
Gerardo Murillo vio su muerte en altamar, cuando una tormenta azotó el barco en el que viajaba rumbo a Europa. Al contarle su experiencia al poeta argentino Leopoldo Lugones, uno de sus amigos más cercanos, éste le sugirió cambiar su nombre por uno más evocador: Atl (agua, en náhuatl). A esa palabra le añadieron el nombramiento de doctor, a modo de grado académico.
Así, Gerardo Murillo se convirtió en Dr. Atl, y defendió su nueva identidad ante el asombro de las mentes más prestigiosas de su tiempo. Lo hizo a pesar de que, bajo su nombre original, ya había revolucionado buena parte del arte mexicano, organizó exposiciones, inició el muralismo y su obra pictórica fue reconocida en Francia.
“Hay algo misterioso en su cambio de nombre. Quizá le resultó determinante esto del agua; su experiencia en aquel viaje debió de ser muy significativa. Y el grado de doctor engloba su sabiduría”, explica Luis Rius Caso, curador de la exposición Dr. Atl. Éste es mi verdadero nombre, que se inaugura esta noche en El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX).
Durante esta conversación por Zoom, el historiador del arte hace una pausa en el trajín que implica reunir las piezas que integrarán la muestra, coordinada por Christopher Domínguez Michael y Felipe Leal, miembros de El Colegio Nacional, la cual, a través núcleos temáticos, abordará su relación con las vanguardias; su literatura —ficción, manifiestos, cartas y ensayos—; su interés por la vulcanología y el paisaje.
Y es que hablar del Dr. Atl es hablar de un hombre al que ninguna ciencia ni arte le fueron ajenos. De hecho, este pensamiento abarcador llamó la atención de los miembros de El Colegio Nacional, quienes lo invitaron a integrarse a la institución en 1951, para ocupar la vacante que dejó el pintor José Clemente Orozco tras su muerte, ocurrida en 1949.
Sin embargo, según las actas que resguarda El Colegio Nacional, el Dr. Atl renunció a la institución porque atravesaba un estado anímico complejo —le habían amputado la pierna dos años atrás—, y no se identificaba con la formalidad de la institución, ya que era un espíritu inquieto.
Al mismo tiempo, Rius Caso cuenta que en la correspondencia que los colegiados mantenían con el artista, lo llamaban Gerardo Murillo. Aquello lo molestó y respondió con una carta en la que explicó que él no era Gerardo Murillo, sino el Dr. Atl, y expuso los logros que alcanzó con ese nombre.

“Se equiparó con otras personalidades para explicar que no era un personaje. En algunas cartas posteriores lo mencionaban como: ‘Gerardo Murillo, alias Dr. Atl’”. Entonces, el artista respondió con una carta definitiva, cuya frase da título a esta exposición: “Dr. Atl. Éste es mi verdadero nombre”. Esta será la primera vez que el público verá este documento, que resguarda el Centro de Documentación de El Colegio Nacional. En él se lee:
El [nombre] que ahora llevo es una emanación directa de mis circunstancias, de mi modo de vivir y de mi espíritu independiente. Yo soy el Dr. Atl, porque soy el Dr. Atl. Y todo lo bueno o lo malo que he hecho [...] lo hice yo, el Dr. Atl, autobautizado paganamente con el agua maravillosa de mi alegría de vivir, ligeramente coloreada, a veces, con la sangre de una herida.
Además de su estado emocional, el curador plantea que su reticencia a ingresar a El Colegio Nacional se debió a las discrepancias que tuvo con José Vasconcelos, uno de los miembros fundadores de la institución.
“Sostengo como hipótesis que no se llevaba bien con Vasconcelos, porque treinta años antes, el autor de La raza cósmica promovió que se borraran los murales que el Dr. Atl pintó en el antiguo Colegio de San Pedro y San Pablo —actual Museo de las Constituciones—, que entonces era un anexo de San Ildefonso. Aquello marcó para siempre la vida del Dr. Atl.
