Como parte de las actividades que ofrece el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), tuvo lugar el tercer Laboratorio de Desarrollo de Proyectos Cinematográficos para Cineastas Indígenas y Afrodescendientes de México.
Este espacio nace de la intención de apoyar en el desarrollo de propuestas fílmicas de cineastas originarios de pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes mexicanas. Cada año son seleccionados diez realizadores de distintas etnias y regiones del país para ser asesorados por profesionales de la industria cinematográfica.
Este años los proyectos participantes son:
Benda Yuuze, de Nisaguie Abril Flores Cruz (zapoteca), Oaxaca.
Caminares que germinan en la jícara sagrada, de Norma Delia Robles Carrillo (wixárika), Querétaro.
Del mar al volcán, de Mariana Yareth Hernández Cortés (náhuatl), Colima.
El arreglo, de Maria Candelaria Palma Marcelino (afro-indígena), Guerrero.
El país que éramos nosotras, de Tatiana García Altagracia (afrodescendiente), Ciudad de México.
K Baakelo’on, de Yaremi Guadalupe Chan Padilla (maya), Campeche
Kondoy: los nuevos caminos de la nación Ayuuk, de Antonio Jesús Sánchez Felipe (mixe), Oaxaca.
Para curarnos el paisaje herido, de Celina Yunuen Manuel Piñón (p’urhépecha), Michoacán.
Poch Vaquero, de Luis Augusto Quijano Espinoza (maya), Yucatán.
Sueños contradictorios, de Bernardino de Jesús López de la Cruz (tsotsil), Chiapas.
Durante el día final del laboratorio, se contó con la presencia de los cineasta y de la directora y guionista argentina Lucrecia Martel, conocida por películas como La niña santa, La Ciénega y Zama. En la veintitresava edición del FICM, Martel presentará su documental Nuestra Tierra, el cual plasma la violencia que sufre una comunidad indígena de Chuschagasta, en el norte de Argentina.
El laboratorio, se convirtió en un lugar de reflexión acerca de la identidad en el cine y como esta puede ser un arma de doble filo. Se argumento que cuando a la diversidad del ser humano se le pone identidad, sufre una minimización. “Me asusta que la identidad sea algo fijo”, fue una de las aportaciones de los cineastas.
El termino apropiación cultural también fue mencionado más de una vez. Se cuestionó el origen de la palabra y se enfatizo que para los pueblos originarios no existe una forma de traducir a este vocablo. Lucrecia Martel señaló que la apropiación cultural proviene de un sector académico, es decir, no fue establecido por quienes se ven realmente afectados. Ante esta declaración, el resto de los participantes demostró estar de acuerdo e incluso una de las cineastas explicó que su comunidad más bien usa la palabra saqueo. Está última palabra giro en la conversación y derivó hacia otro concepto: el reconocimiento.
Más de un participante expresó el deseo de que sus proyectos no quedaran separados de el resto de las películas, documentales y cortometrajes que conforman la selección oficial del festival. “Quiero que mis películas estén en las otras categorías”. Pero a la vez también se hablo del orgullo latente de sus pueblos y sus historias.
Todo esto, al final fue vinculado con la cuota que se les da a ciertos grupos como a las mujeres y a los indígenas en un intento intento de reconocer u lucha. Si embargo se llega a sentir más bien como una respuesta absurda a un deuda histórica.
“No somos esos mismos pueblos de hace 500 años, pero se me hace importante hablar de su historia ”
Como parte de la evolución de este encuentro, va a ser importante que se comience a mover hacia un punto donde el reconocimiento no sea símbolo de una división.
Para concluir se le preguntó a la directora Lucrecia Martel, ¿Por qué haces cine? A lo que ella respondió que la incógnita realmente debería ser: ¿Para quién haces cine? En su caso, explicó que para sus vecinos, porque es la gente a quien conoce.
No importa si el tema de una película no es universal, mientras sea universal para una comunidad no hace falta justificar nada.