Cultura

"Orfeo y Eurídice"

La propuesta que presentó la OBA en días pasados, nos ofreció la primera versión de Gluck, la que se estrenó en Viena en 1762 en italiano

ópera

Una escena de la ópera “Orfeo y Eurídice”.

Una escena de la ópera “Orfeo y Eurídice”.

Recientemente La Ópera de Bellas Artes (OBA) puso en escena, con resultados más que satisfactorios, la obra de Christoph Willibald Gluck (1714 Berching, Alemania – 1787 Viena, Austria) “Orfeo y Eurídice” compuesta en 1762. Pero primero quisiera tratar un poco el tema de Orfeo dentro de la mitología griega y así esclarecer algunos puntos.

Algunos autores como Francisco Duque Videla, suponen que tal vez Orfeo, esté basado en un personaje histórico, que habría vivido unos 3000 años antes de Cristo. En el siglo sexto AC, alcanzan gran difusión los llamados himnos órficos y Píndaro (518 – 438 AC) habla de Orfeo como “El padre del canto”.

A Orfeo nos lo presenta la mitología griega como un ser divino, hijo de Apolo y de la musa Calíope (la de la bella voz) -aunque hay fuentes que difieren de opinión respecto a la paternidad de Orfeo- El principal poder de Orfeo, aunque no el único, era el de su canto y su lira con cuyo sonido amansaba a las fieras, y las almas humanas descansaban; tanto así que enamoró a Eurídice, su esposa y calmó la furia del terrible Cancerbero que cuidaba la entrada al inframundo, y ya ahí, dominó a las furias infernales.

Orfeo fue uno de los tripulantes del Argo (barco de Jasón, quien buscaba el vellocino de oro) la labor principal de Orfeo en esa nave era ahuyentar a las terribles sirenas. Orfeo fue el primero que descendió a los infiernos, que venció el tiempo, que se hizo transparente, que preludió a Cristo, a los ángeles. Fue el primero que mostró una doble naturaleza: de origen divino, su canto es para los humanos. (José Lezama Lima)

En la sociedad griega existió el orfismo, culto misterioso, una religión marginal que deriva de Orfeo.

En el primer cuadro de la ópera que nos ocupa, vemos a Orfeo, pastores y seguidores lamentándose ante el féretro de Eurídice; Orfeo se lamenta por la muerte de su esposa. El dios Amor (Cupido) lo anima a ir al inframundo por su esposa, pero ella está en ese ataúd, entonces ¿qué es lo que Orfeo debe recuperar y sacar del inframundo? Obviamente el espíritu de Eurídice, que allá se encuentra; traerlo para que vuelva a encarnar en su antiguo cuerpo. Obviamente en este mito griego se da por hecho que el ser humano está formado por dos partes que pueden separarse: cuerpo y espíritu, y que éste puede volver a reencarnar y de hecho, lo ha estado haciendo desde siempre.

El mito de Orfeo ha inspirado a otras obras; por ejemplo, el Orfeo (1607) de Monteverdi; Orfeo en los infiernos (1858) de Offenbach. Liszt escribió una obertura para la representación de Orfeo y Eurídice de Gluck, que el propio Liszt dirigió en 1854; Berlioz, adaptó la ópera para la mezzosoprano Pauline Viardot…

Curiosamente el personaje de Orfeo de la ópera de Gluck, lo han cantado casi todas las tesituras: mezosopranos y altos, (entre las mujeres) o castratos, sopranistas, tenores y barítonos (entre los varones) Teatralmente es más conveniente que lo cante un hombre, hay que aclarar que los cantantes castrados pertenecen al pasado; dicha práctica ya cayó en desuso.

