
Todo comenzó cuando llegó a mis manos un manuscrito enviado para publicación en una prestigiosa revista científica inglesa. Al revisarlo con detenimiento, experimenté una inquietante sensación de déjà vu: los datos presentados sobre poblaciones de una especie del bosque mesófilo coincidían alarmantemente con los resultados de mi propia investigación de maestría, realizada años atrás en un centro de investigación pública.
Las coordenadas geográficas, las características morfológicas y hasta los ejemplares estudiados eran idénticos a los que yo había documentado minuciosamente durante meses de trabajo de campo. Lo más grave era que uno de los autores del manuscrito había sido mi tutor de tesis, quien no solo conocía perfectamente el origen de esos datos, sino que había firmado un compromiso institucional donde reconocía que la investigación era de mi autoría y que no podría ser utilizada para otros fines académicos sin mi consentimiento expreso.
Al profundizar en el análisis del caso, la evidencia resultó abrumadora. En mis archivos conservaba los correos electrónicos donde mi ex tutor solicitaba acceso a mi base de datos completa, argumentando necesidades de verificación.
Posteriormente, afirmó haber “encontrado la información en sus archivos personales”, lo que ahora resultaba ser una clara falsedad. Al comparar meticulosamente los datos del manuscrito con los de mi tesis, las coincidencias eran demasiado precisas para ser casuales: mismas localidades, mismos parámetros ambientales, mismos rangos de variación morfológica.
El intento por camuflar el plagio era evidente en pequeños cambios numéricos y en la inclusión de algunos ejemplares juveniles que yo había descartado por no cumplir con los criterios de mi estudio. La atribución del trabajo a una tesis de licenciatura resultaba particularmente ofensiva, pues mi grado de maestría había sido obtenido con anterioridad y mediante un riguroso proceso de evaluación en una institución pública.
Ante esta situación, me vi obligado a emprender acciones formales. Presenté una queja detallada ante el comité de ética del centro de investigación donde realicé mi maestría, adjuntando toda la documentación probatoria: copia de mi tesis, los correos electrónicos intercambiados, el acta de compromiso académico firmada por mi tutor, y un análisis punto por punto de las coincidencias entre ambos trabajos.
Paralelamente, notifiqué a la revista científica involucrada, citando sus propias políticas contra el plagio y la mala conducta académica. El proceso fue largo y desgastante, pero necesario. Meses después, el manuscrito fue retirado. Este episodio dejó al descubierto las vulnerabilidades del sistema académico, donde a veces prima más el afán de publicación que el rigor ético. Sin embargo, también demostró que los mecanismos de control, aunque lentos, pueden ser efectivos cuando se activan con pruebas contundentes y una firme determinación por defender la integridad científica.
*Red de Biología Evolutiva
INECOL A.C.