Cultura

Luis Fernando Lara: El “DEM”, memoria social del español de los mexicanos

El “Diccionario del Español de México” nos da 97 años de español mexicano, dice Luis Fernando Lara · Es algo con lo que no cuenta ningún país de habla española ni siquiera España, apunta en entrevista el lingüista Premio Crónica 2022 en Cultura

Premios Crónica 2022

Luis Fernando Lara es emérito de El Colegio de México y miembro de El Colegio Nacional.

Luis Fernando Lara es profesor-investigador emérito de El Colegio de México y miembro de El Colegio Nacional.

El Colegio Nacional

¿Por qué las personas le hacemos caso a los diccionarios? Luis Fernando Lara tiene una bella teoría que tiene tres características principales: es una extensión de la memoria de nuestro cerebro, es un catálogo de nuestra memoria social en palabras y es una piedra de toque para nuestro sentimiento de corrección.

La muy extensa obra del lingüista emérito de El Colegio de México tiene como eje fundamental el “Diccionario del Español de México” (DEM), colosal trabajo que ha llevado a cabo con colegas, estudiantes e investigadores de otras disciplinas a lo largo de décadas, cuya estructura y profundidad no la tiene ninguno otro en nuestro idioma, ni siquiera la española.

El miembro de El Colegio Nacional también es artífice de diccionarios monolingües de lenguas originarias, y con ello de cursos de lexicología; es autor de “Historia mínima de la lengua española”, es teórico de la facultad del lenguaje y, recientemente en 2022, impartió el curso de Historia del español de México, un sumario de algunas facetas de su trabajo.

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Apasionado orador, intelectual profuso, Lara Ramos suma el Premio Crónica 2022 en Cultura al amplio reconocimiento de su trabajo académico, fundamentado en lo que nos identifica como mexicanos e hispanohablantes, nuestra lengua. En entrevista, expone algunos de los momentos importantes de su obra, entre ellos el “DEM”, y su carrera como lingüista, la cual se definió a su paso por la licenciatura en Letras Españolas de la Universidad Iberoamericana.

Fue en ese periodo que su profesora de Literatura medieval, doña Paciencia Ontañón de Lope Blanch, abrió una primera ventana hacia esta disciplina, tras la presentación de un trabajo de arabismos sobre la obra de Juan Ruiz, arcipreste de Hita.

–¿A usted le gusta la lingüística? (Yo no tenía la menor idea de lo que era, relata). 

–No, no sé qué es.

–Es que su trabajo corresponde al de un lingüista.

–Entonces sí me gusta.

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A partir de ese momento, lo recomendó con su esposo, el profesor Juan Miguel Lope Blanch. De esa forma, ingresó a El Colegio de México (Colmex) en 1966, donde se especializó en literatura y lenguas hispánicas a la vez que se inclinaba cada vez más por la lingüística. Así, el joven académico –al igual que muchos estudiantes más– participó en el “Atlas Lingüístico de México”, legado de su profesor.

Posteriormente, realizó un posdoctorado en Alemania con Klaus Heger, uno de los semantistas europeos más rigurosos de su tiempo y uno de sus dos maestros de pensamiento, relata. El otro fue Tomás Segovia. En Alemania conoció el trabajo de Kurt Baldinger, “con quien comencé a aprender también una lingüística románica, lenguas descendientes del latín, lo que me abrió muchas perspectivas”.

Regresó a México, donde Antonio Alatorre lo invitó a ser investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literatura del Colmex, “lo cual era una maravilla”. El filólogo contribuyó al planteamiento del “DEM”, que para entonces parecía irrealizable para el propio maestro de Lara.

“(…) Lope Blanch sostuvo que un diccionario mexicano era irrealizable, pues había que tomar en cuenta que la Academia Española después de 250 años, era incapaz de ofrecernos un diccionario de la calidad del Webster, como lo deseaba Carrillo Flores”, relata el lingüista en el artículo “Historia del Diccionario del Español de México”. “Antonio, cuidadosa y gallardamente, sostuvo en su intervención que Lope tenía muy buenos argumentos, pero que se trataba de comenzar una empresa de esa clase y que alguien tendría que hacerlo alguna vez”, ese alguien fue Luis Fernando Lara.

