
Mónica Lavín Maroto mira sus recuerdos y afanes en la escritura dentro de su mural de vida y con una sonrisa dice que recibir el Premio Crónica en Cultura “es como un abrazo colectivo, que me emociona y me hace sentir acompañada por hacer lo que me gusta: contar historias”.
El galardón lo recibirá el 22 de octubre en el Museo Nacional Antropología y, en entrevista desde España, cuenta que la cultura y el arte apela a nuestros asombros. “Nos maravillarnos al escuchar una música, nos sorprendernos y ¡claro!, por eso queremos compartirla con el otro. Lo mismo diría de la ciencia, con la cultura y ciencia siempre nos asombramos, porque incentivan la curiosidad y mueven muchas cosas”.
¿Cómo te sientes y qué significa recibir el Premio Crónica?
Estoy sorprendida y halagada de recibir un premio por hacer lo que me gusta: contar historias. Porque es un privilegio dedicarme a usar la palabra escrita para imaginar y construir historias, plantearme preguntas sobre nuestro proceder y de aquello que atañe a la conducta humana, a la fragilidad, a la grandeza, a lo efímero…
Soy narradora y para ello fui la primera que me di el chance. Un día me dije, a ver, apuéstate como escritora y ahora digo, ¡qué bueno que me aposté!, porque busco, indago y exploro diversos temas en el cuento, en la novela y la novela histórica, y siempre intentando tener una fuerza estética en la prosa, esa construcción de imágenes y tener posibilidad de estar en el lugar donde la palabra crea un mundo.
Y poder dedicar tiempo, alma, energía y tener dudas, porque se escribe con muchas dudas, para luego tener lectores y descubrir esa complicidad que dan ellos al otro lado de la orilla. Todo esto hace que tenga sentido ese trabajo silencioso, apartado…, o mejor dicho: escribir no es silencioso, es romper el silencio en el silencio. Se dice sin hacer ruido, pero la escritura hace mucho ruido.
Por esto, me sigue maravillando que las palabras abran un boquete en la realidad, en la cotidianidad y permitan que exista otro mundo paralelo, que nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, nuestra circunstancia y mortalidad, nuestras ternuras y sueños.
¿Cómo me siento con el Premio?
Me siento sorprendida, porque de repente pienso: esto tan íntimo como es la escritura, en su afán de ser público, porque no se escribe para el cajón, se escribe para el contacto, tener un interlocutor en el otro lado, de repente este Premio te dice: hay interlocutores del otro lado, valió la pena. Es como un abrazo colectivo, así lo siento que me emociona y me hace sentir acompañada.
Siempre he pensado que uno puede escribir con o sin premios. Seguiría escribiendo y contagiando el gusto por la lectura, por el oficio y sus virtudes, pero este Premio es como si de repente te bañara una ola inesperada de constatación, de que lo que haces tiene o deja alguna huella y eso hace que la vida tenga otra estatura.
¿Sobre esto Mónica, muchos dicen que la cultura y el arte no cambian al humano, pero creo que sí y genera el sentimiento de compartir, tú que piensas de esto?
Sobre todo, creo que la cultura apela a nuestros asombros. Nos maravillarnos al escuchar una música, nos sorprendernos y ¡claro!, por eso queremos compartirla, porque hay un asombro, hay un gozo, hay, a veces, una revelación. Creo que esos asombros son una forma de estar vivo, en movimiento y eternamente atento al quehacer humano, a sus hazañas.
Lo mismo diría de la ciencia: produce asombro y este asombro es el mismo que tenemos desde la infancia. Por eso, con la ciencia y la cultura siempre nos asombramos, nos incentivan la curiosidad y mueven muchas cosas.
Por ejemplo, el arte nos confronta, siempre nos mueve algo. Puede ser solamente el gozo o puede ser el dolor y siempre la reflexión. Entonces algo nos pasa con lo que creó el hombre o la mujer. Es algo que viene de una voluntad, de una mirada y una capacidad conjugada con herramientas.
