Cultura

"Elogio del espacio: apreciaciones sobre arte" (fragmento), de Rubén Bonifaz Nuño

Con motivo de la presentación, este lunes 29 de abril, de este libro, El Colegio Nacional comparte a los lectores de "Crónica" un fragmento del volumen, bajo la  selección e introducción de Miguel Ángel Muñoz

el colegio nacional

Rubén Bonifaz Nuño, poeta.

Rubén Bonifaz Nuño, poeta.

El lunes 29 de abril a las 18 h, tendrá lugar la presentación del libro Elogio del espacio: apreciaciones sobre arte (El Colegio Nacional-Universidad Veracruzana, 2024) de Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013). La presentación estará coordinada por el colegiado Vicente Quirarte. Compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del volumen para invitarlos a la presentación editorial que se llevará a cabo en El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX).

Cartelera de El Colegio Nacional sobre la presentación de este lunes.

Cartelera de El Colegio Nacional sobre la presentación de este lunes.

ECN

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                                             (Fragmento)

La historia del arte es una disciplina difícil, compleja, sometida como pocas a las oscilaciones del tiempo. Si hasta ayer para entender el arte desde su historia bastaba con recurrir a una gran cantidad de datos entrecruzados —obras, artistas, escuelas, estilos, lugares y un momento determinado del tiempo—, hoy parece necesario un árido entramo conceptual que debe textualizar los contradictorios componentes de la obra particular, pero no sólo aquellos que lacónicamente podemos calificar de referenciales, de anecdóticos en un lenguaje plano, sino de las imprevisibles configuraciones formales que destacan la obra de arte en el contexto de la cultura visual. Ante la mirada del lector, la historia del arte parece decantarse hoy por la erudición de datos concretos, de motivos lingüísticos, sociológicos, psicosomáticos, que actúan sobre las obras y amenazan con ahogar su potente significación formal. En tanto que la crítica de arte, orientada en su origen a la descripción de las variables figurativas de una obra específica, se muestra incapaz de desasirse del marasmo teórico contemporáneo, que lleva años neutralizando asimismo la energía plástica de la obra y la disuelve en una secuencia de síntomas de algún enunciado trascendente, “confusamente entrevisto [dice el crítico inglés Robert Hughes] o dogmáticamente supuesto, que complica la apreciación del arte”.

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Diego Valadés, miembro de El Colegio Nacional.

Lo cierto es que la crítica de arte como especialidad autónoma en el relato artístico nació, como cualquier otra especialidad surgida de la modernidad, como consecuencia temprana de la división capitalista del trabajo intelectual, y se ha justificado, a mi modo de ver a la contra, en paralelo con la progresiva emancipación de los lenguajes creativos, con su distanciamiento de una trama histórica estratificada en estilos y momentos formales. Parece que el historiador y el crítico —me gustaría incluir a los poetas que ejercen y han ejercido la crítica de forma brillante como Octavio Paz, José Hierro, José Ángel Valente, Luis Cardoza y Aragón, Yves Bonnefoy, John Berger, John Ashbery, Claude Esteban o Rubén Bonifaz Nuño— se sitúan en dos polos antagónicos, cuando de hecho la escritura del arte demuestra la dosis de voluntad adivinatoria y el conjunto de saberes inéditos, necesarios para adentrarse en la esfera artística que privilegia la inmersión sensible, frente a la interpretación narrativa lineal. De aquí el deseo del poeta de escribir una explicación en torno a la obra que ofrece al lector. La tradición quedó establecida en el siglo xix precisamente porque fue un siglo de cambios revolucionarios en los que la relación entre el individuo y la historia se estaban volviendo constantes. Esa mirada del poeta sobre el arte es única, inédita, donde la mirada juega un papel clave, pues ese saber ver sólo los poetas lo tienen. “La razón [dice John Berger] de ser de lo visible es el ojo; el ojo evolucionó y se desarrolló donde había luz suficiente para que las formas de vida visibles se hicieran cada vez más complejas y variadas. Las flores silvestres, por ejemplo, tienen los colores que tienen a fin de ser vistas”.

[…]

… considero una iniciativa importante, el rescate de autores esenciales para la comprensión del arte antiguo y contemporáneo de México, como la obra crítica y poética sobre artes visuales de Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz, 1923 Ciudad de México, 2013). Cada texto de Bonifaz es una lección de las dificultades de pensar el arte a través de la visión de un poeta, quizá no tanto por detalles de su teoría, resueltamente histórica, sino por el refinamiento y la elegante elaboración de sus ideas y conceptos.

