
Los hallazgos arqueológicos permiten asegurar que en México se trabajó el marfil desde épocas muy tempranas. “A los chinos les gusta mucho el marfil, pero con los datos que hemos obtenido, podemos decir que en la época prehispánica había marfil en un periodo muy temprano de nuestro territorio”, aseveró el arqueólogo Gilberto Pérez Roldán, especialista en arqueozoología.
El investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) expuso que los trabajos arqueológicos en un predio del municipio de Cedral, en San Luis Potosí, arrojaron artefactos elaborados con marfil obtenido de mamut, lo que demuestra el uso de ese material en territorio americano.
“Cuando me toca trabajar y estudiar este predio en Cedral, primero me topo con un fechamiento de radiocarbono que se acerca a los 28 mil años antes del presente”, señaló al dictar la conferencia “De los huesos de mamut a las astas de venado, el hueso trabajado como material arqueológico”, que formó parte del ciclo La arqueología hoy, que coordina el arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.
En el Aula Mayor de la institución, Pérez Roldán afirmó que “el primer hallazgo” en el predio potosino fue “la presencia de marfil trabajado, que no se tenía contemplado, o registrado, en las investigaciones anteriores sobre marfil trabajado en el territorio mexicano”. De las tres piezas localizadas, la más emblemática presenta huellas de trabajo que pudieron ser comprobadas a partir de arqueología experimental.
“El marfil tiene una característica para el territorio mexicano: cuando está enterrado por mucho tiempo pierde propiedades. El crecimiento del marfil es en forma de anillos de árbol, entonces esto hace que con el tiempo el marfil se exponga, digámoslo así, y cuando los investigadores, paleontólogos o arqueólogos los descubrimos, hallamos puros fragmentitos”.

El material fue tomado de la especie conocida como mamut Columbia, “también llamado mamut americano y, por qué no decirlo: mamut mexicano”. Adicionalmente, señaló, los cazadores recolectores también usaron los morales. “Lo que hicieron en este sitio fue aprovecharlas, obtenerlas mediante golpes de percusión y luego, con una serie de tallados, hicieron una herramienta conocida como raspadores”.
“Tanto las piezas de marfil como estas tenían una particularidad. A la hora de compararlas, nos dimos cuenta de que eran para la limpieza de las pieles, al extraer una piel vamos a tener en la zona del pelo, la contracara, una serie de grasas y residuos, entre ellos pedazos de carne y, además, se tienen que procesar para que los organismos desintegradores, como moscas, bacterias y otros insectos no se carcoman, no se haga la putrefacción y lleve a la desintegración de las pieles”, explicó.
La presencia del material también se dio en la Ciudad de México, particularmente en el predio Diana, muy cerca de la Estela de Luz, donde en 2014, Pérez Roldán tuvo oportunidad de trabajar. “Encontramos marfil trabajado, la pieza de la defensa y se estuvo extrayendo marfil, encontramos nuevamente molares y encontramos huesos largos trabajados”.
Durante su ponencia, el investigador, quien desde 2002 trabaja en las áreas de arqueozoología, tafonomía y estudios de hueso trabajado humano y animal en el México prehispánico y colonial, recorrió la historia del trabajo en hueso que se ha desarrollado en el territorio mexicano desde la época prehispánica hasta la llegada de los españoles.
“Esta materia prima tiene como características ser un material duro, pero también flexible porque está constituido por elementos, químicamente hablando tiene unas estructuras de cristales que se llama hidroxiapatita y desde el punto de vista de materia blanda tiene colágeno. Es un material que ha sido trabajado desde los homínidos, que experimentaron con ellos, y después el homo sapiens lo siguió trabajando como herramientas o artefactos”.
Huesos humanos trabajados
Si bien los primeros pobladores del territorio mexicano utilizaron huesos y marfil de mamut para elaborar artefactos, en el periodo preclásico o formativo aumentó el uso de huesos de animales como venados, guajolotes y perros, mientras que, para el periodo clásico y posclásico, sobre todo con el desarrollo de las grandes ciudades mesoamericanas, se sumó también material óseo humano.
“Una de las metrópolis prehispánicas mejor conocidas es Teotihuacan, algo interesante que encontramos en las grandes ciudades es la presencia de huesos de perro, pero también la presencia, ya más evidente, del hueso humano. La presencia de hueso humano aparece desde el formativo, las concentraciones son pocas, pero en el periodo del clásico ya son más recurrentes”, señaló Gilberto Pérez Roldán.
Para el periodo clásico, recordó, “aparecen ya las orejeras hechas de hueso, son orejeras huecas que se van colocando en la parte de la oreja, como su nombre lo indica, y también vamos viendo punzones. También descubrimos que de los húmeros se extraía una pieza que conocemos como mangos muy relacionada al trabajo, en el Códice Florentino se ve, relacionada al trabajo de la pluma”.