Por ejemplo, la pandemia de Covid-19 demostró, en gran medida, que el arte y la cultura son necesarias porque ensanchan estas batallas cotidianas y nos hace mejores personas en el sentido de que nos vuelve empáticos con el otro, que representa las diferentes miradas del mundo y entonces, sabemos que podemos pensar distinto. Todo gracias a la cultura y al arte.

¿Cómo miras a las nuevas generaciones, a los jóvenes?
Me sorprende que mucha gente quiere ser escritor, escritora, y creo que están influidos por algo que está en el aire y son todas estas sagas de mundos alternos donde hay guerreros. Son esos pequeños mundos, como cuando jugábamos de niños, y no creo que sean géneros menores, pero la lectura de los clásicos, la lectura de la literatura que ha sorteado el tiempo, es algo que se va haciendo menos.
Porque quienes son los primeros maestros, quienes son los que nos hacen escritores, pues los autores que hemos leído. Por algo se nos metió este gusanito de leer y querer crear, proponer. Hoy, creo que esto está faltando.
A veces pienso que hay una simplificación o una mirada muy superficial en estas sagas. A los alumnos que tengo les digo: hagan una muy mexicana, que haya una aportación desde nuestra identidad, porque nada estamos aportando cuando solamente estamos tomando un modelo y llenándolo de personajes.
Lo que importa y eso hay que subrayarlo, del comento, es la valoración de la experiencia personal, comunitaria, del lugar en el que vivimos, del país, de aquello de lo que estamos formados que nos hace tener una mirada y una voz.
Aunque siempre la escritura es individual, pero está siempre referido a la memoria colectiva. Este diálogo con la tradición literaria, por ejemplo, o con la tradición del espacio del que se vive, es lo que nos da sustento.
Porque el escritor debe obtener las herramientas para llegar a donde desea, no tener prisa de publicar. Buscar el éxito hace mucho daño. ¿Qué es el éxito? ¿Cómo se mide? Creo que el éxito es poder hacer lo que uno quiere, entregando lo mejor, arriesgándose, entender que es riesgo y creo que a los jóvenes de hoy el riesgo no les es muy cómodo.
Lo que me encanta es cuando me encuentro con alguien que está teniendo una voz. ¡Qué difícil es eso! Lograr una voz que te particularice, eso toma tiempo. Cuando la encuentro, me emociono y quiero arropar ese proyecto. Hacer sentir a los jóvenes que no todo es de inmediato, toma su tiempo, su esfuerzo y no sabemos si a lograse.

¿Es entender que es mejor fracasar y seguir aprendiendo a no fracasar y quedarte varado?
¡Claro! Es como si quisieran una garantía, una certeza de que si haces esto, obtienes esto. No hay un camino trazado ni un instructivo para el éxito, de cómo lograr lo que quieres.
Si no tienes certeza de algo, da mucha tibieza y se pierde el arrojo. Los que escribimos historias debemos tener una actitud que se define en curiosidad y arrojo. Es el riesgo que debemos asumir.
Nadie está esperando nuestras novelas, cuentos o poemas, lo que debemos pensar es que escribimos con deseo del texto, con el deseo de la lectura del otro.
Hoy, vivimos tiempos, como lo decía Ítalo Calvino, de mucha inmediatez, todo rapidísimo. Eso le pasa a los jóvenes con las redes sociales. A la escritura le tienes que dedicar tiempo, saber qué estructura usas, cómo le entras, qué palabras tienes. Uno escribe para que las cosas queden. Entonces, esa es una lucha difícil en estos tiempos.
Por esto, me asusta el vértigo de estas nuevas formas. Siento que nos están condenando a estar amarrados al celular. De repente ya pasaron dos horas y podrías haber leído o haber escrito. De esto que te chupa hay que liberarse. Por eso, admiro a los escritores que dicen: no tengo redes.
Qué tanto podemos estar dentro y qué tanto afuera. Lo jóvenes buscan ser visibles y para eso son las redes, la visibilidad. ¿Cuántos te siguen? Ya con esto están contentos.
Pero no le apostamos a la visibilidad por la visibilidad, sino al diálogo, a la cercanía, a lo que toma tiempo y entrega no a lo que muestra pedazos de ti.