La propuesta que presentó la OBA en días pasados, nos ofreció la primera versión de Gluck, la que se estrenó en Viena en 1762 en italiano. El compositor realizó otras versiones y adaptaciones posteriormente: la que escribió para París con muchos cambios y mejoras en la orquestación y un libreto en francés que respeta el libreto original en italiano, escrito por Raniero di Calzabigi. Entonces Gluck modificó el final de la popular aria “Che faró senza Eurídice” (Qué haré sin Eurídice) haciéndola más espectacular y compuso entre otras varias adiciones, la hermosísima “danza de los espíritus” para flauta y cuerdas. Solo de flauta que no pudimos disfrutar en Bellas Artes, pues se nos ofreció la primera versión de la obra.

Así que, habiendo al menos cuatro versiones de esta obra, la OBA nos brindó la más simple.

Leandro Marziotte, joven contratenor uruguayo, interpretó el personaje de Orfeo; bien cantado y actuado, notas graves débiles, buena y precisa afinación muy musical. Disfrutable su desempeño nos dejó un muy grato recuerdo.

Anabel de la Mora, joven y hermosa soprano tapatía, interpretó de maravilla el papel de Eurídice; excelente actuación. Su canto, es que cada vez mejor. El dolor que imprimía a su voz al creerse despreciada por su marido, fue memorable.

Mariana Ruvalcaba, también de Jalisco, pizpireta soprano que encarnó el rol de Amore (cupido) lo hizo impecablemente con entusiasmo y gracia, estupenda dicción y presencia escénica, aunque más que un Dios, parecía el paje del Duque de Mantua o el de “Baile de máscaras” pero eso pudiera ser porque así se lo pidió el director escénico.

Iván López Reynoso, el director titular de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, se encargó de ser quien dirigiera esta ópera; muy preciso, musical, y sobre todo en el estilo. Insistimos en que esta obra y otras de esa época debieran interpretarse con la afinación en la que fueron compuestas de 432 Hz; y no el 440, que se impuso en el siglo XX; ese cambio de frecuencia significaría un gran logro y un alivio para las voces.

Antonio Castro, dirigió la escena, y cambió lo que el libreto dice: Pastores y ninfas, furias y espectros del infierno, héroes y heroínas de los Campos Elíseos, seguidores de Orfeo. La acción se desarrolla en la Grecia mitológica. Todo eso lo cambió a la época actual y ya nunca pudimos ver la Grecia mitológica. Orfeo no llevaba lira y estaba vestido con una gabardina negra, tampoco parecía un hijo de los dioses. No puede decirse que fue encantadora e inolvidable su puesta en escena, pero funcionó teatralmente; había orden en el escenario y una expresión correcta de los sentimientos.

Adrián Martínez Frausto, escenógrafo nos quedó mucho a deber, su escenografía tiene la ventaja que puede usarse en muchísimas otras obras de teatro u óperas, no dudo que esté bien hecha y sea funcional, pero pareciera que la sacaron de la bodega, que fue pensada para otro título.

Ingrid SAC diseñó el vestuario acorde a la dirección de escena y a la escenografía,

No era lo que se esperaría en Orfeo y Eurídice, pero al menos llevaban ropa.

Víctor Zapatero, el responsable de la iluminación hizo un trabajo digno y bien hecho.

Ruby Tagle, coreografía ¿Cómo le pones coreografía a una ópera a la que le quitaron las danzas? Bueno… ella hizo lo que pudo y lo hizo bien.

El Coro del Teatro de Bellas Artes hizo bien su trabajo pese al vestuario y la puesta en escena. Musicalidad, dicción, poderío vocal, presencia…Muy eficientes.

La ópera es una obra teatral que se canta de principio a fin, y la música no se puede, no se debe cambiar en lo más mínimo (no se atreven ni a restituir la afinación original) no se puede modificar ni una nota, se hace lo que el compositor puso en la partitura y punto. Pero en el caso del libreto, ya no hay ese rigor ni esa disciplina, muchos directores de escena se sienten con el derecho y las atribuciones de cambiarlo todo casi siempre con muy malos resultados, produciéndose entonces funciones que más valdría escucharlas con los ojos cerrados.

En fin, gracias a la Ópera de Bellas Artes por reponer esta, la más famosa de las óperas de Christoph Willibald Gluck.