Cultura

Una novela coral donde la poeta convierte la memoria materna, las culpas heredadas y las atmósferas sensoriales en un territorio narrativo que expande y reconfigura su propia voz

De la poesía al largo aliento: Elisa Díaz Castelo explora la memoria materna en Malacría

Con Malacría, publicada por Sexto Piso, la poeta Elisa Díaz Castelo debuta en la novela con una obra que respira poesía en cada página. No es un giro de timón, sino una expansión natural de un lenguaje que siempre ha buscado las zonas más sensibles de la experiencia humana. Tras años de habitar el poema, Díaz Castelo entra al territorio de la narrativa con una historia coral situada en tres generaciones de mujeres —Cecilia, Perla y L— donde las preguntas sobre la herencia, la memoria y los vínculos maternos se convierten en materia viva.

La escritora reconoce que este tránsito modificó su relación con las lectoras. “Siento que hay nuevas lectoras que se han acercado a mi trabajo debido a que incursioné en la narrativa; la gente que lee poesía no siempre es la misma que lee novela”, explica. Ese cambio la llevó a círculos de lectura, a conversaciones nuevas y a una comunidad que, desde otros ángulos, también piensa la literatura.

Tres voces que se buscan entre sí

Aunque los personajes de Malacría no provienen directamente de sus libros anteriores, la autora admite ciertos vasos comunicantes. La abuela Cecilia, por ejemplo, tiene ecos de otra abuela presente en “Plantas de sombra”, cuento que cierra Las costumbres rojas. No es la misma figura, pero sí comparte raíces emocionales.

La novela vuelve sobre un tema que recorre buena parte de su obra: el complejo vínculo entre madre e hija. Díaz Castelo ha explorado estas relaciones en cuentos y poemas, y aquí vuelve a ellas con una profundidad distinta. La maternidad, las culpas heredadas —esas “culpas que también se repar(t)en”, como escribe en un momento clave del libro— y los huecos de una genealogía marcada por el silencio son fuerzas que mueven las tres narraciones.

Escribir en pandemia: del poema al largo aliento

Malacría se empezó a escribir en 2020, al inicio de la pandemia. “Ya había intentado escribir novelas antes, pero no había logrado concretar los proyectos. De pronto tuve más tiempo y pensé que este era el momento ideal”, cuenta. A la par, trabajaba poemas que luego integrarían Las fuerzas débiles y la revisión de textos para Planetas habitables.

Pasar de la escritura del poema a la novela implicó otro ritmo, otra disciplina. “La novela es un deporte de fondo. Necesitaba cuatro horas diarias porque, una vez que llegas a la isla de la novela, irte muy rápido es desperdiciar el trayecto mental”. También significó vivir con la historia a cuestas: pensarla en el súper, leer el mundo a través de ella, sostener una obsesión.

La decisión de narrar desde afuera

Uno de los aspectos formales más sugerentes de la novela es la voz de L en tercera persona. Aunque inicialmente había escrito en primera, Díaz Castelo decidió cambiarla cuando comprendió que la protagonista misma se veía desde afuera. Esa distancia emocional es clave en el libro: una mirada que se desdobla, que observa su propia vida como si fuera ajena.

La semilla de la historia: la infancia desconocida de la madre

La idea de Malacría nació mucho antes de que la novela existiera como proyecto. En una anotación de adolescencia, Díaz Castelo imaginó la infancia de su madre. Esa intuición creció hasta convertirse en el motor del libro: “Me obsesiona esa parte de la vida de quienes amamos que nunca podremos conocer. Esa vida previa que forma parte de por qué los amamos, pero que no podemos descifrar”.

Una estructura coral influida por Atwood

Entre los referentes que acompañaron su proceso destaca El asesino ciego, de Margaret Atwood. La estructura fragmentaria y polifónica de aquella novela fue un modelo para construir un libro que funciona como un caleidoscopio: voces intercaladas, textos insertos, variaciones de tono. También está el guiño a Nabokov en la creación de “Demonía”, el planeta gemelo que obsesiona a Perla y a su hija, y que abre un territorio entre la metáfora y el delirio.

Casas, ruinas y atmósferas como personajes

Los espacios en Malacría —la casa de la Santa María, la de Tequesquitengo— no son simples escenarios; son cuerpos que respiran junto a las protagonistas. La escritora reconoce que su relación con la poesía la lleva a escribir desde los sentidos, a construir atmósferas que cargan significados. Las casas entran en las mujeres y las mujeres entran en las casas: esa porosidad es parte esencial de la novela.

Un libro atravesado de poemas clandestinos

El tono poético es evidente. “A veces bromeo diciendo que esta novela es una serie de poemas de contrabando”, dice entre risas. Secciones como Cuaderno alemán o los fragmentos dedicados a Perfecto funcionan como pequeños poemas incrustados que sostienen el ritmo y el pulso emocional de la historia.

Un final abierto y dos destinos posibles

Muchos lectores le han preguntado si habrá un segundo libro que resuelva la desaparición de Perla. A Díaz Castelo le gustan los finales abiertos. La última escena permite pensar que podría haber un encuentro, pero también que no. Ambas posibilidades conviven, y cada lectura decide su propio destino.

La recepción y lo que viene

La novela le ha regalado un público lector distinto, más acostumbrado a la narrativa que a la poesía. Ese diálogo le ha despertado el deseo de seguir escribiendo novelas y de seguir mezclando géneros. Por ahora, sin embargo, su próximo proyecto vuelve al origen: un nuevo libro de poesía, aún sin fecha, pero ya en marcha.

Con Malacría, Elisa Díaz Castelo no sólo escribe su primera novela; escribe, sobre todo, un territorio donde la poesía encuentra nuevas formas de respiración. Una obra íntima, atmosférica y luminosa que confirma que su voz —híbrida, incisiva, sensorial— sigue expandiéndose.

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