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Así comenzó el arduo trabajo de lo que es ahora el primer diccionario integral de la lengua española que se escribe fuera de España, señala. “En México somos los únicos que hemos escrito un diccionario de nuestra propia variedad nacional, al hacer un diccionario original que no copia a otro”.

Para ello, planteó metodologías para recoger muestras del español escrito y hablado en todo el país y, posteriormente, realizar un sistema de reconocimiento automático de las palabras mediante computadora, que llamaron “Analizador gramatical automático”, realizado en colaboración con la matemática María Isabel García Hidalgo.

“Con ello, estábamos preparados para analizar el corpus del español del México contemporáneo, que va desde 1921 hasta 1974; más recientemente alistamos un segundo corpus, que va de 1975 a 2018. Esto nos da 97 años de español mexicano, algo con lo que no cuenta ningún país de habla española ni siquiera España”.

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Además, en la Academia Española, no se tiene el mismo carácter descriptivo como el corpus del “DEM”, añade, puesto que están muy orientados a textos completos lo cual disminuye la riqueza léxica, en particular de los materiales recogidos. “En nuestro caso son fragmentos de texto con el objetivo de aumentar la riqueza léxica del corpus. Una vez terminado el corpus, le aplicamos el Analizador y el sistema cuantitativo, lo ideamos con el matemático Roberto Ham, con el que procesamos nuestros materiales. Una vez terminado vino el análisis semántico y la elaboración del diccionario, lo que nos ha llevado más tiempo. Una característica de todo diccionario es que tardan mucho tiempo, me costó trabajo entender por qué”.

Lenguaje especializado, como el científico, y la redacción misma, fueron algunos de los motivos, pero eso le ha permitido obtener artículos más largos que los de otros diccionarios, “porque tratamos de mostrar todos los matices de significado de cada palabra y, por ello, nos hemos tardado tanto”. Ahora, la versión digital, añade, alcanza los 35 mil artículos y es un diccionario que se puede utilizar con la seguridad de que más del 95% de las dudas de un lector podrán ser resueltas; queda un 5% de vocabulario que aún no integran, apunta, pero que incluirán con el paso de los años.

“En ese sentido, haber planeado, construido y dirigido el ‘DEM’ me permitió hacer una obra original en cuanto al corpus y que se adelantó 26 años al que hizo la Academia Española; lo mismo con nuestro Analizador automático, el primero para estudiar el español”.

Expuesta esta breve historia del “DEM”, podemos regresar a por qué hacemos caso de los diccionarios.

–¿El “DEM” es entonces el catálogo de la memoria de los mexicanos?

–Eso es lo que buscamos, dar a los mexicanos una memoria de su propia lengua y no depender de lo que nos diga la Academia Española. Ahí tenemos una historia de colonialismo por lo que ésta, por más que se haya modernizado, sigue bajo la idea de que España es la metrópoli y que en América se encuentran las antiguas colonias. Realizamos el “DEM” considerando que trabajamos en nuestra propia lengua y que la tratamos con absoluta independencia, reconocemos que se trata de la misma lengua española, pero es la lengua de los mexicanos, por lo que es la memoria social del español de los mexicanos.

                **DICCIONARIOS MONOLINGÜES**

Luis Fernando Lara trabajó también con maestros bilingües de Chiapas, tzotziles, tzeltales, huicholes, tojolabales y zoques, para llevar a cabo los primeros diccionarios monolingües de sus lenguas. Eso lo llevó a escribir un curso y libro de lexicología (“Curso de lexicología”), premiado por el INAH. “Lo escribí para personas interesadas en hacer sus diccionarios, en particular de nuestras lenguas indígenas. Pero me llevó también a preguntarme ¿por qué las personas le hacen caso a los diccionarios?, ¿por qué se convierten en una piedra de toque para sus propias opiniones y aprendizaje de la lengua? A partir de ello escribí mi Teoría del diccionario monolingüe, la única escrita con este enfoque”, la cual también fue reconocida por el INAH con el Premio Wigberto Jiménez Moreno 1995 a mejor investigación.