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“La crisis ambiental es culpa del capitalismo, no de la humanidad”

Necesitamos cambiar el sistema económico, que nos vende la idea de que es necesario destruir la naturaleza para obtener un bienestar, señala Francisco Serratos, autor de “El Capitaloceno”

“Esta historia comenzó con una crisis existencial y acabó en una crisis mundial”, relata Francisco Serratos sobre un libro inacabado, de cosas, lugares y objetos desaparecidos, de fantasmas que incluía animales extintos. Esa puerta abrió otra, ésta otra a su vez y así subsecuentemente hasta entrar a la historia más dramática, real y de no retorno de la humanidad: la crisis climática y medioambiental, que se ha convertido en el mayor reto de nuestra especie.

Serratos (Veracruz 1982) relata que abrir esa puerta fue un golpe emocional, un espasmo, un reconocimiento de que la mayoría de la población mundial no sabe la gravedad del asunto. “Vemos retazos de la realidad aquí y allá, un incendio en la Amazonía, una inundación o sequías del otro lado el mundo…, pero todas son piezas de un gran relato. Cuando vemos que todo está conectado y que todos seremos víctimas –unos más que otros, dependiendo de la clase social–, nos hacemos conscientes del problema y lo que tenemos que hacer para resolver esta crisis planetaria y civilizatoria a la que nos enfrentamos”.

Es común decir y escuchar que la humanidad es una plaga, que a su paso sólo deja destrucción, sin embargo, la culpa como especie es una presunción que nos hemos creído porque no, la culpa es más específica, más clara y quienes se han beneficiado de ella nos han vendido un absurdo concepto de “desarrollo”, fundamentado en la destrucción y transformación de los ecosistemas. El culpable no es la humanidad, sino el sistema económico bajo el cual ha sido subyugada: el capitalismo.

“PROGRESO” CAPITALISTA.

Esta es una de las ideas fundamentales que Serratos plasma en “El Capitaloceno” (Editorial UNAM), término que alude a las etapas geológicas del planeta, como otros autores han empleado para hablar del “Antropoceno”, no obstante, el autor expone por qué el término defendido por el historiador ambiental Jason W. Moore es más preciso para explicar nuestra crisis.

“La idea del Capitaloceno es rebasar esa abstracción de culpar al humano que, de forma inherente, destruye el planeta debido a su naturaleza sin importar el contexto socioeconómico en el que nos desenvolvemos; no obstante, cuando analizamos realmente la historia, como plasmo en el libro, somos los humanos actuando dentro de un sistema económico específico que nos obliga a entrar en una relación muy destructiva con la naturaleza, la causa de nuestro problema actual. Lo que necesitamos es cambiar el sistema, que nos vende la idea de que es necesario destruir la naturaleza para obtener un bienestar”, abunda el escritor, quien el sábado 21 presentará su libro en el Festival El Aleph.

Para ello, el capitalismo usa trampas y ha creado una idea de “progreso”, “desarrollo” y “bienestar” basados en la contaminación de un río, destrucción de una montaña o la deforestación de un bosque. Además, apunta, al ver los datos económicos sobre la desigualdad y quienes se han beneficiado de la destrucción de la naturaleza, históricamente no cuadran las culpas, no es lo mismo un agricultor en un país subdesarrollado que una persona rica en cualquier país, no todos tienen la misma huella de carbono.

Es por ello, que el escritor enfatiza que las sociedades debemos repensar a su vez el concepto de “economía” en la medida en que vayamos resolviendo la crisis climática. “Tenemos que repensar los conceptos de ‘desarrollo’ y ‘progreso’ y no poner en el centro la acumulación de riqueza, sino el bienestar humano, pero no separados de la naturaleza, porque somos inseparables y dependemos del medio ambiente, sus recursos y servicios”.

POLUTOCRACIA.

En su libro, Serratos (@patas_de_perro) enfatiza que optar por el concepto de “Capitaloceno” y no por el “Antropoceno” es una cuestión no sólo de precisión, sino también de justicia histórica, una solución ante el pesimismo y la inacción.

“Históricamente tenemos miles de años conviviendo con la naturaleza y no habíamos causado un impacto como el de ahora, no es casualidad que la historia del capitalismo sea paralela al colapso planetario. Señalar el problema de raíz es plantear una bitácora de lucha contra éste, pero es incómodo sobre todo para políticos y empresarios”.

Son a ellos que no les conviene ser señalados como los herederos responsables de la crisis, puesto que, enfatiza, la lucha contra la emergencia no es científica. Las sociedades humanas tenemos los recursos para resolver la crisis, lo que no hay es voluntad política y económica para implementar esos recursos, ya que atentan contra los privilegios de una clase social que Serratos llama “polutocracia”, aquella que se beneficia y acumula riqueza a partir de destrucción de la naturaleza. Hablar de la crisis climática también es hablar de disparidad social.

