
El Tiburón Ballena (Rhincodon typus), considerado como el pez más grande del mundo, es hoy uno de los mayores atractivos del turismo en el Caribe mexicano. En lugares como Holbox, Contoy o Isla Mujeres, nadar junto a este gigante marino (de hasta 18 metros de largo) se ha convertido en una experiencia popular que impulsa la economía local, pero esta aparente convivencia pacífica esconde una amenaza silenciosa: el turismo está contribuyendo a la desaparición de la especie.
Aunque es un animal inofensivo, de hábitos lentos y alimentación por filtración, el Tiburón Ballena es vulnerable. En 2006 fue catalogado como especie en peligro de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y aunque su caza ha disminuido, enfrenta nuevas amenazas, entre ellas, el turismo descontrolado.
El investigador Ramón Bonfil, especialista del Colegio de la Frontera Sur y fundador de Océanos Vivientes A.C., advierte que en lugares como el Caribe mexicano hay días en que más de 60 embarcaciones rodean a tan solo 50 tiburones, generando situaciones caóticas; turistas que los persiguen, los tocan o nadan demasiado cerca, operadores que no siguen protocolos y lanchas que provocan heridas graves, especialmente en la aleta dorsal y el lomo.
El turismo que dice admirar a la especie lo está dañando al invadir su espacio natural, alterando sus rutinas de alimentación y provocándole estrés crónico, pues las interacciones humanas excesivas afectan su bienestar e incluso pueden interferir con su reproducción, agravando aún más su situación, resaltó Ramón Bonfil.
A esta presión turística se suman otras amenazas como la pesca incidental durante faenas de captura de atún, el tráfico de grandes buques que pueden golpearlos accidentalmente y la contaminación por plásticos.
Como se alimentan filtrando grandes volúmenes de agua, estos animales ingieren microplásticos y basura marina, lo que puede causarles daños internos o incluso la muerte.
Aunque México cuenta con una Reserva de la Biósfera del Tiburón Ballena (la única en el mundo dedicada a esta especie) las prácticas turísticas actuales contradicen los principios básicos de conservación.
El problema no es el turismo en sí, sino su falta de regulación, planeación y conciencia ecológica. Es por ello que el investigador Bonfil propone reducir la cantidad de embarcaciones, limitar el número de visitantes por día y garantizar que los operadores sigan estrictamente protocolos de respeto hacia los animales.
En un momento en que el Tiburón Ballena se enfrenta a múltiples amenazas globales, México tiene en sus manos la posibilidad de elegir seguir explotando a este símbolo natural hasta llevarlo a la extinción o convertirse en líder de un turismo verdaderamente responsable y sustentable. Porque si seguimos “amando” al Tiburón Ballena de esta forma, pronto solo quedarán fotos y recuerdos.
(Con Información de Ciencia UNAM)