La gran pregunta, cuestionó, es: ¿por qué usaban el hueso humano? y ¿qué es lo que elaboraban? A los huesos humanos les dieron diferentes usos “y en la época del clásico y postclásico utilizaban el cráneo, era uno de los elementos más importantes para confeccionar objetos, pero la gran mayoría de estos objetos terminaban en ofrendas. Se utiliza la mandíbula, los huesos largos, las mejores piezas para hacer herramientas u objetos de uso rudo, son los fémures y las tibias”.
“Pero también tenemos que extraían de húmeros, radios, cúbitos, algunas costillas, clavículas u homóplatos”, dijo.
Además de cuentas y orejeras, se hacían cinceles, “los instrumentos más duros y resistentes; punzones, con los huesos que conforman el brazo, la pierna; agujas, una buena cantidad de agujas, se siguieron manufacturando desde el clásico hasta el posclásico”.

Un interesante hallazgo se dio en Xochimilco, que corresponde a la época de entrada al posclásico, en el México Tenochtitlán, donde existe la actividad ceremonial de sacrificar en el recinto sagrado.
“Lo que sabemos es que, de los sacrificados, por un lado, se extraían las sustancias vitales en la parte de arriba, en la parte de abajo se extraían las pieles, pero ¿qué pasaba con los huesos?
Se tiene la propuesta que aquí en la parte de abajo se desmembraban y las piezas más importantes, como los cráneos, pues iban a dar en este Tzompantli; se colocaban ahí para que se descarnaran, pero una vez descarnadas, estas piezas ya eran materia prima, digámoslo así. Con algunas de ellas se manufacturaban lo que son las famosas máscaras que vamos a ver en el Museo del Templo Mayor, y los huesos largos iban en varias direcciones”.
Pérez Roldán planteó algunas interrogantes: “Si en su momento, al principio, no lo utilizaban, tenían el venado, tenían al perro, el guajolote y otras especies, ¿por qué se incorpora el hueso humano como herramienta?”.
Para el investigador, “hay un aspecto simbólico, lo vemos en esta idea de la violencia. Queda un poco claro con los aspectos de la guerra, pero la gran pregunta es por qué ahora se integra como herramientas, si tienes todas esas especies que pueden fácilmente hacer agujas, por ejemplo”.
“Hay varias interrogantes, ¿de quién eran los huesos humanos trabajados?, ¿cómo los procesaban en las diferentes regiones?, ¿por qué no en todos se procesaban?, ¿cuáles son los aspectos simbólicos al utilizar huesos en sus diferentes representaciones?”, planteó.
Previo a la disertación de Gilberto Pérez Roldán, el arqueólogo Leonardo López Luján se refirió a la investigación que realizó junto con Guilhem Olivier y Javier Urcid intitulada “El Altar de los Guerreros del Sol del Metropolitan Museum of Art de Nueva York”, aparecida en el número especial que aún circula de la revista Arqueología mexicana.
De acuerdo con los registros del museo, la pieza fue propiedad de Luigi Petich quien se desempeñó en México como cónsul de Italia, donde adquirió el gusto por el coleccionismo. El primer indicio explicaría que adquirió la pieza en Puebla, donde habría sido esculpida; para 1900 viaja a Nueva York donde vende la pieza al museo neoyorquino y su colección.
“El Altar de los Guerreros del Sol se talló en una roca volcánica en algún momento, por el estilo de la segunda mitad del siglo XV, o quizás de las dos primeras décadas del siglo XVI. Es una talla cuadrangular pequeña, mide 17.1 centímetros por 34.3 por 22.0 centímetros; cuatro de sus seis caras conservan aún interesantes relieves que nos hablan de la función original de este objeto”, dijo.
En la cara frontal, explicó, “vemos una escena compleja y de hondo sentido religioso. Vemos de cuerpo entero y frente a frente a los dos más temidos super predadores del mundo mesoamericano: el águila y el jaguar, es bellísima. Estos dos animales conformaban el emblema de la orden de los cuauhtli-océlotl, o de los guerreros águila y jaguar; era una sola orden, no eran dos diferentes, que veneraba al astro solar, precisamente en la fiesta de nahui ollin o Cuatro Movimiento”.
Tras exponer los diferentes elementos que conforman la pieza, el colegiado concluyó que la propuesta es “que el Altar de los Guerreros del Sol, atesorado actualmente en el Metropolitan de Nueva York, habría servido originalmente como un ara, como una superficie de ofrenda sobre la cual se depositaban las ofrendas al astro máximo, específicamente la sangre vivificadora de los devotos: el mejor regalo que uno podía darle a la divinidad era la sangre propia”.