“A mucha gente le incomoda concebir la crisis climática como una guerra de clases sociales, porque ¿a quién le conviene seguir con ese sistema? A los que históricamente se han beneficiado, a quienes han acumulado riqueza a lo largo de estos siglos y ahora nos venden la idea de que el problema del sistema económico era no incluir en su ecuación aritmética el tema ambiental y que, para resolverlo, es suficiente con integrar los márgenes ecológicos”.

El problema, ejemplifica, no es cambiar de autos de combustión interna a autos eléctricos, que mantienen el mismo esquema de consumo y extractivismo, que deja intacto el tejido sociopolítico que nos ha llevado hasta este punto de no retorno.

Más ejemplos: proyectos como el Tren Maya y muchos otros en Sudamérica, que prometen el desarrollo en detrimento del medio ambiente, parten del concepto de que la única manera de generar desarrollo es accediendo a naturaleza barata, sea petróleo o expandiendo la frontera agrícola –“en Argentina la debacle es del tamaño de Chernóbil por el uso de agrotóxicos”–, que traen a su vez más problemas.

“Los gobiernos llamados progresistas deben replantear realmente su concepto desarrollo y bienestar y, en lugar de llevar a cabo proyectos de extractivismo, hay opciones muy fáciles de aplicar: cobrar impuestos a los más ricos y financiar programas sociales; demandar en bloque cancelar deuda externa, porque es una forma de extractivismo de países ricos a pobres –los Estados necesitan extraer más y más porque tienen la urgencia pagar su deuda y financiar programas sociales.

–Históricamente, tras el privilegio de unos pocos en detrimento de muchos más lo que sucede a continuación es una revolución. 

Andreas Malm –que cito constantemente en el libro– dice que esta crisis, a diferencia de otras, como la extrema desigualdad que llevó a las revoluciones, no tiene un sujeto revolucionario. No estoy muy de acuerdo con eso porque si algo nos ha enseñado esta crisis climática y ambiental es que se trata de una de las luchas más democráticas a las que nos hemos enfrentado históricamente. Esto es, hay muchas maneras de luchar contra el sistema y distintas formas de resistencia que se aplican de acuerdo a los contextos de las personas que luchan.  

“Los pueblos indígenas, por ejemplo, son sujetos revolucionarios ante el extractivismo. Están de cara ante el gran enemigo del sistema económico que constantemente, para seguir generando riqueza, necesita abrir fronteras extractivas: territorios indígenas. Su lucha es específica”. 

Por otra parte, las personas en países desarrollados tienen una lucha diferente, aunque no desconectada, añade. “Ellos deben demandar que sus economías dejen de depender del extractivismo de países pobres, que cambien sus hábitos de consumo sistémicos, sus economías basadas en el consumo inagotable e interminable de mercancías”. 

En este escenario destaca la participación de los más jóvenes, quienes han puesto el ejemplo de cómo luchar contra la “polutocracia”. “Han generado movimientos sociales internacionales como Extinction rebellion, o hay líderes como Greta Thunberg que han inspirado a cientos de jóvenes en todo el mundo; en México tenemos Futuros Indígenas… Es una lucha muy democrática en la que todos tenemos lugar porque todos nos vamos a ver afectados por la crisis climática.

Francisco Serratos ofrece en su libro una historia alternativa al pesimismo y apunta hacia el problema detrás de todo y todos, nos recuerda que los humanos no somos por naturaleza destructores y que hemos sobrevivido en una relación, a veces más a veces menos, armoniosa con la naturaleza. “Tenemos que aprender a hablar del problema, aunque nos incomode y yendo a las causas últimas, de lo contrario, sólo daremos golpes en la oscuridad, proponiendo soluciones tecnológicas u otras que no llegarán a ningún lado porque dejan intacto el tejido sociohistórico que hemos arrastrado hasta ahora y nos trajo a esta crisis”.

Bienestar y riqueza, no a ojos del FMI

Serratos recurre a autores, pensadores e investigadores para narrar la historia de “El Capitaloceno”. Uno de ellos es el poeta Aimé Césaire, quien señala que el colonialismo en el capitalismo fue un proceso de “cosificación”. Es decir, dice el mexicano, en la medida que el capitalismo se expandía por todo el mundo, fue matando muchas cosmovisiones diferentes a la lógica capitalista que los occidentales querían y siguen imponiendo a otros sistemas alternativos, económicos, sociales e incluso religiosos.

“Contrarios a las ideas de que la naturaleza es una persona (…), puesto que para explotar a la naturaleza, el capitalismo necesita matarla. Es la medida en que se expande y viene otra vez el ‘progreso’ y ‘desarrollo’, destrucción por el ‘bienestar’, porque no hay otra forma, según ellos, de avanzar. Pero lo que nos demuestra la historia y la ciencia es que sí hay formas alternativas para obtener un bienestar sin la necesidad de acumular riqueza. Bienestar y riqueza no son sinónimos”.

El Capitaloceno
El libro es editado por la UNAM. El libro es editado por la UNAM. (Cultura UNAM)

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