
Pocas obras logran capturar el temblor del alma humana como Bodas de sangre, ese clásico atemporal de Federico García Lorca que arde con la intensidad de lo no dicho, de lo prohibido, de lo inevitable. En esta tragedia rural, escrita en 1931 —y estrenada con fuerza en 1933—, el poeta granadino hace estallar los silencios de una España profunda, donde el deseo y el deber chocan sin tregua en un paisaje marcado por la tierra, la muerte y la luna como testigo.
Hoy, casi un siglo después, la obra sigue viva, desgarrando corazones desde el escenario. Esta nueva puesta en escena no se limita a reproducir el texto: lo revive, lo reinterpreta, lo sacude. Hablamos con sus protagonistas, quienes no solo encarnan a los personajes, sino que los atraviesan desde la emoción y el cuerpo. La novia, el novio, la madre, Leonardo… ya no son figuras literarias: son carne, sudor y decisión en un mundo donde amar puede ser sentencia.
En esta entrevista, los actores Ángeles Cruz y Miguel Tercero nos abren la puerta a su proceso creativo, sus reflexiones sobre la vigencia de Lorca y lo que significa habitar un universo donde el destino no pregunta, solo arremete. Porque Bodas de sangre no se representa: se vive. Y en este montaje, late con la misma fuerza que la primera vez.

“La vida es tan breve que hay que tomarla con profundidad”: Ángeles Cruz
Por las venas del teatro corre la sangre antigua de la tragedia, pero también la vibración viva de quienes se atreven a encarnar sus palabras. En el caso de Ángeles Cruz, reconocida actriz y directora mexicana, Bodas de sangre de Federico García Lorca no es solo una obra: es una herida abierta que late con cada función.
La entrevistamos previo de una función intensa, cuando aun antes de subir a escena, sus ojos vibran por la emoción, y sus palabras llegaron como relámpagos suaves: “El duelo y estas cicatrices de sangre, de asesinatos, son heridas que nunca terminan de sanar”. Así describe la actriz al personaje de la madre, esa figura que Lorca bordó con la fuerza del instinto, del miedo y del amor irrevocable.
“Esta madre tiene un miedo profundo a perder al único hijo que le queda vivo”, explica Ángeles. Pero, en lugar de aferrarse a él con cadenas de dolor, trata de acompañarlo, de no contagiarle sus propios miedos. En ese gesto de contención, reconoce una figura muy cercana: la madre mexicana, que ama en silencio, que se desvela, que —como la suya— “jamás vuelve a dormir igual” después de tener un hijo.

Pero no todo es biografía. Cruz evita la complacencia. Aunque reconoce estar viviendo procesos personales de duelo, no se trata de prestarse a la madre lorquiana, sino de entenderla desde dentro: “Hay cosas que me atraviesan, que también atraviesan a esta madre”, confiesa. Y ahí, en esa honestidad, nace una interpretación profundamente humana.
Sobre el lenguaje poético de Lorca, la actriz lo dice sin rodeos: “No hay otra manera de entender a Lorca que desde la entraña. Pasarlo por el raciocinio sería limitarlo”. Gracias a la dirección de Angélica Rogel y una adaptación que aterriza el lirismo a la realidad mexicana contemporánea, la palabra se vuelve carne, y la música —como en la tradición andaluza— se funde con el dolor y el deseo.
El mayor desafío, nos dice, ha sido mirarse en ese espejo que es el personaje. “Duele. Duele mucho saber que a veces las circunstancias nos arrastran. Y que nos encontramos perdidos”. Pero ese dolor no se queda en el escenario: se transforma en comunión, en experiencia compartida. “El teatro te permite eso”, reflexiona, “vivir una hora y media donde algo cambia, algo se mueve”.
Cuando le preguntamos qué espera que el público se lleve de Bodas de sangre, Ángeles responde con la humildad de quien comprende que el arte no dicta: propone. “Que abran su corazón. Que reflexionen sobre el amor, sobre las decisiones que tomamos, sobre la vida que queremos. Porque la vida es tan breve que hay que tomarla con profundidad”.

“Lorca le dio al clavo a cosas humanas que nos suceden hoy en día”: Miguel Tercero
“El cuerpo no sabe que es ficción”, confiesa con una mirada que revela el peso de cada ensayo, de cada función.
“Artísticamente, es un reto muy grande —dice casi sin pensarlo—. Es una obra emblemática de un autor emblemático. Y es increíble cómo sigue atravesándonos, porque Lorca le dio al clavo a cosas humanas que siguen siendo nuestras hoy”.
La propuesta de la directora Angélica Rogel sitúa la acción en el norte del país, ese territorio donde conviven la tradición más rígida y la violencia más cotidiana. Una elección que, según Tercero, fue estratégica y poderosa. “Angélica trató de encontrar un lugar donde todavía existieran estructuras conservadoras muy arraigadas… y el norte lo tiene todo. Además, el uso del corrido tumbado como vehículo emocional fue un hallazgo: se volvió la forma de decir lo que no se puede decir de otra manera”.

Los textos de Lorca permanecen intactos —ni una coma cambiada—, pero las voces, el acento y el contexto hacen que parezcan escritos ayer. Y en medio de este vendaval, el personaje del Novio se muestra como un hombre que quiere amar, pero no puede con el dolor heredado. “Mató a su padre y a su hermano —cuenta Miguel—. No se permite sentir el duelo. Se traga el dolor y sigue adelante. Eso, como hombres, lo sabemos hacer muy bien: tragarse la vulnerabilidad y decir ‘puedo con esto y más’”.
Al hablar del desenlace —que no necesita spoiler—, Miguel es certero: “Hay una furia contenida y un dolor contenido que no ha podido salir de otra manera, y entonces cuando se siente traicionado… va y mata”. Ahí, justamente ahí, Lorca nos planta de frente con lo que no hemos querido ver: los mecanismos del patriarcado, la represión de la emoción, el amor convertido en herida.
El trabajo físico y emocional para encarnar al Novio ha sido extremo. Cada función implica revivir el abandono, la rabia, la impotencia. “Al cuerpo lo matan cada vez —afirma Miguel—, y después uno dice ‘es ficción’, pero el cuerpo se queda con cosas. Eso también forma parte del oficio: saber cómo cortar y relajar”.
Un Lorca que se canta y se llora
El montaje incluye música original compuesta por Hans Warner, basada en los versos del poeta granadino. “La gente escucha corridos y se siente identificada, pero lo que están escuchando es a Lorca. Eso nos encanta porque lo vuelve más vivo, más nuestro”.

Cuando le preguntamos qué se lleva de este personaje, Miguel no duda: “Una obra como esta te entrena el alma. Te exige girar emocionalmente de una escena a otra, te hace crecer como actor y como ser humano. Y lo mejor es que al público lo conmueve”.
En tiempos donde lo conservador sigue dictando el rumbo de muchas vidas, Bodas de Sangre resuena con la misma fuerza con la que fue escrita. Porque, como bien lo dijo el propio Miguel Tercero, “Lorca le dio al clavo a cosas humanas que nos suceden hoy en día”.