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‘Para entender el deporte’

¿Qué tan rápido envejece un cuerpo entrenado?

MOVIMIENTO: Un cuerpo que se mueve con alegría, aun cuando cruje, sigue diciendo lo mismo cada día: “No soy joven, pero todavía soy mío”. (Imagen ilustrativa generada por la plataforma de AI Manus)
  • La edad no es un número,
  •  sino una costra que se endurece más rápido
  • cuando uno se sienta a esperarla.

El músculo también recuerda

Hay quien cree que el cuerpo se acaba como una pila: sin drama, sin aviso. Pero no. El cuerpo se apaga como una casa abandonada: primero deja de sonar el timbre, luego se oxidan las bisagras, y al final, se olvida cómo se abría la puerta. A menos que uno, cada mañana, decida volver a tocar el timbre desde adentro.

La ciencia le llama telómeros a esos cabitos microscópicos que se desgastan con la edad. Uno le llama cansancio. Pero el cuerpo entrenado sabe que cada gota de sudor es un escudo molecular. Entrenar no es ganarle al tiempo, sino escribirle con cada movimiento una nota al pie que diga: “No te pertenezco del todo”.

Y sí, duele. Pero duele más cuando uno deja de hacerlo.

PLASTICIDAD: ESE MILAGRO TERCO

Los expertos hablan de plasticidad neuromuscular. Los tercos le dicen constancia. El músculo entrenado no rejuvenece, pero recuerda. Conserva rutas, atajos, huellas de lo que fue capaz. Puede que ya no salte igual, pero cae con elegancia. Puede que ya no corra como antes, pero camina con conciencia.

Entrenar después de los 50, de los 60, es como afilar una navaja que ya no corta, es solo para que no se oxide. No se trata de rendir más, sino de no rendirse. Y eso, en estos tiempos, ya es revolucionario.

El cuerpo que se entrena envejece, claro. Pero se demora. Hace pausas. Negocia mejor con la gravedad. Se arruga sin que se le caigan las ganas.

Hay quien persigue la juventud. Hay quien persiste en el cuerpo. Son especies distintas.

LA VEJEZ COMO RESISTENCIA

La vejez llega sin pedir permiso, pero no sin encontrar resistencia. Hay cuerpos que envejecen de pie. Otros, sentados desde los 40. El cuerpo entrenado no detiene la vejez: la acompaña a distancia, sin entregarse.

Y entonces aparece esa belleza rara, la que no cabe en el gimnasio ni en el espejo. El cuerpo viejo que se mueve no busca likes: busca no olvidarse de sí mismo.

Porque hay músculos que no son visibles. Están en la voluntad. En esa rodilla que sube la escalera aunque truene. En ese brazo que aún levanta la bolsa del mercado con una especie de dignidad rebelde. En ese corazón que late no por rutina, sino por necedad.

Hay quienes le temen a envejecer. Otros le temen a no envejecer con cuerpo. Y peor aún: con cuerpo, pero sin alma.

Envejecer no es una tragedia. Es una cita. Lo grave es llegar sin ganas.

El cuerpo que se entrena no pretende detener el tiempo. Solo quiere llegar con la frente alta, las piernas firmes y el alma despierta. Aunque sea tarde. Aunque duela. Aunque los telómeros, allá adentro, susurren su cuenta regresiva.

EPÍLOGO SIN CONSUELO

Entrenar no es para durar más. Es para vivir mejor mientras tanto.Y un cuerpo que se mueve con alegría, aun cuando cruje, sigue diciendo lo mismo cada día:“No soy joven, pero todavía soy mío”.

Porque el cuerpo que se mueve se defiende del olvido. Se vuelve menos decorativo y más necesario.

Y hay algo profundamente hermoso en un cuerpo que envejece luchando por seguir siendo útil.

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