“El monte de las furias nació como un trance”. Fernanda Trías no planeó escribirla: la voz de una mujer le habló primero, y detrás de esa voz emergió la montaña —viva, ancestral, herida— que pedía narrarse a sí misma. Desde su casa en Bogotá, rodeada de una muralla vegetal, la escritora uruguaya escribió mirando el verde hasta sentirlo dentro. “La montaña era mi testigo —dice—, el único testigo de todo lo que hacía durante el encierro.” De esa intimidad entre cuerpo, pérdida y naturaleza surgió la novela que hoy la consagra con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.

La narrativa de Trías ha sido descrita como “cruda”, y no sin razón: El monte de las furias no se refugia en la metáfora ni en la suavidad. La historia adquiere un giro estremecedor con el descubrimiento de cadáveres en la montaña, lo que introduce un elemento de violencia más explícita o, más bien, la consecuencia física de la violencia latente que habita el paisaje. Pero esa violencia no es espectáculo; es memoria. Es la herida abierta de un continente que no deja de desenterrar sus muertos.
Cuando se le pregunta si su obra cambia según el país desde donde se lea, la autora no duda: El monte de las furias es una novela profundamente latinoamericana. “Tiene problemáticas que no sólo tienen que ver con el territorio, sino también con las violencias, con el desamparo estatal. Personas que viven en un pueblo y no tienen ningún tipo de apoyo, que se las arreglan como pueden. El tema de la violencia hacia las mujeres… son temas universales, pero particularmente latinoamericanos. Tanto México, como Colombia o Uruguay lo van a sentir cercano.”
Desde su casa en Bogotá, frente a una “muralla vegetal”, la autora uruguaya comenzó a escribir durante la pandemia sin saber hacia dónde la llevaría esa voz. “Me llegó la voz de la protagonista, mujer, de la protagonista humana —cuenta—. Me llegó como un torrente que me hablaba, y yo lo que hice fue anotar todo tal cual lo escuchaba. Sentía mucha inspiración y que el material venía solo. Por eso digo que lo escribí como en trance.”
Poco a poco, esa voz se fue encontrando con su linaje: una genealogía de tres mujeres —abuela, madre e hija— que provienen de un lugar “muy precario, muy desamparado”. Así se fue armando la historia de una mujer que busca en la naturaleza su transformación mística, un tránsito entre la vida y la disolución, entre lo humano y lo salvaje. En ese proceso, la montaña se volvió protagonista. “Sentí que necesitaba darle su lugar protagónico. No quería que fuera sólo el telón de fondo. Entendí que nunca iba a tener el suficiente protagonismo mientras no pudiera ser punto de vista o narradora en sí misma”, dice Trías.
La escritora reconoce que la historia avanza desde la intimidad hacia lo más brutal, pero sin perder su hilo sensible. “La protagonista atraviesa muchas fronteras —explica—: deja la ciudad, deja el pueblo, luego deja la casa, y al final cruza el límite que la separa de la montaña virgen. Es un devenir salvaje, pero curiosamente ese devenir salvaje la termina humanizando.”
Esa relación entre lo doméstico y lo salvaje, entre la casa y la montaña, es también un reflejo del proceso de escritura de la autora. “Durante la pandemia miraba la montaña todo el día, porque era lo que tenía frente a mis ojos. Me vestía, me desvestía, comía, dormía, sintiendo que la montaña era mi testigo, el único testigo de todo lo que yo hacía encerrada en esa casa”, recuerda. Más adelante, cuando se levantaron las restricciones, la escritora comenzó a caminar entre los cerros, a recoger hojas y tallos, a estudiar la flora y fauna del lugar. “Fui entendiendo cómo era la flora, la fauna, la formación de las montañas… Hice mucha investigación. Fue un proceso muy largo.”
El libro, que convirtió a Fernanda Trías en la segunda autora en ganar dos veces el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, tiene también una raíz personal: la abuela. “Se la quería dedicar a ella porque yo sentía que tenía una deuda. Ella murió en 2005, cuando yo vivía en Francia, y no pude despedirme. Siempre me quedó una sensación de deuda”, confiesa. “Luego me di cuenta de que la novela le daba un lugar muy bonito a la abuela de la protagonista: fue quien le enseñó lo único que sabía sobre el amor, sobre la ternura, sobre alguien que realmente la cuidaba. Ahí entendí que este era el libro para dedicarle.”
Sobre su proceso, Trías reconoce que escribir El monte de las furias le tomó cuatro años: dos para el borrador y dos más para la corrección. “La corrección también es muy intensa, porque yo leo en voz alta. Leí esta novela infinitas veces de inicio a fin, y eso es un trabajo físico. Después de leer 50 páginas, la garganta está destruida y sientes un gran cansancio”, dice entre risas.
La autora ha reflexionado mucho sobre la figura de la madre en su obra, y cómo ese vínculo ha evolucionado entre La azotea, Mugre Rosa y El monte de las furias. “En Mugre Rosa hay un gran apego, pero la hija no quiere desapegarse. En El monte de las furias, en cambio, hay un intento feroz de cortar ese cordón umbilical, pero no lo logra. Está unida a su madre por otro tipo de cordón, mucho más difícil de cortar”, explica.
Trías asegura que escribir desde lo femenino no fue una decisión racional, sino algo natural. “Desde el primer día que me puse a escribir, escribí un personaje mujer en primera persona. Fue lo que me salió. Luego entendí que eso también era un gesto político, pero no nació como una decisión. Hasta hoy no me nacen otros protagonistas” comenta mientras añade que no descarta encontrar otras miradas fuera de lo femenino en un futuro.
Sobre la intensidad emocional que transmite su escritura, Trías admite que su proceso es total. “Estos dos libros los escribí de manera muy intensa, muy constante, durante varios años. Entre 2018 y finales de 2024 no paré de escribir. Me levantaba temprano y escribía toda la mañana. Cuando la novela ya está en las etapas finales, me sumerjo por completo. A veces me alquilo una casa en el medio de la naturaleza, donde no hay nada, y ahí me encierro a escribir.”
La llamada que le anunció que había ganado el Premio Sor Juana Inés de la Cruz fue como un vestigio de todo lo trazado en su novela: “Estaba en Italia, de viaje por las montañas. No tenía señal. Cuando llegué en la noche a un lugar con conexión, vi un montón de llamadas perdidas. Devolví una, y era la FIL de Guadalajara. Me pareció súper poético recibir la llamada en el medio de la montaña”, recuerda sonriendo.
Este año, Fernanda Trías estará en Guadalajara toda la semana de la feria, del 29 de noviembre al 6 de diciembre, para recibir el premio el miércoles 3. “Estoy preparando el discurso —dice—. Es un momento muy emocionante, pero también difícil.”
Antes de despedirse, recomienda leer a otras autoras latinoamericanas: “Una joven uruguaya que me interesa mucho es Eugenia Ladra, con Carnada. También Alejandra Moffat, de Chile, con Mambo. Y, por supuesto, Gabriela Cabezón Cámara y María Ospina, con quienes compartimos el trabajo sobre la naturaleza.”
El monte de las furias es una novela donde la ternura y la violencia conviven, donde la montaña y la mujer se funden hasta volverse una sola voz: la de América Latina.