Cultura

Tres nombres para los árbitros

Este torneo que estamos por cerrar, nuestra liga tuvo algún eco global y fue, penosamente, por el rodillazo que dio el árbitro Fernando Hernández al jugador Lucas Romero

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El árbitro Fernando Hernández y el jugador Lucas Romero, del equipo de León.

El árbitro Fernando Hernández y el jugador Lucas Romero, del equipo de León.

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No podemos engañarnos: lo que sucede en el futbol mexicano pocas veces tiene alguna repercusión internacional. Sin embargo, este torneo que estamos por cerrar, nuestra liga tuvo algún eco global y fue, penosamente, por el rodillazo que dio el árbitro Fernando Hernández al jugador Lucas Romero, del equipo de León, en la jornada 13 del torneo. La noticia dio la vuelta al mundo. No caeré en la malinchista y poco documentada postura de aquellos a quienes les gusta repetir “esto sólo pasa en México”: de hecho, una semana después, en la Premier League de Inglaterra, el abanderado Constantine Hatzidakis, en el partido del Arsenal contra el Liverpool, lanzó un codazo a la cara al defensa Andrew Robertson. No por reiterados o cercanos los acontecimientos dejaron de ser justamente escandalosos. ¿No son los árbitros, quienes representan la ley en el campo de juego, los más obligados a cumplirla, a mantener la serenidad y ante todo a evitar la violencia? Con todo, son humanos. Pensando en estos vilipendiados jueces —ambos, actualmente suspendidos, como es obvio— propongo reflexionar sobre tres apelativos que se aplican a los referees en el futbol: desde el más técnico hasta el más sugerentemente metafórico.

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1. Árbitro: la palabra proviene del latín arbiter, que alude a la capacidad de decisión, de determinación. Todos tenemos arbitrio, en tanto somos libres, en tanto nuestra conducta no es un mero efecto de causas externas. Pero llamamos “árbitro” de modo específico a quien ostenta una posición de autoridad para resolver conflictos, precisamente a quien, en uso de su libertad, ayuda a que la libertad de los demás no se auto-suprima, a que la convivencia humana no se haga imposible en el choque de intereses opuestos.

¿Tienen los árbitros de futbol hoy suficiente autodeterminación, no se ha minado precisamente su autoridad? El uso del VAR, la nueva condición atlética de los futbolistas, el utilitarismo descarnado de directivos y técnicos, los intereses económicos por encima de todo honor en el juego, los árbitros jubilados pontificando desde los medios (asumiendo cínicamente que hemos olvidado sus propios errores o sus opacidades), las cámaras omnipresentes compitiendo contra un pobre par de ojos… ¿no han hecho la posición arbitral cada vez más vulnerable?

2. Colegiado: también se llama colegiados a los jueces del futbol, y ello no es un reconocimiento directo de que su vocación exige estudio, preparación en el aula, actualización en cuanto a las reglas, seminarios y congresos. Más bien la referencia inmediata es a que los árbitros conforman un colegio: un colectivo, una corporación o comunidad. Más que en otros casos, su posición depende de la unión. En México los árbitros se han unido y parado la liga alguna vez, precisamente cuando los jugadores cruzaron la línea y les agredieron físicamente. ¿Cómo se vivirá dicha solidaridad cuando uno de entre ellos ha sido el agresor?

3. Nazareno: he aquí la metáfora más fecunda en significado y connotaciones. Al árbitro se le llama “nazareno” en cuanto está ahí, en la cancha, como quien espera ser crucificado: como el chivo expiatorio y víctima propiciatoria de las frustraciones de todos (jugadores, entrenadores, aficionados, prensa), el foco de la furia unánime, el que ha de recibir la agresividad desahogada sin devolverla, con generosa resignación. ¿Por qué lo hace? Seguro que la respuesta alude a lo vocacional: habrá que amar mucho el futbol para hacerlo posible concentrando sobre uno mismo todos los insultos.

La responsabilidad del árbitro es enorme: si no controla la violencia, ésta crece como el fuego y puede alcanzar las bancas, las tribunas, las calles, el otro lado de las pantallas. El despropósito de que sea el propio juez el que prende la mecha no puede ser más visible. Y sin embargo no hay nunca un único culpable: los padres de familia que increpan y no pocas veces agreden al árbitro de los partidos dominicales de sus hijos no pueden luego denostar al silbante profesional que en pantalla pierde los estribos.

En su hermoso libro "El futbol a sol y sombra", Eduardo Galeano especulaba que los árbitros vestían antes de negro por estar de luto, llorándose a sí mismos. Hoy se visten de todos los colores. Lo que no ha cambiado es la enorme exigencia sobre sus hombros: la cruz de la decisión, el peso de la autoridad. Ojalá la respalden con integridad y conocimiento, pues las tarjetas no son suficientes y a los golpes están en desventaja.

* Director del área de Humanidades en la Universidad Panamericana, campus México, y profesor-investigador de temas de ética, antropología y hermenéutica. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Ha participado en diversos programas de televisión y publicaciones de divulgación con comentarios sobre las relaciones entre futbol y cultura.