Carcoma, la primera novela de Layla Martínez, es un texto breve pero demoledor, que ahonda en los ecos del dolor heredado, la violencia estructural y la memoria oscura que se transmite de generación en generación. La historia se centra en dos mujeres sin nombre: una abuela y su nieta, habitantes de una casa situada en una zona rural de España, aisladas del mundo y marcadas por el desprecio de sus vecinos. Durante el día, son repudiadas, señaladas y condenadas al silencio; de noche, los mismos que las rechazan buscan su ayuda a escondidas, como si reconocieran en ellas un vínculo con lo sagrado y lo maldito.

La casa, más que un refugio, es una cárcel. Es también el tercer personaje central de la obra: un espacio vivo que cruje, se estremece y observa; sus paredes están impregnadas de rencor, de abusos pasados y de la rabia de quienes la habitaron antes. El relato se articula desde esa atmósfera enrarecida en la que conviven santos, sombras y difuntos errantes que regresan exhaustos del monte. El espacio doméstico se convierte en un receptáculo de la memoria colectiva femenina, un lugar donde las mujeres de la estirpe de la protagonista han sido condenadas al maltrato y a la sumisión durante cuatro generaciones. La maldición, como la carcoma, roe en silencio, desgasta los cuerpos y los espíritus, pero también alimenta el germen de la venganza.
Narrada a dos voces —la de la abuela y la de la nieta—, la novela ofrece una dualidad que genera tensión en el lector: cada una desmiente a la otra, se contradicen, difieren en percepciones y recuerdos. Esta estructura no solo construye una polifonía inquietante, sino que evidencia cómo la memoria y el dolor pueden fragmentarse, distorsionarse y transmitirse de formas distintas.
Martínez no busca grandes giros narrativos ni tramas recargadas; la fuerza de Carcoma reside en su atmósfera, en sus imágenes potentes y en la crudeza de su lenguaje. Las descripciones son viscerales, casi corpóreas, y consiguen transmitir una sensación de opresión constante, como si cada página encerrara el mismo aire enrarecido que circula en la casa. Aunque algunos giros puedan anticiparse, esto no disminuye el impacto de la obra, ya que lo esencial no está en la sorpresa sino en la densidad emocional y simbólica que la autora logra construir.
En síntesis, Carcoma es un texto breve, intenso y profundamente político. Es una novela sobre la herencia del dolor, sobre las violencias silenciadas que atraviesan generaciones, pero también sobre la posibilidad de rebelión y de agencia. La casa —con sus sombras, sus ruidos y su memoria— se erige como el verdadero núcleo narrativo: un personaje que custodia el pasado, pero que también acompaña a las mujeres en su decisión de no repetirlo.
Layla Martínez entrega así una obra que, a pesar de su concisión, deja una marca perdurable, como una cicatriz en la literatura contemporánea española.