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El Papa ha situado su pontificado en continuidad con el de su predecesor, adherido a un camino que “desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”

León XIV: ¿conservador o liberal?

Iglesia. El papa León XIV. (EFE)

“¿Qué podemos esperar de León XIV? ¿Será un papa conservador o liberal?”, me preguntó un amigo ayer en la sobremesa. Como hemos podido constatar en los últimos días, esas son, en efecto, las categorías más comunes para intentar ubicar a un pontífice en el mapa ideológico contemporáneo. Sin embargo, se trata de un marco inadecuado, pues traslada conceptos del lenguaje político a una realidad espiritual que excede esa dicotomía y no se deja encasillar por ella.

Usamos los calificativos “conservador” o “liberal” para referirnos a realidades muy distintas. En el imaginario colectivo, Benedicto XVI se ha convertido en un ícono del papa conservador, que mantiene una fidelidad rigurosa a la tradición y se preocupa enfáticamente por la formulación clara de la doctrina y el cuidado de la liturgia; Francisco, por su parte, encarna el tipo del papa progresista, abierto al diálogo con el mundo y preocupado más por manifestar una cercanía de pastor que por las formulaciones doctrinales.

Es justo reconocer que, en efecto, Benedicto y Francisco han tenido estilos diferentes y que sus respectivos pontificados han puesto el énfasis en aspectos diversos de la riqueza del Evangelio. De forma elocuente, a Benedicto se le ha llamado el papa de la verdad o de la razón, mientras que a Francisco lo identificamos como el papa de la misericordia. Podríamos decir que uno ha tenido un perfil más doctrinal y el otro más pastoral. Aunque no debemos olvidar que todo pontificado es, en su raíz, doctrinal y pastoral, pues refleja la misión de Cristo, que es a la vez Verbo eterno y Buen Pastor. La diferencia de acentos en los dos pontificados no significa que a Benedicto no le haya interesado la dimensión pastoral de la Iglesia ni que Francisco se haya desentendido de la doctrina. Más aún: lo doctrinal y lo pastoral, la verdad y el amor, se requieren mutuamente. No pueden existir por separado. Un anuncio de la verdad sin misericordia terminaría siendo rígido y cruel; un acercamiento misericordioso sin verdad degeneraría en un sentimentalismo vacío. La verdad y la caridad solo pueden existir juntas.

La tradición de la Iglesia siempre ha sostenido que la verdad debe anunciarse con claridad y firmeza, al mismo tiempo que la misericordia hacia las personas debe ser plena y radical. Agustín, por ejemplo, decía: “Ama al pecador, pero odia el pecado”; expresando la misma idea, Fulton Sheen afirmaba que “la tolerancia debe aplicarse solo a las personas, pero nunca a los principios” y que, a la inversa, “la intolerancia debe aplicarse solo a los principios, pero nunca a las personas”. Cuando esto no se comprende correctamente, un acto de misericordia y comprensión puede interpretarse como permisivismo o traición a los principios. Así, por ejemplo, cuando Francisco pronunció su famoso “¿quién soy yo para juzgar a un gay?”, muchas personas quisieron ver en este gesto una aprobación de la homosexualidad. Sin embargo, como el mismo Francisco dijo, solo estaba parafraseando el Catecismo de la Iglesia Católica, que en una misma página afirma que los actos homosexuales “son contrarios a la ley natural” y que las personas con atracción hacia el mismo sexo deben ser “acogidas con respeto, compasión y delicadeza” (§§ CIC 2357–2358). Por eso, en otro momento aclarará sin ambigüedades: “Ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia”.

Por otro lado, la claridad doctrinal de Benedicto no debe interpretarse como una falta de amor o de comprensión, o como una rigidez. También el papa alemán nos exhortaba a aprender de Jesús “a no juzgar y a no condenar al prójimo”. Sin embargo, esta actitud misericordiosa solo puede sostenerse desde la verdad, que nos enseña “a ser intransigentes con el pecado —¡comenzando por el nuestro!— e indulgentes con las personas”. Benedicto sabía muy bien que anunciar la enseñanza moral también es un acto de caridad, aunque sea polémico y difícil de aceptar. El pecado debe poder identificarse con claridad para que podamos hacerle frente, y no porque se trate de una restricción arbitraria de la Iglesia, sino porque objetivamente impide el desarrollo humano y no deja a la persona desplegar la plenitud de su potencial.

Hay, pues, una continuidad dinámica entre el énfasis doctrinal de Benedicto y el pastoral de Francisco. Los respectivos acentos no deben entenderse como categorías políticas, sino como dos aspectos de un mismo Evangelio, que siempre deben armonizarse en un delicado equilibrio. Con esta perspectiva, retomemos la pregunta inicial: ¿Qué podemos esperar de León XIV? La elección del nombre nos ofrece una gran señal. Según sus propias palabras, hay varias razones que lo explican, pero la principal es que, así como León XIII tuvo que afrontar la cuestión social en el contexto de la gran revolución industrial, hoy la Iglesia debe responder “a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y del trabajo”. En otras palabras, así como León XIII supo dar una respuesta profética a los desafíos de su tiempo con la inauguración de la doctrina social de la Iglesia, el nuevo papa parece orientarse hacia una renovación de ese mismo impulso, profundizándolo para arrojar luz sobre los complejos desafíos antropológicos, sociales y culturales de nuestra generación. Este desafío requiere un sólido planteamiento doctrinal y una orientación pastoral preocupada por el ser humano concreto de hoy.

El Papa ha situado su pontificado en continuidad con el de su predecesor, adherido a un camino que “desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”. De modo que su propia autocomprensión no se corresponde con la de aquellos que quieren entender a Francisco en clave progresista, como opuesto a Juan Pablo II y a Benedicto XVI. Para el papa León, no es verdad que estos últimos impidieron la puesta en marcha del Concilio y que, por fin, Francisco dejó atrás el lastre de la resistencia a la modernidad. No. Se trata de un camino continuo, que enfatiza diferentes aspectos de la riqueza de un único Evangelio y que avanza en su “diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo”. Verdad, justicia, paz y fraternidad: estos son los principios evangélicos que animarán el pontificado de León XIV. Verdad y caridad de la mano.

 

*Profesor investigador de la Universidad Panamericana. Tiene un Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra y una Maestría en Filosofía por la UNAM. Entre sus títulos más recientes destacan los libros: Asentimiento y certeza en el pensamiento de John Henry Newman: una defensa de la creencia religiosa (Nun 2021); Sentido y verdad: hacia una nueva comprensión de la filosofía desde el pensamiento de Joseph Ratzinger (BAC). Actualmente dirige un grupo de investigación internacional sobre la relación entre filosofía y teología en el pensamiento de Joseph Ratzinger.

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