Escenario

CORTE Y QUEDA. Uno de los filmes de terror más destacados del año proviene de Estonia,, es dirigido por Sander Maran y formó parte del Fantasía film Festival

‘Chainsaws were singing’: A cantar al ritmo de motosierras

Fotograma de ‘Chainsaws were singing’ Fotograma de ‘Chainsaws were singing’. (CORTESÍA)

Dentro del marco del Festival Fantasia 2024 se presentó una cinta de Estonia que, como pocas veces, crea un musical combinado con slasher que habla sobre la historia de dos amantes separados no por las diferencias sociales o políticas que los rodean, sino por un asesino con una sierra eléctrica. Chainsaws were singing es, sin duda, uno de los proyectos más originales que se han visto en años donde la sangre y las buenas notas conviven a la par.

El director y guionista Sander Maran no se inhibe al hacer una mezcla de géneros improbables que ha dado resultados tan infames como Repo: The Genetic Opera (Bousman, 2008) o tan divertidos como Ana y el apocalipsis (McPhail, 2017). Lo sorprendente de este alocado filme es la mano que tiene Maran para mezclar todo en un cine tipo guerrilla, con nulo presupuesto y muchas veces cámara en mano o efectos baratos.

Una de las virtudes de esta ópera prima que podrá disfrutar el público mexicano en pantalla grande en el marco del XXIII Festival Macabro, es sin duda el ingenio que Maran presenta en sus escenas de muerte que bañan de sangre un relato de amor al más puro estilo de La La Land (Chazelle, 2016) que oscila entre lo cursi y lo violento donde las influencias del terror son notorias, siendo la más obvia la Masacre de Texas de Tobe Hooper.

Aunque el titular detrás de la cámara es Sander, Chainsaws were singing se alimenta también del ingenio y humor del resto de los hermanos Maran, quienes aparecen por ahí en papeles cortos añadiéndole un sentido del humor tan absurdo que es disfrutable. Pero es la gran visión del director que ejecuta de maravilla esta aventura irreverente en la que realizó labores de compositor, fotografía, edición, diseño sonoro, colorista y hasta artista de efectos visuales. Demostrando la pasión que tienen por darle vida a este romance de acción y sangre, esta cinta estonia pinta para ser una reliquia de culto.

Y es que después de diez años que tardó en realizarse el proyecto, el filme cruza las barreras de la hiper violencia con la cursilería mientras seguimos el camino de Tom (Karl Ilves) para recuperar a su amada, Maria (Laura Niils) de las garras del psicópata asesino de la sierra (Martin Ruus) y su demente familia conformada por la posesiva y psicopática madre (Rita Rätsepp) y un par de gemelos enamorados entre sí, Pepe (Ra Ragnar Novod) y Kevin (Henryk Johan Novod).

A pesar de que la cinta pasa por momentos bastante turbios, especialmente al conocer a la perturbadora familia del asesino, Maran y compañía saben cómo romper la tensión ya sea con chistes tan bobos como con algún número musical entusiasta que demuestra la diversión que todos están teniendo al jugar a hacer esta historia, misma que es así de simple en su premisa pero en la que suceden muchas otras cosas a la par.

Aunque para algunos la duración de dos horas puede resultar un tanto excesiva y con un montón de personajes secundarios o situaciones que acontecen solamente para recordarnos el gran absurdo de la obra o fungir simplemente como mera carne de cañón y carecer de una profundidad en sus protagonistas más allá de su motivación extrema de amor incondicional a lo Romeo y Julieta, Chainsaws were singing sortea la irreverencia con un ritmo bastante ágil.

En cuanto a las actuaciones, el asesino de la sierra interpretado por Martin Ruus resulta ser más encantador que una figura que inspire miedo, lo que choca con las concepciones del género. Es su vulnerable personalidad y su mutismo lo que provoca que tenga un halo de encanto, todo esto mientras conoces el porqué de sus asesinatos y su forma de pensar que se suma a un pasado muy turbio donde asesinar le sirve como terapia, necesidad o mero divertimento para el público.

Por otra parte tenemos a Tom y Maria. Karl Ilves representa al novio bueno para nada que no tiene suerte ni amor, de hecho busca terminar con su vida cuando conoce a su amada Maria. Es su inherente idiotez y su imagen de eterno perdedor lo que potencia su viaje lleno de violencia, bromas y un compañero de viaje llamado Jaan (Janno Puusepp), que es sinónimo del infortunio y el pesimismo con quien entabla una muy bizarra amistad que los llevará a enfrentar los peligros del bosque estonio.

Maria, a quien Laura Niils encarna, es quien la pasa más mal. Es a través de ella y su despistada forma de ser que conocemos la locura de la familia del asesino. En esta subtrama es donde Maran explora mucho sus influencias del slasher norteamericano y las motivaciones de los villanos que buscan matar gente a destajo. Todo esto con tintes de humor que, en efecto, raya entre la locura de los Looney Tunes y el humor de Monthy Python.

Grabada desde el 2013, Chainsaws were singing logra crear muy buenos actos musicales combinados con secuencias imprevisibles que se alimentan de una historia básica de luchar por quien amamos aderezada con montones de estéticas al más puro estilo de la serie b de Sam Raimi en El despertar del diablo (1981), así como del uso de prostéticos, la imagen sucia y granulienta así como un buen maquillaje que le permite crear un look tan extravagante que conquista a la audiencia gracias a sus canciones igual de absurdas y ese gran sentido del humor que Maran y compañía nunca abandonan. A cantar entonces al ritmo de las motosierras.

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