¿Qué pasa cuando una persona inicia el tratamiento de reemplazo hormonal?, ¿cómo expresar los cambios que vives con el ser que te juró amor incondicional: tu madre? y ¿qué dolores se viven en soledad?, son preguntas que aborda Ariel Florencia Richards (Chile, 1981) en su reciente novela “Inacabada”.
La obra editada por Alfaguara narra el momento en que la protagonista decide cambiar de género e iniciar el tratamiento de reemplazo hormonal, noticia que quiere compartir con su madre, sin embargo, ella no se siente lista para aceptar la muerte simbólica de su hijo.
“Juana no puede ser mujer hasta que su madre no la vea como tal y, a su vez, la madre no quiere ver a Juana porque no se quiere despedir de su hijo. Es un duelo y un nacimiento”, señala la autora en entrevista.
El compartir algo tan íntimo, agrega Florencia Richards, tuvo que ver con la sensación de que el mundo estaba llegando a su fin durante la pandemia.
“Publicar una novela de ficción que tuviera como base mi vida tuvo que ver con la proximidad de un final, sí del mundo, pero también de mi identidad anterior, mi nombre anterior y mi género anterior, todo estaba desapareciendo y la manera de celebrar eso fue compartirlo”, indica.
Sobre por qué elegir a la madre como elemento de complejidad, la autora explica que las madres son las figuras más importantes en la vida de una persona y representan el amor incondicional, mismo que en la novela es puesto en duda.
“Juana y la madre M narran los recuerdos de infancia y maternidad. El amor maternal es de una belleza infinita, la madre menciona que cuando trajo vidas al mundo, eso se transformó en algo fundacional de su identidad. Por ejemplo, mi mamá es profesora y al igual que M, trabajó toda su vida, pero la definió el dar a luz”, comenta.
-¿Te interesó hablar de la soledad?
Son dos mujeres solas enfrentándose a sí mismas. Hay una red vertical entre madre e hija, corre de arriba a abajo y abajo arriba, es como si hubiera un solo hilo que pende entre ellas, entonces la soledad se espejea, hay un miedo en ambas. En ese sentido, son dos mujeres dependientes.
Florencia Richards señala que, en cierta medida, las protagonistas viven una muerte y necesitan un acompañamiento.
“Juana está buscando que la madre la acompañe en los cambios corporales y la madre está buscando acompañamiento en el duelo, se pregunta ¿quién me acompaña en este dolor? se me está muriendo el hijo, se está desapareciendo día a día”, expresa.
En la novela, Juana se dedica al arte, en específico, a estudiar piezas inacabadas, ¿por qué darle ese oficio?
“Estoy haciendo un doctorado en artes visuales y me llama la atención la importancia que se da a las obras terminadas, que fueron firmadas y que pueden circular, en contraste con el poco interés en obras que son el boceto inicial o que nunca se terminaron. No obstante, muestran el esqueleto de la creatividad, pensé que eso se parece al proceso del tránsito, un proceso que se empieza, pero que nunca sabe en qué terminará porque la identidad no tiene una forma definitiva”, responde.
-¿Existe facilidades legales en Chile para las personas trans?
Hay una Ley de identidad de género aprobada hace cinco años con la que el gobierno se hace cargo de tu cambio de nombre legal, eso es una maravilla para personas mayores de 18 años y es un espacio de libertad grandioso del cual muchas personas son beneficiarias y muchas lo serán en el futuro.
El día a día de las personas transgénero varía mucho de una calle a la otra, de una familia a otra, de una creencia a otra.
-¿Qué opinas de que las infancias decidan su género?
Yo me demoré 37 años, mi opinión es muy conservadora: cada cosa a su tiempo. La infancia es un espacio de exploración, de formación y no de definición. Cuando somos adultas y podemos tomar una decisión tras haber experimentado ciertas realidades extra familiares, la decisión es mejor, pero yo nací en un mundo muy distinto al que estamos ahora.
Nací en el 81, en la dictadura chilena, en una familia muy conservadora, entonces no habían figuras transgénero a las que pudiera mirar como referente. Me pasó que cuando vi el personaje transgénero de María José en la serie La casa de las flores, me dije: se puede ser trans y no ser trabajadora sexual, se puede hacer abogada, qué maravilla.