Así que, con ese recuerdo, al ingresar a El Colegio Nacional envió su currículum con una lista extensa de méritos. Vasconcelos, en la carta de aceptación, acotó: ‘Bueno, el Dr. Atl no tuvo nada que ver en lo de San Ildefonso’. Eso demuestra que la mala relación entre ambos persistía”, explica Ruis Caso.
Aunque su permanencia en El Colegio Nacional fue breve, al curador le resulta significativo que siempre se le haya considerado parte de la institución. Además, explica, “El Colegio ha conservado y catalogado parte de su archivo y ha reunido una porción de su producción literaria. Es de celebrarse, porque qué mejor lugar que El Colegio Nacional —que encarna la idea utópica del Dr. Atl de una ciudad habitada por sabios, la cúspide del pensamiento— para albergar su archivo”.

EL DR. ATL, EL MULTIDISCIPLINARIO.
Rius Caso vuelve a subrayar la capacidad multidisciplinaria del pintor, nacido en Guadalajara, Jalisco, el 3 de octubre de 1875, y perteneciente a una generación en la que los artistas tenían el estatus de intelectuales y eran cercanos a los científicos.
“El Dr. Atl fue uno de esos personajes límite que reunieron muchas capacidades extraordinarias. Escribió cuentos de primer nivel, fue investigador, historiador y autor de textos etnográficos. También fue pionero en el estudio del arte virreinal. Fue muy próximo al pensamiento científico —a propósito de sus especulaciones teóricas sobre el universo—, así como a temas como la vulcanología, la explotación del petróleo y del oro, entre muchos otros, que multiplicaron sus posibilidades como intelectual y como artista.
Todo esto lo desarrolló siendo, ante todo, un artista. Además de producir belleza, quiso producir conocimiento. Incluso sus paisajes más bellos son investigaciones sobre la realidad nacional. Lo que otros logran a través de los personajes o de la realidad social, él lo hace con el paisaje”.
Precisamente esta amplitud de intereses complicó la labor de Rius Caso al estructurar la exposición, por lo que decidió centrarse en dos facetas relativamente poco exploradas del artista: su literatura y su producción de arte vanguardista, influida por el japonismo, “que se fortaleció gracias a su amistad con el poeta José Juan Tablada”.
Para contar esta historia, Rius Caso y su equipo reunieron 130 piezas —entre fotografías, archivos, cartas y obras de arte, además de un documental producido por El Colegio Nacional— provenientes de distintos acervos, instituciones públicas y colecciones privadas. El material fue organizado en ejes temáticos que narran los dos principales estilos pictóricos del Dr. Atl.
El primero es el signismo, una búsqueda de representar la realidad mediante signos sintéticos, cargados de emoción y subjetividad. Según Rius Caso, éste fue su periodo más experimental y coincidió con su cambio de nombre.
El segundo estilo es el que el propio Dr. Atl llamó realismo, una descripción reconocible de la realidad, pero con un alto grado de síntesis. De acuerdo con el curador, no es un realismo fotográfico, aunque se apoyó en fotografías para abstraer la imagen, sino una pintura interpretativa.
“A partir del tercer núcleo presentaremos numerosas fotografías de Lola Álvarez Bravo, una gran artista capaz de captar la introspección de los personajes. Otra exploración original es la del Dr. Atl como crítico de arte y su relación con el fotógrafo y escritor Armando Salas Portugal. Mostraremos por primera vez una correspondencia íntima entre ambos”.
Sobre el epistolario inédito del Dr. Atl, Rius Caso cuenta que, ya en su vejez, el artista escribió “cartas de un enamoramiento muy particular a una joven vecina suya de la colonia Santa María la Ribera. Ella guardó todas las cartas, los libros y las pinturas que él le dedicó, y formó un acervo. Su literatura epistolar revela una gran pluma. Gracias a la generosidad del hijo de esta mujer, presentaremos este material inédito”, concluye el curador.
