
Desde Maracaibo, Venezuela, hasta Los Ángeles, California, el camino de Juan Pedro Soto ha sido todo menos lineal. Nacido en una familia de ingenieros y financistas, el arte parecía una ruta improbable. Sin embargo, desde muy pequeño, Juan encontró en el cine una voz interior imposible de ignorar. A través de las películas de Disney, Pixar y Studio Ghibli, su imaginación se llenó de mundos donde la creatividad no tenía límites, pero sobre todo, se forjó una pregunta que lo marcaría de por vida: “¿Y si yo pudiera hacer esto algún día?”
Entre recuerdos entrañables junto a su padre viendo Art Attack y repitiendo los detrás de cámaras de Monsters Inc. una y otra vez, Juan comenzó a moldear su sueño. La chispa se convirtió en vocación cuando, siendo adolescente, tomó cursos de artes plásticas y teatro, desafiando las dudas de quienes lo rodeaban. Fue también en esa etapa cuando un correo de respuesta de Guillermo del Toro cambió todo: “Querer es poder – solo necesitas paciencia, dedicación y mucho, muchisisisisimo trabajo”. A partir de entonces, Juan tuvo clara su misión: encontrar historias que merecen ser contadas.
Con esa determinación se fue a estudiar a Estados Unidos y comenzó su formación en Full Sail University, especializándose en animación 2D y 3D, guiado por animadores veteranos de Disney. Posteriormente, en UCLA, perfeccionó su visión en la dirección cinematográfica bajo la tutela de cineastas reconocidos como Peter Lauer (Malcolm in the Middle). La técnica fue el medio, pero la narrativa emocional, su verdadero propósito.
Uno de los proyectos más significativos de su carrera fue Luna Azul, un cortometraje que escribió, dirigió y produjo, inspirado en una experiencia personal. La historia de dos inmigrantes que se reencuentran con un pasado inconcluso fue, para Juan, un bautismo de fuego. “Todo era nuevo, y cada decisión la tomaba casi con pinzas”, recuerda. Sin embargo, entre el caos y el estrés, descubrió algo vital: “por primera vez disfrutaba estar en estrés”. Ese momento de epifanía definió su compromiso con el cine.
Más tarde, produjo el videoclip El cielo no es de nadie, dirigido por el cineasta mexicano Manuel del Valle, con quien formaría una mancuerna creativa sólida. Este trabajo le permitió entender la importancia de la colaboración y cómo el arte puede mutar dependiendo del medio, sin perder su esencia. “Los videoclips son como los primos lejanos del cine narrativo”, bromea Juan, “y son una gran oportunidad para experimentar visualmente”.
Pero es con el proyecto Sandclouds donde Juan Pedro Soto consolida su identidad como productor y coescritor. Este cortometraje animado en stop-motion nace de una idea compartida con Manuel del Valle, pero también de algo más profundo: la memoria de sus padres y los sacrificios invisibles que marcan generaciones. La imagen que dio origen al proyecto fue una fotografía de un hombre con alas de madera en la espalda. A partir de esa metáfora visual, el guion cobró vida.
“Sandclouds habla del sacrificio de nuestros padres”, explica Juan. “De cómo sus ideas de éxito no siempre son las nuestras, pero ambas visiones pueden coexistir sin invalidarse mutuamente”. Esta dicotomía entre generaciones, cargada de ternura y conflicto, encuentra en la animación stop-motion un lenguaje preciso: artesanal, físico, imperfecto. “El stop-motion es un milagro físico a cámara lenta”, dice, “sus texturas, sus imperfecciones, lo hacen el medio más humano para contar una historia como esta”.
Sandclouds es una historia que tiene el potencial de tocar fibras profundas en cualquier espectador, pero especialmente en aquellos que conocen el sentimiento de pertenecer a dos mundos, de no encajar del todo en ninguno. Para Juan, esta narrativa representa la experiencia de muchas familias inmigrantes, donde los sueños individuales chocan a menudo con las expectativas colectivas. El cortometraje busca abrir un espacio de empatía y entendimiento, más allá de las palabras, más allá de los juicios.
El equipo detrás del proyecto ha crecido de dos personas a más de veinte, cada uno aportando talento y sensibilidad a un universo donde los detalles lo son todo. Juan no solo coordina y produce, sino que también impregna cada etapa del proceso con una claridad emocional que contagia. No se trata solo de animar figuras; se trata de darles alma.
Cuando se le pregunta sobre el futuro, Juan responde con la humildad de quien ha aprendido a soltar el control: “Es suficiente con planear sin pensar tanto. Yo haré esto mientras la vida me lo permita”. Para él, el cine no es solo un trabajo; es su forma de habitar el presente, de congelar el tiempo, de entender el mundo. En un panorama cinematográfico donde la rapidez y lo digital dominan, Juan Pedro Soto apuesta por la pausa, la textura, la historia y la emoción. Y esa apuesta, sin duda, lo distingue.