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En lugar de escuchar slogans prefabricados sobre qué hacer con los jóvenes, tal vez convenga tomar en serio que el verdadero desafío educativo no está en dictar respuestas fáciles, sino en fomentar la capacidad de reflexión profunda

¿Y si Antígona no es la heroína? Reflexiones en el Día de la Juventud

Juventud Día Internacional de la Juventud.

Hace poco, leía con mi hijo de cinco años una versión adaptada de Antígona, en la que se explica de manera sencilla el valor y el sacrificio de ella al desafiar a Creonte para darle un entierro digno a su hermano. Le hablaba de lo honorable que fue al desobedecer las órdenes del rey por lo que consideraba justo. Me sentía segura de esa interpretación: Antígona es la heroína, no hay duda. “Ella hizo lo correcto”, pensé. Pero lo que ocurrió en un seminario de filosofía unos días después me hizo replantear esa convicción.

Durante el seminario en cuestión, el profesor mencionó, casi como una anécdota, una discusión que llevaba años teniendo con un amigo cercano. El profesor defendía que el verdadero héroe de Antígona no era ella, sino Creonte, el rey. Él argumentaba que Creonte actuaba en defensa del orden y la estabilidad, protegiendo la ciudad, mientras que Antígona, aunque moralmente noble, estaba actuando desde una perspectiva personal. La postura de su amigo, que creía que Antígona era la heroína, era la que yo había adoptado siempre. Sin embargo, escuchar esta idea me sorprendió tanto que, por un momento, me vi cuestionando mi propia creencia: ¿es posible que Creonte, con su rígido enfoque en la ley, también sea razonablemente justo? ¿Y si eso es razonable, cómo pueden convivir entre sí dos visiones tan opuestas de la justicia?

Porque, desde la óptica de Creonte, su postura también tiene sentido. Él no actúa por favoritismo familiar o personal. Al contrario, está representando lo que considera la justicia pública, un principio que mantiene el orden y la estabilidad en la ciudad. Desde su perspectiva, la ley no es negociable; es lo que garantiza el bienestar de todos. En su rol de gobernante, es su deber proteger la estructura del Estado, incluso si eso significa sacrificar lo que más ama: a su familia.

Por otro lado, Antígona parece estar actuando desde un lugar igualmente razonable. Ella defiende lo que considera una justicia superior a la ley humana, una justicia que responde a valores más universales como el respeto a los muertos y el honor familiar. Para Antígona, su acto no es un desafío personal, sino un deber moral que no puede ser ignorado, independientemente de las consecuencias. Su valentía, en última instancia, nace de una lucha por lo que ella percibe como lo verdaderamente justo.

Ambos enfoques, aunque defendiendo nociones distintas de justicia, son razonables. Aquí es donde el concepto de equiqueya de Tomás de Aquino cobra relevancia. En la Summa Theologica, Aquino describe la equiqueya como un principio de equidad que permite moderar la letra estricta de la ley en función de las circunstancias concretas y el contexto moral. Según este concepto, la justicia no siempre debe aplicarse de manera rígida e inflexible; en algunos casos, es necesario tener en cuenta el contexto y las intenciones para lograr una decisión verdaderamente justa.

Desde esta perspectiva, tanto Creonte como Antígona podrían estar actuando de manera justa dentro de su propio marco moral, pero cada uno interpretando de manera diferente lo que la ley exige. Creonte, al aferrarse a la ley como principio de estabilidad, y Antígona, al priorizar principios éticos superiores como el respeto a la familia. Ambos podrían estar aplicando equiqueya, ya que interpretan la justicia de acuerdo con las necesidades del momento y sus propios valores, buscando siempre lo que consideran lo más justo en sus respectivos contextos.

Mi opinión sobre Antígona no cambió, pero sí se matizó. En el fondo, sigo creyendo que Antígona es la heroína, pero ahora reconozco que otras lecturas, como la de Creonte, también son defendibles y deben ser consideradas. Como educadores, es imprescindible presentar estas lecturas alternativas, no como verdades absolutas, sino como enfoques válidos dentro del marco de una reflexión crítica.

Hoy, en el Día de la Juventud, en lugar de escuchar slogans prefabricados sobre qué hacer con los jóvenes, tal vez convenga tomar en serio que el verdadero desafío educativo no está en dictar respuestas fáciles, sino en fomentar la capacidad de reflexión profunda, la cual no se conforma con conclusiones predecibles o poco razonadas. Las tragedias griegas, como la de Antígona, siguen siendo vigentes no solo por sus dilemas éticos, sino porque nos enseñan a cuestionar lo que consideramos “lo correcto” y a abrirnos a la pluralidad de interpretaciones. Lo importante no es quién es la heroína, sino la capacidad de cuestionar, de reflexionar y de comprender que no siempre hay respuestas fáciles.

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