Cultura

Un tesoro apareció y desapareció, un tesoro que nunca debió existir

De cómo se arrancó a un artista la Virgen de Pereyns

Catedral Metropolitana (Iván Guevara Ramírez/Iván Guevara Ramírez)

Las historias suelen tener al menos dos versiones, aquella que emerge del fiel registro en papel del hecho acontecido y una más ornamentada y revestida de elementos románticos que sirve a intereses pedagógicos y que, en ocasiones, es el tintero fantasioso de escritores, prosistas y poetas. Tal es el caso de la Virgen de Pereyns, legendaria imagen que formara parte de un retablo cuya hechura remite a la segunda mitad del siglo XVI.

EL JUDAIZANTE

Esta historia se mantuvo gracias a la tradición oral, bendita costumbre la nuestra de transmitir antiquísimos relatos y bendita también la memoria de la santa abuela del excelentísimo D. Luis González Obregón que a su nieto, un apasionado cronista, tuvo a bien contar la leyenda de la Virgen del Perdón, versión poética de una historia que en los annales particulares de este Señor ha quedado plasmada. Resulta que allá por el año de 1570 la Catedral Metropolitana guardaba en su vientre la imagen de una Santa María contenida en un marco de plata lunar, cubierta por un límpido e impoluto cristal y rodeada, a manera de retablo, por las imágenes de San José y Santa Ana. Del conjunto se presumía haber sido creado al reverso del portón carcelario de una de las lúgubres mazmorras de la Santa Inquisición.

La creencia popular esbozaba a los curiosos una historia que reza más o menos así:

Decíase que en los años coloniales, cuando los virreyes capitanes generales regían sobre la ciudad y prácticamente todo el continente, un reo judaizante fue a dar al calabozo. Preguntado, el prisionero afirmaba ser pintor, uno diestro, formado en las más prestigiosas escuelas europeas y aficionado, no obstante su confesión en la fe judía, a la imaginería cristiana, ya fuera esta católica, bizantina u ortodoxa.

El judío, cuyo nombre no aparece en esta primera versión, pasábase los días y noches en la mazmorra sin pronunciar palabra alguna, hasta que rendido al hastío pidió a su carcelero se le proporcionaran colores varios y pinceles en aras de ejercer su oficio, al no hallar impedimento alguno, la cárcel concedió: “Malo como es, sabe pintar. Porque Dios es misericordioso hasta con sus enemigos y a todas las criaturas dispensa sus dones”.

Años de viajes entre las capitales europeas le mostraron al judío retratos maravillosos, arte sacro del imperio trinitario en la Tierra; hurgando en tales memorias, en busca de inspiración, el hombre comenzó a pintar sobre el reverso de la puerta de aquella mazmorra, revelando cada tanto los avances a su cuidador. Cuando hubo terminado mostró emocionado al celador de su calabozo la fina y santa imagen de una virgen de rostro tan dulce y amoroso, tan devoto y hermoso que “el solo verla un instante, invitaba a la oración”. El gozo del judío, al haber hecho cosa buena que conmoviera más tarde los corazones de jueces e inquisidores, motivó al Tribunal a expresar que aquel hebreo, de cuyas manos brotara la Santa Virgen, era en sí patente milagro, de modo que si el hombre abjurase a la ley mosaica, se arrepintiese de sus culpas y dijese sus pecados, sería perdonado y puesto en libertad para ser, de ahora en más, un buen cristiano; cosa que hizo.

La pintura del preso judaizante fue finalmente colocada en la Catedral de México, justo en el Altar del perdón y a un lado del Señor del Veneno, efigie que salvara a D. Fermín Andueza de morir emponzoñado (una historia para otro día). El pueblo de la Nueva España llamó a la imagen la Virgen del Perdón.

LOS REGISTROS

La Virgen de Pereyns

De la presencia del reo consta registro hallado, curado y a la luz expuesto por González Obregón. De aquella polvosa prosa, el bibliófilo rescató la historia que sirvió de base a la leyenda, estaba todo descrito en la causa original de don Alfonso Montúfar, segundo Arzobispo de México, Calificador del Santo Tribunal de Granada e inquisidor en la Nueva España, en contra de un flamenco de nombre Simón Pereyns. El cargo: blasfemia.

El acusado era natural de Amberes, y antes de emigrar a México, en los tiempos del virrey Gastón de Peralta, había vivido en Lisboa y luego en Toledo, donde trató de ganar dinero haciendo de pintor. Ya en territorio novohispano, como sucedió a muchos extranjeros bien viajados y conocedores, de horizontes amplios y letrados más allá de los textos donde el nihil obstat negaba el universo, su boca le traicionó.

De acuerdo con la declaración del 14 de septiembre de 1568, rendida de buena fe por Pereyns a los inquisidores, fue estando Tepeaca, conversando con otro pintor de nombre Francisco Morales y con la esposa de este, Francisca Ortiz, que manifestó con holgura su creencia en que los amancebados, es decir, quienes vivían en concubinato, no cometían pecado alguno. Declaración por la que fue inmediatamente reprendido por su colega diciéndole que, en España, la inquisición le castigaría por menos que eso. Otro tanto se anotó el pobre Pereyns cuando adujo que gustaba más de retratar a personas que a santos y vírgenes. Por estos dichos, fue que su colega le conminó a callar y acudir sin dilación a confesarse ante un director espiritual.

El relato explica que, en efecto, la conciencia remordió a Simón Pereyns y se presentó un 10 de septiembre a denunciarse a sí mismo, aunque alegando que aquellos dichos de los que acudía a dar razón fueron mal interpretados dada su poca destreza en la lengua castellana. Y aunque la confesión pareció honesta al Calificador, el hecho de que “mejor pintaba retratos que imágenes” enfureció al Tribunal, asunto con el que se ensañó.

Pereyns explicó que su preferencia sobre a qué consagrar el arte no obedecía a una falta de fervor, y que en nada negaba la fe católica, priorizaba los retratos sencillamente porque se pagaban mejor.

Sin embargo, empeñado en hallar en sus dichos motivaciones perversas, los inquisidores le amarraron al potro, y le obligaron a tragar tres jarros de agua.

El hombre salió avante del tormento, no se desdijo, pero igualmente fue castigado; dijeron los jueces:

“Que Simón no quiere hacer imágenes, que pinte entonces un retablo de Ntra. Sra. de la Merced y, que si gusta más de hacer retratos porque se los pagan mejor, pues que pinte gratis et amore en nuestra Santa Catedral”.

Fue así, en realidad, como la primitiva Catedral en México obtuvo a la Virgen del Perdón, no por milagro venido de un preso judío conmovido, sino a costa del dolor y el sufrimiento de un artista bien intencionado, pero la historia no termina ahí…

NO LA MERECEMOS

Incendio en catedral

Hace 58 años, en 1967, alrededor de las 23:30 horas, un corto circuito originó un incendio en la Catedral Metropolitana. Tres decenas de bomberos, con tres bombas de agua, no pudieron sofocar las llamas sino hasta pasadas las dos de la mañana.

Dispersado el humo, los daños fueron evidentes, el incendio había comenzado, de manera puntual, en una instalación eléctrica adyacente al Altar el Perdón, llevándose consigo el 85% del Cristo del Perdón y a la Santísima Virgen del pobre Pereyns, dejando tan solo el bello marco de plata selenita.

Decía González Obregón que a veces es necesario quitar los adornos poéticos a la historia, pero a este autor le resulta en extremo difícil, sobre todo si pretende ser osado al pensar que el fuego reclamó lo que no fue dado de buena gana en primer lugar .

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