Cultura

"Tiburón. Una antología personal", de Edmundo Paz Soldán

Fragmento del libro de Edmundo Paz Soldán que se publica por cortesía de Almadía

rincón almadía

"El nacimiento de Venus", de Sandro Botticelli.

                             Amor, a la distancia

Anoche, mientras salía de mi departamento con dos botellas de vino tinto entre las manos, se me ocurrió, Viviana, que tú jamás sabrías de ese pequeño detalle si yo decidiera no contártelo. Las botellas de vino tinto, la sonrisa en los labios, el aire de expectativa ante la inminencia de una fiesta que prometía mucho y efectivamente cumplió: pequeños detalles que tú quizás jamás sepas, así como yo no sé de tantos pequeños detalles tuyos. Dicen que las relaciones son precisamente esas minucias que nos pasan mientras estamos ocupados haciendo o diciendo cosas importantes, y lo nuestro es una ausencia de minucias, nos contamos algunas cosas pero no es suficiente, esa es la naturaleza de la relación a la distancia, tres o cuatro meses de hablar por teléfono una o dos veces por semana, en general quince minutos y en el mejor de los casos media hora, si tenemos suerte una buena conversación y si no los inevitables malentendidos, las frases a medias, las diferencias de tono (cómo importa el tono de voz en el teléfono, la forma es más importante que el fondo) porque a veces uno se siente muy cerca de la otra persona y la otra no y viceversa, así hasta el reencuentro y el regreso de las minucias al menos por un tiempo, hasta la próxima separación.

En la fiesta conocí a una chica española, Cristina, había llegado a Berkeley por dos semanas a visitar a su hermana. Hubo una conversación trivial, hubo un par de sonrisas sugerentes y vino tinto y cerveza, hubo el contagioso merengue de Juan Luis Guerra y de pronto, Viviana, me encontré bailando con exaltada pasión. La estaba pasando muy bien y por ese momento pude olvidar el allá y el futuro, los diversos territorios y tiempos en los que uno habita en una relación a la distancia, y concentrarme en el acá, en el ahora. Luego me sentí culpable, como siempre me siento cuando la paso bien sin ti, cuando me dejo llevar por el ruido del mundo y descubro que también puedo ser feliz en tu ausencia. Para alguien que nunca dudó de ninguno de los mitos que generaciones pasadas nos legaron acerca del amor, esa verdad produce angustia y amargura: porque uno cree literalmente en los mitos y cuando descubre el amor piensa que es cierto, uno no puede vivir sin el ser amado, sin ese ser al lado hay insomnios continuos y una desgarrada, quieta desesperación lo que tienen que soportar las almohadas) y a veces no tan quieta. Angustia y amargura, porque uno descubre que puede vivir sin el otro ser, la impiadosa vida continúa y hay que sobrevivir, de algún modo hay que ingeniársela para construir un mundo en que la otra persona esté pero no esté, sea imprescindible pero no sea imprescindible. Y así, Viviana, nuestro gran amor se convierte en un amor más, un amor que pudo no haber sucedido aunque nosotros creamos que el destino nos tenía reservados el uno para el otro, un amor lleno de debilidades y olvidos y traiciones como el de tantos otros, un amor que después de todo es lo único que tenemos y es lo único que nos va a redimir de una vida llena de debilidades y olvidos y traiciones.

Cuando te llame el domingo, comenzarás por contarme lo que hiciste esta semana, un par de veces a comer salteñas al Prado, con tus amigas, el miércoles a las Torres Sofer con tu mamá, lo demás rutina, amor, sabes lo aburrida que es Cochabamba. Luego me dirás que me extrañas mucho y me preguntarás qué hice esta semana. Y yo también te diré que te extraño mucho y te narraré la historia de esta semana. Será una narración despreocupada, con un tono casual de voz, quizás palabras diferentes a las del anterior domingo pero siempre el mismo mensaje, por aquí no pasa nada, sin ti no pasa nada, me aburro mucho y me siento solo y no veo la hora de volver a verte. Si tuviéramos una relación libre sería diferente, podríamos contarnos las cosas que hacemos, con quién salimos y etcétera, pero el problema es que ninguno de los dos puede aceptar una relación así, nos creemos modernos pero no tanto, hemos decidido que si hay verdadero amor hay fidelidad y confianza, con nuestras palabras hemos creado un amor en el que no podemos fallarle al otro, en el que ambos valoramos muchísimo la fidelidad y confiamos muchísimo en el otro. Hemos creado una pareja que está muy por encima de nuestra realidad, y ninguno quiere ser el primero en destruir esa imagen. Es verdad que me siento muy solo y no veo la hora de verte, pero no es verdad que no pase nada (siempre pasan cosas). Te diré que el viernes fui a una fiesta, que estuve hasta temprano y pensé mucho en ti, que sentí mi soledad magnificada ante el espectáculo de tantas parejas felices juntas, amor, odio la relación a la distancia pero lo hago sólo por ti, tú vales la pena cualquier sacrificio. Y es verdad que tú vales la pena, que no te quiero perder. Pero tampoco te puedo contar muchas cosas porque sin secretos ninguna relación subsistiría: imposible tolerar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Cómo contarte, por ejemplo, que después de la medianoche besé a Cristina en el balcón con un ardor que no sentía hace mucho. Cómo contarte que un par de horas después, en el jardín y protegidos por las sombras, Cristina deslizó su mano derecha entre mis ropas hasta encontrar lo que buscaba, y cuando lo encontró no lo soltó hasta que yo tuve que pedírselo por favor, era tanto el placer y luego el dolor. Cómo contarte, Viviana, que Cristina y yo, ebrios y olvidados de todo excepto de los dos, nos fuimos a mi departamento y allí nos embarcamos en un viaje de jadeos y temblores hasta el fin de la noche.