
Fallen Angels, del director Wong Kar-Wai, estrenada hace 30 años, es un cine tan lírico como poético sobre la sutil e invisible presencia del deseo del amor en la más radical soledad de sus atmósferas, generando personajes líricos y por lo mismo de experiencias universales, pues como ha dicho el pensador rumano E.M. Cioran, fallecido hace 30 años, cuando Fallen Angels se estrenaba, En las cimas de la desesperación: “El lirismo representa una fuerza de dispersión de la subjetividad, pues indica en el individuo una efervescencia incoercible que aspira sin cesar a la expresión”. Y solo nos volvemos líricos en el amor y el sufrimiento, pues: “ambos [amor y sufrimiento] surgen de las profundidades del ser […] porque son estados con los que al contrario de cómo se piensa no se puede vivir, si hablamos de la muerte algo se salva y al mismo tiempo algo se extingue, haciendo que lo único y específico que poseemos se realice tan expresivamente que lo individual se hace universal.”
Los personajes de Fallen Angels expresan la radical soledad y marginación del mundo de su interioridad, pues no encuentran ninguna mediación o vehículo de comunicación y cuando lo intentan se lanzan a un abismo que tiene el riesgo de la auto-aniquilación o la re-creación. El protagonista masculino, Wong Chi-Ming (Leon Lai), ante el mundo exterior es un asesino a sueldo, y en su mundo interior un nihilista cuyo credo es ejecutar sin decidir hacerlo; Charlie (Charlie Yeung) al modo de una Geisha sirve a Ming para sus ejecuciones, con la condición de nunca encontrarse, razón por la cual le permite enamorarse de su idea de él en el seno de su intimidad; pero, ante el mundo exterior, se muestra como una prostituta que atrae los deseos impuros de otros para preparar el escenario del asesino. Así Ming y Charlie mantienen una relación “comercial”, pero que los mantiene en el placer y el dolor de su intimidad solitaria que escuchamos durante las secuencias por la voz en off, teniendo así la paradoja de que están unidos sin estar unidos en realidad. Pero el día que Ming decide cambiar, sin ninguna razón aparente, sino solo porque puede acabar con la relación comercial, Charlie entra en shock porque la disloca de su solipsismo y le destroza su mundo, mutando de Geisha a Femme Fatale, porque le pide a Ming, como condición de término, un último encargo, aquél donde encontrará la muerte segura. Y finalmente, Zhiwu (Takeshi Kaneshiro), a quien nadie entiende, porque desde niño quedo inhabilitado para hablar y su crecimiento fue desigual. Adulto, pero aún niño, así que se dedica a jugar a extorsionar y apropiarse de negocios de consumo, haciéndolos consumir lo que producen a sus propios dueños en condiciones anormales, lo cual lo convierte en un anticapitalista-capitalista, que además se enamora de una chica loca y delirante. Zhiwu vive sin crecer ni madurar, y donde solo la muerte de su padre lo pone en situación de transformarse, y es con en esa ocasión mortal, ese azar fatal, que conoce a la despechada Charlie, cruzan sus miradas en el caos y ambos convergen en un encuentro singular del universo por los instantes que dure el viaje efímero en la motocicleta de Zhiwu al final del filme.
Estas formas de vida son paroximos al que los lleva la experiencia tan radical de vivir como de morir, y por ello la decisión o la no-decisión de cada uno es absolutamente personal, interior y solo visible para el espectador, donde la belleza y magia de la forma fílmica de Wong Kar Wai, con mutaciones de colores, movimientos de cámara con gran angular, luces emocionales, sonidos y música atmosféricas, convierte toda la experiencia en la forma lírica de la interioridad de los personajes, y es esto probablemente lo que le da su sentido como un Film-Noir cuya filosofía es existencial, diríamos una lírica existencial, del amor y el desamor, donde el azar tiene la última palabra.
Fallen Angels nos convierte en los acompañantes angélicos de personajes permanentemente insomnes, cuya melancolía los mantiene despiertos en las horas más oscuras. Melancolía que es esperanza de mundos perdidos, idealizados por lo irreversible de su recuperación, pero que, como sucede en el filme, cuando ni siquiera tenemos algún signo de lo perdido, en el lugar de lo ideal, en su eternidad, se instala la efímera sustancia de los aromas e impresiones de las noches recorridas sin tiempo, colmada de reflejos y fantasmas, que las luces verdes del neón, como recuerdos del filme Vértigo de Hitchcock, encarnan en secuencias rotas, en ángulos no fijos y des-angulados, en cercanías y distancias, en ediciones enfocadas y desenfocadas, en acciones deconstruidas por los haces de luz que las constituyen, en las horas rotas del reloj del punto de reunión, la experiencia lírica de la lucidez alucinatoria del insomnio de la existencia como decía E.M. Cioran: “El fenómeno capital, el desastre por excelencia es la vigilia ininterrumpida, esa nada sin tregua. […] El insomnio es una lucidez vertiginosa que convertiría el paraíso en un lugar de tortura. Todo es preferible a ese despertar permanente, a esa ausencia criminal del olvido. Las horas de vigilia son, en el fondo, un interminable rechazo del pensamiento por el pensamiento, […] Caminar impide rumiar interrogaciones sin respuesta, mientras que en la cama se cavila sobre lo insoluble hasta el vértigo.”
¿Hay algo que los redime de la efímera soledad? Al parecer solo el azar y el cine, pues ambos son ámbitos revelatorios, como lo que el video y el cine le revelan a Zhiwu de su padre una vez muerto; y lo que el azar le revela a Charlie de sí misma; es decir, no les revela un destino o un objetivo o propósito, les revela que pueden experimentar la felicidad como la conexión íntima con lo que otro ser humano es más con su mera existencia. La soledad nos hace humanos en la medida que nos pone en el máximo punto de mirada auténtica, el sufrimiento nos permite generar este devenir de insomnio lírico, que permite en algún punto el encuentro con lo efímero para su conversión en un instante eterno, y ya no solo en un momento más; esto es la paradoja del cine, no ser solo un momento sino un instante que revele las posibilidades azarosas para saberse feliz de ver lo que otro es y ha sido o podría ser. Y es que los ángeles al caer buscan desesperadamente el sentido de eternidad sin saber cuál es ese, cayendo en un mundo que no es como el ideal sino totalmente desgarrado, y ese desgarre indefine al infinito la propia subjetividad en el insomnio, que es lo que los ángeles adquieren al caer: subjetividad y el dolor de su propia soledad, que requiere ser redescubierta a través de la lírica del cine como el del maestro Wong Kar-Wai.
* Coordinador de Investigación, Universidad del Claustro de Sor Juana
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