Cultura

El día después: el silencio del 3 de octubre de 1968

Civiles corren en una calle de Tlatelolco, tras abrir fuego el Ejército en la Plaza de las Tres Culturas. (IISUE-UNAM)

“El periódico que dice lo que otros callan”. La mitad superior de la primera plana es la cabeza de un fuego cruzado: “BALACERA DEL EJÉRCITO CON ESTUDIANTES”. Ejército como la palabra que va a la vanguardia y que no recula frente al encontronazo con el otro bando. “Muchos muertos y heridos; habla García Barragán”, declaración que abandera el cintillo mientras que en el extremo derecho, por debajo del encabezado, se impone un calificativo: “Sangrienta Batalla”. La portada del jueves 3 de octubre de 1968 que apareció en La Prensa, uno de los diarios con mayor circulación entonces, se lee como si fuera una capitulación recién signada y hasta ese día, expuesta ante el público.

La fotografía que ocupa la otra mitad de la plana, sin embargo, refleja otro sentido: el del movimiento agitado de una decena de personas capturado de forma borrosa, como si el obturador, en ese preciso momento, se hubiera anquilosado en medio del terror y la bulla.

Con anterioridad, La Prensa ya se había encargado de informar sobre el caso de Mika Seeger, una joven neoyorkina aprehendida tras el bazucazo de San Ildefonso que representaba un “peligro para México”, tal vez por tratarse de la hija de un afamado cantante de protesta (La Prensa, 28 de julio); había dado ya a conocer, en portada, al presunto miembro de “un grupo de agitadores irresponsables”, un niño cuya edad no rebasaba los once años (La Prensa, 30 de julio); la noticia del pajarero asesinado en el enfrentamiento de la Plaza Hidalgo, Antonio Peña Anaya, la había comunicado como la consecuencia de haber sido parte de los “subversivos” (La Prensa, 26 de septiembre).

Era claro que aquel medio no estaba absuelto de los lineamientos del mandato ni de su discurso oficial: criminalizar a los jóvenes, tildándolos de motineros, agitadores y alborotadores, apóstoles del odio y de la anarquía; denostar a los intelectuales, periodistas y a cualquiera que se pronunciara a favor del movimiento estudiantil; portar como estandartes ideológicos el anticomunismo y la xenofobia a manera de afrenta ante la conjura internacional que pretendía boicotear las olimpiadas. En realidad, la gran mayoría de los periódicos tampoco lo estaba.

Ese 3 de octubre, los pies de foto que acompañaron a las imágenes de la nota principal de El Universal, intitulada “Tlatelolco, Campo de Batalla”, apuntalaban la retórica del militar como salvaguarda de la integridad ciudadana y la del joven como aquél que perpetra el ataque e infunde la zozobra:

“Además de ambulantes, algunos soldados ayudaban a recoger a las decenas de personas heridas en el encuentro ocurrido en Tlatelolco.

“También por parte del Ejército los servicios de Sanidad trabajaron intensamente para auxiliar a sus compañeros heridos.

“Un joven aprehendido durante el zafarrancho es conducido a una de las ‘julias’.

“Armado con una hacha, este hombre intentó enfrentarse a la policía durante el zafarrancho de Tlatelolco.”

En la misma directriz, El Heraldo de México publicó como editorial “El Prestigio de México por Encima de sus Enemigos”, en el que afirmaba que la nación permanecía impertérrita de cara a lo sucedido en la Plaza de las Tres Culturas, una provocación “sostenida por una minoría estudiantil y por gran número de agitadores profesionales”.

El tono con que remata el texto es claro y contundente y, por lo mismo, servil y timorato: “...si los gobiernos, con los amplios recursos con que cuentan, toman medidas acertadas y eficaces, la ola de subversión mundial podrá afortunadamente ser disuelta y aniquilada. [...] México está saliendo limpio y airoso de los atentados que quieren cometerse en contra de su soberanía y su prestigio”.

La narrativa no varía en las otras portadas de esa fecha: “Manos Extrañas se Empeñan en Desprestigiar a México. El Objetivo: Frustrar los XIX Juegos” (El Sol de México); “Nuevos Desórdenes Estudiantiles en la Capital. De Hecho ya Existe Diálogo Entre Gobierno y Estudiantes” (El Informador); “Criminal Provocación en el Mitin de Tlatelolco Causó Sangriento Zafarrancho” (El Nacional); “La Tropa fue Recibida a Balazos por Francotiradores, Dijo García Barragán” (El Día); “LIMPIAN TLATELOLCO DE FRANCOTIRADORES” (El Universal Gráfico); “SÍ HABRÁ OLIMPIADA” (Ovaciones).

En una de las páginas del Excélsior, un cartón de Abel Quezada comporta la reacción más lúcida frente a la masacre. La imagen, concatenada de ira, congoja, frustración, llena de revuelta en vilo y de una melancolía imperecedera, consiste en un cuadro negro; el título del cartón arroja la pregunta, ¿Por qué?

No hay plana que haga eco de la percusión de la balacera; no hay cifra dada de heridos ni de muertos que siquiera roce lo cierto; no hay duración de tiroteo que no se acorte caprichosamente a voluntad; no hay portada que enseñe guantes blancos, helicópteros ni luces de bengala; no hay texto que refleje la inhumanidad con que fueron torturados los detenidos en el Campo Militar No. 1; no hay diálogo de García Barragán en que se dé piso parejo, sólo hay pisoteo; no hay cuestionamientos contra el Ejército, parapetado tras los pies de foto y los editoriales; no hay testimonio alguno de estudiantes, en ningún momento, por ninguna parte. En el afán de acendrar a la patria, la prensa cubrió la sangre con silencio.

El día después de la matanza, los diarios de México se limitaron a vocear las palabras oficiales, esas mismas palabras que Díaz Ordaz pronunciaría al año siguiente en su quinto informe: acción, resistencia, orden, solución, paz, tranquilidad, justicia, libertad, progreso, soberanía, pueblo, gobierno, nación, futuro.

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