Academia

Entre la prohibición legal y la realidad económica

Infancias atrapadas en el trabajo infantil

Soluciones al trabajo infantil, prohibir o transformar — Erradicar el trabajo infantil es un derecho humano fundamental, consagrado en los Convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Convención sobre los Derechos del Niño. Estos instrumentos expresan un consenso mundial: ningún niño debe realizar trabajos que perjudiquen su salud, desarrollo o futuro.

Hacer realidad este derecho no solo es un imperativo jurídico, sino también una condición para construir sociedades más justas, inclusivas y equitativas.

2025: una meta incumplida

En 2015, el mundo se comprometió a eliminar el trabajo infantil para 2025, como parte de la Meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Ese plazo ha llegado, pero el trabajo infantil persiste.

El 12 de junio, con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, la OIT y UNICEF publicaron el Informe Trabajo infantil: Estimaciones mundiales 2024, tendencias y el camino a seguir.

Los datos son contundentes (ver gráficos que acompañan este texto).

Realidad en números

Según el Informe, 138 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años (59 millones de niñas y 78 millones de niños) están en situación de trabajo infantil. Esto representa casi el 8% de todos los menores del mundo. De ellos, cuatro de cada diez realizan trabajos peligrosos, que dañan su salud, seguridad o bienestar.

Aunque hoy hay 20 millones menos de niños trabajando que en 2020 (cuando la pandemia provocó un repunte), aún persisten focos de preocupación. Por ejemplo, el número de niños de 5 a 11 años en trabajo infantil (79 millones) es más alto que en 2012. Además, el trabajo peligroso sigue siendo una proporción alarmante, incluso entre menores que no alcanzan la edad legal para trabajar.

¿Por qué eliminar el trabajo infantil?

La persistencia del trabajo infantil obstaculiza otros Objetivos de Desarrollo Sostenibles:

  • Reduce el acceso a la educación de calidad (ODS 4).
  • Refuerza la transmisión intergeneracional de pobreza (ODS 1).
  • Aumenta la desigualdad (ODS 10).
  • Limita el crecimiento económico (ODS 8).
  • Perjudica la salud y el bienestar infantil (ODS 3).
  • Compromete la producción ética en cadenas globales (ODS 12).

Combatir el trabajo infantil es esencial para lograr un desarrollo sostenible y generar prosperidad económica a largo plazo.

¿Dónde es más común?

Las cifras varían por región:

  • África Subsahariana: 86.6 millones de niños (21.5% de la población infantil).
  • Asia y el Pacífico: 27.7 millones (3.1%).
  • América Latina y el Caribe: 7.3 millones (5.5%).

En países en conflicto, la prevalencia del trabajo infantil alcanza el 21%, más de cuatro veces más alta que en países que no están afectados por conflictos. Incluso en países sin conflictos activos pero caracterizados por instituciones débiles, el trabajo infantil llega a 19%.

La pobreza también es un factor determinante: en países de bajos ingresos, uno de cada cuatro niños trabaja, mientras que en los de altos ingresos, la cifra es inferior al 1%.

Países con un menor desarrollo humano observan mayores niveles de trabajo infantil. En países con un bajo Índice de Desarrollo Humano (IDH), el trabajo infantil alcanza el 20%, mientras que en países con un alto IDH es de tan solo el 2%.

Educación y trabajo infantil: una relación compleja

Casi un tercio de los niños trabajadores en edad escolar no asisten a clases. Entre quienes realizan trabajos peligrosos, la mitad no va a la escuela.

Entre adolescentes de 15 a 17 años, el 60% de quienes trabajan no estudian, una cifra que asciende al 71% en Asia y el Pacífico. Esta cifra es alarmante porque en regiones donde los mercados laborales están saturados y en gran medida son informales, los adolescentes sin educación formal enfrentan un futuro potencial de bajos salarios, trabajos precarios y perspectivas limitadas de prosperar.

Sin embargo, más de dos tercios de los niños en situación de trabajo infantil sí asisten a la escuela. El problema es más profundo: la calidad del aprendizaje está comprometida.

