
“Desde niña supe que quería ser artista, pero pronto descubrí que lo mío era la actuación”, comparte Ana Ortizharo al recordar los inicios de su carrera. Con una formación en el Lee Strasberg Theatre and Film Institute de Nueva York, Ana encontró en el método una brújula profesional que hoy sigue marcando cada proyecto que asume.
“Estudiar actuación en Nueva York me cambió la vida. El método me enseñó que antes de interpretar a alguien más, debes conocerte a ti misma. Eso implica explorar quién eres, cómo reaccionas ante ciertas situaciones y separar tu propia historia de la del personaje”, explica.
En esta disciplina aprendió a trabajar con los cinco sentidos, lo que le permite una conexión más auténtica con el momento escénico. “En el set o en el teatro, cuando alguien te dice un diálogo, debes recibirlo realmente, no actuar que lo recibes. Eso es lo que hace que el público conecte”, añade.
Su experiencia no se limita a un solo formato. Ana ha trabajado en teatro, cine y televisión, y cada espacio le ofrece un aprendizaje distinto. “El teatro es entrenamiento constante, es conectar día tras día con el mismo personaje y con el público. En cambio, en el cine puedes grabar una escena y no volver a interpretarla jamás, pero esa escena quedará ahí para siempre, viajando por el mundo, conectando con personas que quizá nunca conozcas”, reflexiona.
En televisión, destaca las series como un proceso evolutivo. “Cuando haces una serie larga, creces con el personaje y el personaje crece contigo. Es un vínculo especial”, comenta. Para Ana, cada formato tiene su propio encanto y los disfruta por igual, ya que todos alimentan su proceso creativo.
Rebequita: una maternidad entre generaciones
En la película “Nuestros tiempos”, distribuida por Netflix, Ana Ortizharo interpreta a Rebequita, un personaje cuya historia atraviesa distintas décadas, desde 1966 hasta el presente. El reto fue construir una mujer de su tiempo sin juzgarla desde la perspectiva actual.
“No quería que mis ideas se interpusieran en la construcción de Rebequita. Por eso investigué mucho sobre cómo era ser mujer y madre en los sesenta”, relata. Para lograrlo, Ana habló con su abuela, quien estuvo embarazada en esa época. “Le pregunté cómo fue decirle al mundo que estaba esperando un bebé, qué pensaba, qué sentía. Eso me ayudó muchísimo”, cuenta.
También se acercó a mujeres embarazadas en la actualidad para entender los cambios físicos y emocionales. “La maternidad es un proceso hormonal fuerte, una montaña rusa de emociones, y eso me dio mucho rango actoral para construir al personaje”, dice. Esta investigación, junto con el vestuario y maquillaje, terminó por completar la transformación de Ana en Rebequita.
El proyecto, dirigido por Chava Cartas, es más que una historia familiar. “La película habla de los cambios sociales y familiares a través del tiempo, pero siempre desde el amor”, comenta. Para Ana, fue una experiencia transformadora que le dejó reflexiones profundas sobre la evolución de la sociedad.
“Sabemos que hay avances sociales, pero verlos representados tan gráficamente en pantalla genera conciencia y conversación. La película es ligera, tiene comedia, pero también invita a pensar cómo queremos ser como sociedad. Eso es muy valioso”, señala.
Además, compartir escena con figuras como Lucero y Benny Ibarra fue un sueño cumplido. “Yo crecí viéndolos en la televisión y en los escenarios. Estar con ellos en un proyecto fue un honor. Lo más bonito fue descubrir que son personas humildes, dispuestas a compartir y platicar como cualquier compañero de trabajo. Eso me dejó una enseñanza muy grande sobre cómo se construye una carrera con respeto y sencillez”, afirma.
Historias que generan empatía colectiva
Ana Ortizharo tiene claro el tipo de proyectos que quiere seguir construyendo: aquellos que generan conversación, reflexión y empatía. “Me gustan las historias que nos permiten vernos, que nos dejan pensando, o que nos muestran realidades distintas a las nuestras para entender mejor al otro”, dice.
No necesariamente busca que todas las historias tengan un enfoque social explícito, pero sí prefiere personajes que conecten con la humanidad colectiva. “Al ponerte en los zapatos de alguien diferente a ti, te das cuenta de que al final todos somos muy parecidos. Eso genera empatía y hace que, como público, tomes mejores decisiones en la vida real”, explica.
La actriz considera que el cine y la televisión son herramientas poderosas para estos procesos. “Ver en pantalla una historia que no tiene nada que ver contigo, pero con la que terminas conectando, es un acto transformador”, asegura. Por eso, su meta es seguir participando en proyectos que apuesten por contar historias con alma y fondo, aunque se presenten desde géneros ligeros o comedia.
“Como actriz, mi responsabilidad es ayudar a contar esas historias de la manera más honesta posible, sin juicios y con total entrega”, concluye.
Actualmente, Ana Ortizharo continúa trabajando en nuevos proyectos tanto en cine como en televisión y teatro, siempre con la convicción de que la actuación es un puente para entender la vida y a los demás desde un lugar más humano.