
Desarrollo
La contaminación por basura es uno de los problemas emblemáticos del siglo XXI, un periodo caracterizado por el crecimiento acelerado de la población y altos niveles de consumo de bienes y servicios. La necesidad de adquirir productos empacados debido al ritmo de vida que sostenemos y la falta de tiempo para realizar actividades que antes eran cotidianas, como preparar nuestros alimentos y comer en casa, nos ha llevado a consumir artículos que duran en nuestras manos cinco minutos, pero una eternidad en el ambiente.
A nivel individual esto no parece un gran problema, pues tirar al cesto algunas envolturas de frituras, galletas, servilletas, cajas, bolsas de plástico, vasos desechables y popotes se percibe inofensivo; sin embargo, este acto multiplicado por 131.946.900 millones de mexicanos tiene como resultado una producción de 120,128 toneladas de residuos sólidos urbanos al día, considerando únicamente la producción domiciliaria en 2020.
De acuerdo con las leyes vigentes en México, los gobiernos municipales tienen la responsabilidad de gestionar adecuadamente los residuos sólidos urbanos a través de los servicios de limpia pública que incluyen recolección, barrido, transporte y disposición final. Esta última debe realizarse en rellenos sanitarios que cumplan con todos los requisitos para mitigar la contaminación; sin embargo, son pocos los sitios que los cubren y se convierten en grandes tiraderos a cielo abierto que ponen en riesgo la salud de la población y los ecosistemas. Por otra parte, en muchos municipios los servicios de limpia no atienden a todas las localidades, lo que favorece prácticas como la quema de basura o su disposición en terrenos baldíos y barrancas (Figura 1).
La carencia de sistemas eficientes para el manejo de la basura trae como consecuencia graves problemas de contaminación en mares, ríos y arroyos, así como en la composición de los suelos y la calidad del aire. Todas estas alteraciones dañan el crecimiento de las plantas, afectan el hábitat de las especies y propician la pérdida de la biodiversidad.
Un aspecto que poco se aborda y que también influye en la dinámica de los ecosistemas es la relación entre la generación de residuos y el cambio climático. Cuando los residuos sólidos se queman, producen una cantidad considerable de carbono negro (aerosol atmosférico de vida corta), con alto potencial para incrementar el calentamiento global. Además, el carbono negro representa un riesgo importante para la salud humana, pues ha sido asociado a enfermedades cardiovasculares y respiratorias, especialmente en zonas urbanas. Cuando los residuos se acumulan en los vertederos a cielo abierto, entran en procesos de descomposición que liberan gases de efecto invernadero como el metano (CH4), que es 25 veces más potente que el dióxido de carbono (CO2) para capturar calor en la atmósfera. Se ha calculado que la disposición inadecuada de residuos y el tratamiento de las aguas residuales contribuyen con 17% de las emisiones del metano y la quema a cielo abierto con 2% de las emisiones de carbono negro.

Los efectos del cambio climático ya se han dejado sentir con fuerza en los últimos años a través de tornados y huracanes cada vez más potentes y grandes inundaciones, por lo que es importante analizar las posibilidades de disminuir la generación de gases de efecto invernadero, entre las cuales deben considerarse las que se relacionan con la gestión adecuada de los residuos. Una alternativa ha sido la incineración controlada; sin embargo, con ella solo se reduce la emisión de gases tóxicos. También se ha explorado la aplicación de tecnología en los procesos de gasificación, pirólisis o para la creación de biorellenos sanitarios, que permiten la recuperación de gases para convertir residuos en energía. Aunque algunas de ellas se implementan con éxito, no dejan de ser métodos industriales que no son inocuos y aunque minimizan los impactos, dejan secuelas en el ambiente afectando a las especies humanas y no humanas.
Actualmente, el incremento significativo en la producción de residuos plantea grandes desafíos para su manejo. Por ello, más allá de estrategias paliativas o remediales, es necesario realizar cambios de fondo para modificar los procesos de producción y los hábitos de consumo. Esto puede lograrse promoviendo la economía circular y la separación de residuos, reintegrando la materia orgánica al ciclo natural a través del compostaje para la obtención de mejoradores de suelo y generando las condiciones sociales, políticas y económicas que permitan reducir las compras, así como repensar el concepto actual de desarrollo y sus implicaciones (Figura 2). El Programa Basura Cero Estratégico derivado de un Programa Nacional de Investigación e Incidencia de CONAHCYT (ahora SECIHTI), ha contribuido en este cambio de paradigma al capacitar a más de 50 instituciones educativas, gubernamentales y de la sociedad civil para implementar sistemas integrales de gestión de residuos en sus instalaciones, proyectando reducir 60% de los residuos que normalmente se destinan a sitios de disposición final (Figura 3).

Para conservar la vida en todas sus formas en el planeta, es indispensable que el ser humano tome conciencia del impacto de sus acciones sobre el medio ambiente y las modifique en beneficio de todos los seres vivos. Las consecuencias de la contaminación por basura y las afectaciones a la biodiversidad se hacen evidentes cada día con la alteración de los ecosistemas y la pérdida de las especies. Revertir esta situación es una responsabilidad que debe asumirse desde el gobierno, las empresas, la sociedad civil organizada, las instituciones educativas, pero sobre todo desde el compromiso de cada persona para realizar cambios cotidianos que pueden ser el inicio de grandes transformaciones.
“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo” -Eduardo Galeano.