalaciones de Ciudad Universitaria en 1954, que no detendría su crecimiento hasta nuestros días.
Por otra parte, la astronomía nacional tuvo un impulso con el Observatorio Astronómico Nacional, que paso a cargo de la UNAM en 1929. Después de pasar por el Castillo de Chapultepec, Tacubaya y Tonanzintla, llegaría a San Pedro Mártir y sería inaugurado oficialmente en 1979 después de la construcción de sus primeros telescopios.
Configurado por 29 institutos y centros en todas las áreas en todo el país, así como por su sistema de facultades y escuelas, la UNAM produce alrededor del 40 por ciento de la investigación científica del país. “Ha representado para México el surgimiento de grupos consolidados que han y una escuela de pensamiento científico que ha permeado todo el país”, apunta Carlos Arámburo de la Hoz, coordinador de la Investigación Científica de la máxima casa de estudios.
Por mencionar algunos universitarios destacados para la ciencia nacional se encuentra Marcos Moshinsky, quien además de fundar la física teórica en el país, además del Instituto de Física, realizó aportaciones imprescindibles al conocimiento universal. El científico sería galardonado con el Premio Príncipe de Asturias en ciencia y tecnología.
José Sarukhán Kermez, uno de los científicos más destacados de Latinoamérica en ecología, ha sido además uno de los mayores impulsores de la ciencia nacional y conservación de la biodiversidad nacional. Como rector de la UNAM (1989-1996), propuso la creación del museo de las ciencias Universum, el cual vio la luz en 1992 gracias a la colaboración de importantes figuras de la divulgación, como el ingeniero José de la Herrán.
En este periodo, las aportaciones de dos universitarios egresados de la Facultad de Química son reconocidas con los más altos galardones que ha logrado en país en materia científica: uno de los padres de la biotecnología moderna, Francisco Bolívar Zapata, que recibió el Premio Príncipe de Asturias en ciencia y tecnología, y el único Nobel en ciencias, Mario Molina-Pasquel.
INSTITUCIONES. Por otra parte, otro de los puntos medulares para la constitución de la investigación moderna en el país fue la creación de los institutos nacionales de salud pública, en 1930, y toda la investigación en medicina que originaría.
Pero para hilar la historia de la ciencia moderna del país en sus instituciones, además del Politécnico, se necesita también destacar la creación de la Academia Mexicana de Ciencias en 1959, así como del Centro de Investigación y Estudios Superiores (Cinvestav) y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en la década de los setentas.
Bajo la visión del destacado Arturo Rosenblueth, el Cinvestav cuenta actualmente con dos sedes en la capital, así como seis más en el interior de la República y es la segunda fuente de generación de recursos humanos del país sólo después de la UNAM.
El Conacyt desde su fundación (1970) ha creado más de 20 institutos, uno de los crecimientos más rápidos de centros de investigación que ha habido en el país en los últimos años. También dio origen al Sistema Nacional de Investigadores, el cual permitió realizar una evaluación del trabajo de los científicos con los parámetros más objetivos que se pudieran lograr mediante una valoración entre pares.
Sin embargo, el establecimiento de esta estructura científica en el país ha sido históricamente insuficiente; de acuerdo con especialistas y científicos al frente de las dependencias ahora constituidas el tamaño de la ciencia no corresponde al de su población, como tampoco a la de su desarrollo económico.
La OCDE recomienda que países en desarrollo como México destinen al menos el 1 por ciento de su Producto Interno Bruto a ciencia y tecnología, empero en el país la cantidad es menos al 0.5 por ciento.
Otros países como Brasil o España, que tenían condiciones similares a las de México hace tres décadas, han logrado desarrollarse y convertirse en polos científicos y de crecimiento económico en su orbe.
La ciencia nacional carece de recursos, han referido científicos desde todas las posiciones existentes en la estructura nacional, y ahora como nunca es vital invertir en su crecimiento.
Después de todo la principal moneda del mundo actual es el conocimiento y la innovación, ya no es la minería y la inversión privada como en el siglo XIX.
Pérez Tamayo concluye. “Si ni las crisis económicas ni la indiferencia de las autoridades pudieron evitar el crecimiento de la ciencia en nuestro país en la segunda mitad del siglo XX, la fuerza del sector de la sociedad civil que lo promovió se revela como considerable. Esto no significa que la escasez de recursos y el desinterés del gobierno no hayan tenido una influencia negativa; es claro que la tuvieron: el desarrollo de la ciencia ocurrió a pesar de y en contra de esas malas influencias”.
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