La obra de Bonifaz Nuño está hecha a medias de asombro y de esperanza, de conceptos y de amor. El poeta estudió derecho, se doctoró en letras clásicas y dedicó buena parte de su vida a la traducción (Virgilio y Catulo, sobre todo), a la crítica de arte y a la coordinación de múltiples eventos universitarios. Así, su escritura debe tanto a los surcos del amor como a los estantes de las bibliotecas. Tal vez por eso afirma que “el único heredero posible del labrador es el artista”; esto es, aquel capaz de encontrar “en la vida de los minerales, en el pasado prehispánico, en una escultura o en el lienzo más sorprendente […] los acordes para mantenernos vivos”.

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Para Bonifaz, las palabras son, a la vez, un límite y un cauce: lo único que nos aleja del mundo, pero también lo único que puede encontrarnos con él. Espanto y esperanza, dijimos. ¿Cómo romper esa contradicción? Acudiendo a “la majestad de las cosas sencillas” —y de las palabras sencillas— y teniendo presente que, en poesía, son los matices —y no las abstracciones— los que iluminan cualquier posible esencia, algo que, desterrados los dioses, ha dejado de ser la piedra para ser la fractura que atraviesa la piedra.

[…]

El poeta busca más bien lo que en la obra hay de común con otras obras de su tiempo y del pasado, el gusto es una palabra, que se transforma en el regulador fiable del arte de una época. El gusto sintetiza “un conjunto de preferencias compartidas” en el mundo del arte, como vio con claridad Mario Praz, de un artista o de un grupo de artistas, por supuesto. Sus escritos sobre Ricardo Martínez, Fernando Alba, Pedro Cervantes, Ángela Gurría o Santos Balmori, son la verificación audaz de esta hipótesis: cierto sentido del gusto unifica a los artistas de un momento histórico, escuelas o tendencias, y sólo desde aquí, por afirmación o negación, podemos comprender la obra individual. El artista trabaja con modelos, que ofrece la historia del arte, pero el gusto condensa la manera de tratarlos, la mirada del artista. Para él, la actitud que encarna la vanguardia surgió a mediados del siglo XIX. Si Manet es el pintor que la representa, Baudelaire es el poeta y Flaubert el novelista. En sus análisis de arte contemporáneo, Bonifaz no excluye la idea de un puente común con el pasado. Ese engarce constituye una de sus preocupaciones más constantes. Si el análisis de la forma como elemento estructural puede rastrearse en la crítica de arte inglesa de principios del siglo XX (Clive Bell y Roger Fry), la voluntad de mantener los vínculos con la tradición sin, al mismo tiempo, olvidar la modernidad de la época en que se vive parece proceder de T. S. Eliot.

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La colegiada Concepción Company Company.

[…]

El arte se convierte de este modo en experiencia del arte, en disección del gusto desde el punto de vista de su tiempo, de la síntesis expresiva y comunicativa que la obra configura. (…) Si atendemos al proceso de creación, curiosamente el arte contemporáneo nos abre un territorio fascinante de asociaciones con el presente y se desdibuja la rutinaria familiaridad con el arte del pasado, cuyas construcciones quedan disecadas en secos arquetipos estéticos.

El arte del pasado de México [me dice Bonifaz] está mal interpretado en sus raíces, de continuo hemos estado a punto siempre de renegar de lo que somos. Muestra de ello son las opiniones consagradas acerca del arte de los aztecas. Alrededor suyo se ha tejido, por la incomprensión y los prejuicios, una viscosa tela de falsedades que ha llegado a constituirse casi en verdad oficial.

Porque hablar del arte prehispánico, escribir sobre arte, fue para Bonifaz una forma de hablar y de escribir sobre la vida: por eso no lo dejó de hacer. Él afirmó, como María Zambrano, que hay cosas que no pueden decirse hablando y que, por esto, se escriben. Y Bonifaz lo hizo animado por el lector que siempre fue, convencido, sin duda, de que la escritura puede preguntarse por todo y puede intentar responder todo. Desde aquel primer ensayo largo sobre su amigo el pintor Ricardo Martínez escrito en 1965, no dejó de pensar y de reflexionar sobre el arte. Gadamer sostenía que, “de alguna manera, la obra nos arrastra a la conversación”. Y añadía que dicha conversación es interminable porque no hay forma de agotar el sentido que una obra propone a la reflexión y a la conversación, porque no hay palabra que pueda tener un final. Bonifaz no dejó de pensar sobre arte en los mismos términos, ya que para él fue una reflexión íntima y compartida. Y sus textos siempre han contenido, en cierto sentido, esta misma invitación a reflexionar. Su fortaleza crítica residió en cierta humildad: el poeta despreocupado por ejercer la crítica de arte de forma total. Pero, sí, en cada texto que escribió acerca de arte está su magistral visión de enseñarnos lo que nuestros ojos no han podido ver. Ésa fue, para mí, una de sus grandes lecciones.

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