Cultura

Previo al Encuentro La libertad de Vuelta, que se llevará a cabo en El Colegio Nacional, compartimos rememoramos un fragmento del discurso ingreso a El Colegio Nacional de Octavio Paz

Discurso de ingreso de Octavio Paz a El Colegio Nacional (fragmento)

Octavio Paz El poeta Nobel fue miembro de El Colegio Nacional. (ECN)

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Creo que no hay libertad sin saber y que, como nos lo enseña la antigüedad clásica, sólo el verdadero sabio es verdaderamente libre. El saber conduce a la libertad. Observo que lo contrario también es cierto: no hay saber sin libertad. Ahora bien, en términos intelectuales y morales, la libertad del saber se llama asimismo: crítica. El espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna. Nuestra civilización se ha fundado precisamente sobre la noción de crítica: nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar. Un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo, no es pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y sin experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Inclusive diría que sin ella no hay sociedad sana. En nuestro tiempo creación y crítica son una y la misma cosa. La historia de la literatura moderna, de Cervantes a Joyce, es la historia de la crítica convertida en creación. Crítica de la sociedad y crítica del lenguaje, crítica de los valores y de los dioses, crítica del poder y de las ideas. El escritor no es el servidor de la Iglesia, el Estado, el Partido, la patria, el pueblo o la moral social: es el servidor del lenguaje.

Pero lo sirve realmente sólo cuando lo pone en entredicho: la literatura moderna es ante todo y sobre todo crítica del lenguaje. Esa crítica es también búsqueda del verdadero lenguaje - u n lenguaje que es el fundamento original de la sociedad y que podríamos llamar, a la manera de Rousseau, el pacto verbal. Y en esto consiste la aparente paradoja del arte contemporáneo: es comunicación y es crítica de la comunicación; refleja a la sociedad y, al reflejarla, la niega; destruye al lenguaje para crear otro lenguaje. En suma, busca detrás de los rasgos monstruosos de la sociedad la imagen de otra sociedad, no regida ya por la fuerza impersonal de las estructuras económicas, sociales, jurídicas y religiosas, sino por el libre acuerdo entre los hombres. La crítica del lenguaje y la crítica de la realidad son aspectos de una misma búsqueda. Recordaré de nuevo a Rousseau: el pacto social se funda en el acuerdo verbal. El fundamento de la sociedad es el lenguaje en libertad: la poesía.

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En 1964 escribí medio centenar de páginas que llamé Los signos en rotación. El editor anunció el folleto como un “manifiesto poético”. No sé si realmente lo haya sido. Sé, en cambió, que fue una tentativa por esclarecer la manifestación de la poesía en nuestro siglo, su aparición como un signo errante en un tiempo también errante: este tiempo que acaba y ese tiempo, aún sin nombre, que ahora comienza. vía la poesía como una configuración de signos. Y la figura que trazaban era la de la dispersión. Poema: ideograma de un mundo que busca su sentido, su orientación, no en un punto fijo sino en la rotación de los puntos y en la movilidad de los signos.

El tema de aquel texto fue, más que la búsqueda de la significación, una pregunta sobre los signos que nos significan ... Hasta hace poco se concebía al hombre como la fuente de los significados; el lenguaje lo distinguía de todos los otros seres vivos: era el dador de sentido. Hoy el hombre es una articulación o una metáfora en el discurso de La naturaleza: un momento de la comunicación entre las estructuras más simples y las más complejas, de los virus a los sistemas solares. El hombre no es el productor de los signos: es un signo más entre los signos. Lo que sigue es una reflexión sobre ese signo. La interrogación acerca de la poesía contemporánea contiene otra sobre las cambiantes relaciones entre los nombres y las cosas que éstos designan. Esas relaciones sufrieron una metamorfosis al iniciarse la era moderna. Ahora han sufrido otro cambio igualmente decisivo. No es tanto que los nombres hayan perdido a las cosas o, como se dice corrientemente, que nuestro lenguaje haya perdido sentido: las cosas por sí mismas tienden a constituirse como un lenguaje autónomo y que no siempre podemos traducir al lenguaje verbal. Las dificultades que experimentan la lógica matemática y la física de las partículas atómicas para describir ciertos fenómenos no son esencialmente distintas a las de la poesía contemporánea. En uno y otro caso se trata de un problema de traducción, en el sentido que daba Valéry a esta palabra: encontrar un sistema de equivalencias o analogía. La analogía no sólo expresa semejanzas sino también oposiciones complementarias. Una de ellas, en nuestro tiempo, es la de técnica y poesía. Mi reflexión comenzará por la descripción de esta oposición.

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La poesía es la manifestación verbal, la encarnación en palabras, de la mitología de una época. De ahí que la función mítica sea casi indistinguible de la función poética. Aunque el poeta no es inventor de mitos, a él le toca nombrar a todo ese conjunto de héroes, sucesos reales e imaginarios, creencias y pasiones que constituyen lo que se llama la “imagen del mundo” de una sociedad, su mitología. El poeta convierte en imagen a todos esos signos: los configura, les da figura. La semilla de esa imagen es la idea que se forman los hombres del mundo y de sí mismos. La idea yace escondida en la estructura inconsciente de la sociedad y la nutre una visión particular del tiempo. La función cardinal del tiempo en la formación de la idea del mundo se debe a lo siguiente: los hombres no lo vemos nunca como mero suceder sino como un proceso intencional, dotado de una dirección y apuntando hacia un fin. Los actos y las palabras de los hombres están hechos de tiempo, son tiempo: son un hacia esto o aquello, cualquiera que sea la realidad que designen el esto o el aquello, sin excluir a la misma nada. Así pues, el tiempo es el depositario del sentido. El poeta dice lo que dice el tiempo, inclusive cuando lo contradice: nombra el transcurrir, vuelve palabra a la sucesión. La idea del mundo se repliega en el tiempo y éste se despliega en el poema.

Poesía es tiempo desvelado: el enigma del mundo convertido en enigmática transparencia. Cada civilización ha tenido una visión distinta del tiempo; algunas lo han pensado como eterno retorno, otras como eternidad inmóvil, otras más como vacuidad sin fechas o como línea recta o espiral. Año platónico, circular y perfecto a la manera del movimiento de los cuerpos celestes o tiempo apocalíptico, en línea recta, de los cristianos; tiempo ilusorio del hindú, molino de las reencarnaciones o tiempo infinito, progreso continuo del siglo XIX. Cada una de estas ideas ha encarnado en esas imágenes que llamamos poemas - u n nombre que designa a un objeto verbal sin forma fija y en perpetuo cambio, de la invocación mágica del primitivo a las novelas contemporáneas. Pues bien, la poesía se enfrenta ahora a la pérdida de la imagen del mundo. Por eso aparece como una configuración de signos en dispersión: imagen de un mundo sin imagen.

La época moderna se inició como una crítica de todas las mitologías, especialmente de la cristiana. Esto último no es extraño: el cristianismo rompió el tiempo circular de la antigüedad grecorromana y postuló un tiempo rectilíneo y finito, con un principio y un fin: la Caída y el Juicio Universal. El tiempo moderno es el hijo del tiempo cristiano. El hijo y la negación: es un tiempo en línea recta e irreversible pero carece de comienzo y no tendrá fin -no ha sido creado ni será destruido. Su protagonista no es el alma caída sino la evolución de la especie humana y su verdadero nombre es historia.

Cartelera de ECN Encuentro La Libertad de Vuelta.

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