
En entrevista, la joven autora habla de su reciente libro de cuentos, 12 en total, titulado “Soñarán en el jardín”, que ponen en la mesa a las violencias y las precariedades que sufren las comunidades, especialmente las mujeres, para buscar un solar donde haya un camino y solución.
¿Gabriela, cómo concibes este libro de cuentos?
Estas historias las escribí entre el 2009 y el 2020 y especialmente, Soñarán en el jardín, el último cuento que da título al libro, lo escribí en el 2015 y ese año se publicó en una antología sobre feminicidios llamada “El silencio de los cuerpos”, con textos de Cristina Rivera Garza, entre otras escritoras. Llamó la atención por ser un cuento de ciencia ficción y esperanzador, dentro de lo que cabe, en un tema en el que es difícil sentir esperanza o en el que es difícil ver una perspectiva que se aleje de la desolación y de la desesperación que sentimos cuando hablamos de feminicidios.
Pero también este libro de 12 cuentos son como un sistema solar que orbita en torno a una estrella que es la memoria, la comunidad, la esperanza en el futuro, los desafíos a los que nos enfrenta la violencia y cómo subvertirlos con imaginación y un sentido comunitario.
Además, tiene viajes en el tiempo, que son románticos, hay relaciones inter-especies, hay páginas extrañas y uno que se ubica en un México futuro donde los feminicidios no existen más.
Estos relatos son una muestra de que las prácticas artísticas nos pueden llevar a la construcción de alternativas de futuro, aunque el presente sea tan devastador.

¿Cómo miras el panorama literario de tus contemporáneos?
Es muy emocionante y en un momento como este hay una diversión que en otros momentos históricos no teníamos. Cada época tiene sus programas, sus preocupaciones, incluso sus tendencias de mercado y me parece que actualmente, gracias a que son más visibles otras subjetividades, se está narrando desde el yo y las experiencias, o bien, como es mi caso, que nos interesados en observar cómo se comportan las comunidades o los grupos que luchan por algo en común, por revisar la historia y hacer una operación análoga especulativa hacia el futuro. Esto muestra una gran diversidad en este ecosistema literario.
También me resulta estimulante ver cómo las comunidades lectoras son activas, no es nada más lo que les da la industria, esas autorías que propone, sino que las comunidades lectoras impulsan la lectura de ciertos intereses y al hacer maratones y retos de lectura se revitaliza mucho el panorama, porque están observando o están devolviéndole a esto, que antes quizás era muy estático y estaba ligado a lo mejor a intereses del poder. Por ello, ahora es más diverso el panorama literario.
¿Gabriela, cuál es la presencia y hacer del escritor en este siglo XXI?
Me parece que las prácticas artísticas hablan de la conciencia de una sociedad, son la superestructura de una comunidad, y a la vez el registro de su cotidianidad, de sus miedos y deseos. El arte debe seguir teniendo toda la libertad posible para ser el testigo permanente de esa cotidianidad y de las transformaciones colectivas, de las subjetividades y los desafíos históricos que se enfrentan. Pero también me parece que vivimos en un momento muy convulso, complicado y que el escritor, con su presencia, puede ofrecer caminos a las problemáticas.
Estos caminos no necesariamente son el activismo en cualquier esfera, sino simplemente hacer bien tu trabajo y poner atención a esas cosas que están resultando disruptoras y violentadoras del tejido social. Lo que me interesa, particularmente, es que se debe conservar ese panorama artístico libre. Desarrollarlo lo mejor posible con lo que se tiene, aun con la precariedad que tenemos los artistas actualmente, sobre todo si están al margen del poder.
¿Y el arte, cómo lo concepciones?
Me interesa considerarlo como un espacio de producción de realidad y de futuro, no. Por eso, me encamino a observar y proponer una lectura de las violencias, de las inequidades, de esas precariedades y ponerlas en discusión. Es hacer ensayos de la experiencia que permitan asimilar cómo nos están afectando desde las decisiones que se toman para seguir construyendo un modelo económico tan destructivo, hasta las violencias cotidianas, pero también las formas en cómo resistimos esas violencias.
¿Cómo enfrentamos esto? Una forma es desde lo comunitario, porque ahí esas resistencias tienen que ver también con el gozo y con el disfrute de la vida. Esas manifestaciones no tienen espacios en los grandes noticieros ni periódicos, pero día a día conquistan cosas para todas las personas.
¿Hablas de la precariedad del artista, pero también está la precariedad para la comunidad en todos los aspectos?
Sí, parece como si estuviéramos en una crisis civilizatoria tremenda y vemos el derrumbamiento de las instituciones. También está el descrédito de lo que pueden hacer las humanidades por estos problemas o nuestras formas de organización. ¿Qué es lo que hemos hecho mal?
Porque si bien necesitamos a las humanidades con urgencia, también se han equivocado mucho. Centrarlo todo en lo humano y en sus necesidades a costa del mundo, de la supervivencia de las demás especies y del mundo natural o a costa de la salud misma del planeta y de nosotros, creo que sí es un momento importante para reconstruir la noción de lo humano y de qué significa vivir en este momento histórico, de saber qué especie somos, ya no como el centro cuyo hábitat debe satisfacer todas sus necesidades, sino qué podemos hacer nosotros por el lugar en el que vivimos y por la organización que hemos implementado a través de nuestros modelos de prosperidad.
En este sentido, el arte es ese lugar donde se subvierte esas nociones. La creación y el pensamiento ponen en duda estas maneras de entendernos y de ubicarnos en el mundo, si somos la especie que ordena el mundo y por lo tanto tiene derecho a objetualizar todo lo demás, a fagocitarlo y a destruirlo. Porque eliminar esta posibilidad de conocernos en otros términos como humanos del siglo XXI, es efectivamente un suicidio.
Y de alguna manera el arte es el que nos arregla para seguir siendo rebeldes y poder evidenciar nuestras contradicciones y el contexto de precariedad en el que estamos.
Es cierto que el arte se vive con mucho privilegio, pero en términos de derechos y el reconocimiento de la importancia de su ser en el mundo.
Porque los creadores sufrimos los mismos problemas de las otras personas, pero con el espíritu crítico e impulso creativo, podemos aportar algunas ideas y soluciones a lo crítico del entorno. Es terrible lo que está pasando.
Para ti, Gabriela, ¿cuál es la principal característica que nos da el arte a los seres humanos?
Es el poder producir formas para conocernos a nosotros mismos con la ayuda de otros. Conocernos a nosotros mismos que es esa labor que venimos a hacer a este misterio que es la vida. Creo que el arte, las emociones, enfrentarnos a diversas experiencias, la empatía con los otros seres humanos y también con lo no humano, con la naturaleza, es una herramienta muy poderosa.
La identificación con nuestra propia humanidad. En la literatura podemos decir: ¿cómo es posible que leyendo esto que se escribió hace cinco siglos, en otra lengua y en otro contexto, podamos comprobar nuestra propia humanidad? O a través de una canción, a través de nuestra sensibilidad más tierna.
Creo que nos ayuda en primera a eso, a entendernos a nosotros mismos, a compartir y también a producir realidad.
Es decir, el arte nos propone maneras de estar en el mundo, maneras de organizarnos políticamente, maneras de entender el universo en el que vivimos.
No basta entender el mundo en el que vivimos, sino realmente vivimos cuando nos implicamos con la vida, cuando nos importa. Y el arte hace que nos importe estar vivos, no sólo que existamos, sino que nos importe lo que le pasa al otro.