En 34 países que recopilaron datos sobre trabajo infantil y resultados escolares, se halló que los niños trabajadores tienen 30% menos probabilidad de dominar habilidades básicas de lectura y matemáticas.

¿Prohibir o transformar?

Las visiones más convencionales llaman a prohibir toda práctica de trabajo infantil para asegurar el bienestar de los menores. Prohibir el trabajo infantil suena lógico, pero en muchos contextos puede tener efectos negativos no intencionados.

Un ejemplo es Bangladesh, donde en 1993, tras presiones del Senado de EU, la industria textil despidió a 55,000 niños, la mayoría niñas. Un estudio de UNICEF mostró que muchas de ellas terminaron en la prostitución, al no tener alternativas reales.

La evidencia también señala que imponer sanciones a empresas o promover boicots puede ser contraproducente: los niños no desaparecen del mercado laboral, solo se trasladan a trabajos más invisibles o peligrosos.

Estos casos ilustran una realidad: sin opciones viables, la prohibición puede empujar a los menores a trabajos peores. La historia en países como Reino Unido y Estados Unidos muestra que la reducción del trabajo infantil no fue consecuencia directa de leyes, sino del desarrollo económico y mejoras educativas.

Lo que sí funciona

La problemática del trabajo infantil no se resuelve en el corto plazo, y no se erradicará hasta que no haya desarrollo económico y una buena calidad institucional.

¿Qué ha demostrado ser útil?

  • Mejorar la calidad de la educación.
  • Transferencias condicionadas a la asistencia escolar.
  • Fortalecer instituciones y generar empleos decentes para adultos.

Las políticas públicas más eficaces para combatir el trabajo infantil incluyen:

  • Educación gratuita, de calidad, con becas, alimentación y transporte.
  • Sistemas educativos que conecten con el empleo decente, que sean un apoyo real en la transición de la escuela al trabajo.
  • Protección social universal, para compensar la vulnerabilidad socioeconómica que sustenta el trabajo infantil.
  • Formalización laboral y salarios justos, ya que reduce la dependencia del trabajo infantil y hace que las inversiones en la educación de los niños sean más valiosas para las familias.
  • Desarrollo rural y económico incluyente, que sustente la prosperidad y a su vez proporcione un mayor espacio fiscal para invertir en la infancia.

Reflexión final

La erradicación del trabajo infantil no se logra con decretos ni buenas intenciones. Tampoco basta con prohibirlo en el papel. Se trata de una lucha compleja que requiere enfrentar las raíces estructurales de la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades. Es necesario mirar más allá de los titulares y reconocer una verdad incómoda: mientras existan familias que no pueden sobrevivir sin el ingreso que aporta un niño, el trabajo infantil persistirá, aunque lo escondamos bajo la alfombra de la legalidad.

No se trata de justificarlo, sino de comprenderlo para combatirlo de forma eficaz. Prohibir sin ofrecer alternativas solo traslada el problema. El verdadero cambio viene cuando se transforma el entorno: cuando una niña tiene acceso a una escuela segura y de calidad, cuando un adolescente puede soñar con un futuro distinto al del campo o la calle, cuando una familia puede sostenerse sin depender del trabajo de sus hijos.

Eliminar el trabajo infantil es posible, pero no es un acto aislado: es el resultado de políticas consistentes, voluntad política y una sociedad que entiende que cada infancia perdida es una herida colectiva. Es invertir en educación, en desarrollo económico, en instituciones sólidas y en justicia social. Es construir un país donde crecer no sea un lujo, y donde ningún niño tenga que pagar con su niñez las deudas del mundo adulto.

Porque cuando un niño trabaja, se detiene su desarrollo. Pero cuando millones de niños trabajan, se detiene el desarrollo de una nación entera.

Análisis de especialistas de la Universidad Iberoamericana son presentados a nuestros lectores cada 15 días en un espacio que coordina el Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericanas, CDMX
Comentarios: pablo.cotler@ibero.mx
El autor es director del Departamento de Economía de la Iberoamericana CDMX

Tendencias