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‘Los últimos días de Judas Iscariote’ se nutre de escenas cargadas de ironía, inteligencia emocional y cuestionamientos filosóficos

Teatro Helénico presenta ‘Los últimos días de Judas Iscariote’: entre el humor y la redención

"Los últimos días de Judas Iscariote"
"Los últimos días de Judas Iscariote" Foto: Crónica Escenario

Los últimos días de Judas Iscariote, del dramaturgo estadounidense Stephen Adly Guirgis, llega al Teatro Helénico con una apuesta audaz: someter al espectador a un juicio donde Judas no solo es acusado, sino que puede, o no, ser redimido. La ambientación ocurre en una sala de audiencias del purgatorio llamada Esperanza, donde una abogada lucha por reabrir el caso del “mayor pecador de la historia”. ¿Traidor, enfermo, ser incomprendido? Esa pregunta está en el centro del debate.

Bajo la dirección de Marco Vieyra, esta versión mexicana se distingue por su gran formato y su ensamble repleto de voces reconocidas: Silverio Palacios, Nailea Norvind, Enrique Arreola, Sebastián Silveti (como Judas), Mónica del Carmen, Michelle Rodríguez, entre otros. La puesta en escena rememora esa potencia teatral que es poco común hoy, en palabras de Antonio Zúñiga: “Teatro épico” que reúne presencia, energía y armonía escénica.

Humor ácido, reflexión profunda

La obra se nutre de escenas cargadas de ironía, inteligencia emocional y cuestionamientos filosóficos. Personajes como Sigmund Freud —quien diagnostica a Judas como psicótico—, Satán, Santa Mónica, María Magdalena, la Madre Teresa y otros testigos históricos aportan perspectivas divergentes sobre el juicio moral y psicológico del protagonista. Uno de los momentos más provocadores ocurre entre Satán y la defensora Fabiana Cunningham: “Si la desesperanza humana es más fuerte que el amor de Dios, ¿qué dice eso de él?“.

"Los últimos días de Judas Iscariote"
"Los últimos días de Judas Iscariote" Foto: Crónica Escenario

Marco Vieyra logra mantener un equilibrio poderoso entre el humor negro, la emoción cruda y la crítica social. Cada actor transita múltiples personajes en un montaje que no descansa: movimiento escénico constante, escenas cortas que se superponen y una cadencia casi vertiginosa, en una construcción dramática que deja al borde del asiento al espectador.

Esta obra no pretende dar respuestas cerradas, sino abrir preguntas profundas. Refleja los dilemas universales: el perdón, la culpa, la traición, el juicio divino y humano. Con un enfoque que trasciende dogmas, invita a mirarnos en un espejo moral donde el espectador se convierte en juez. Como dice Sebastián Silveti, “una obra que habla sobre los seres humanos… mostrar la luz y la sombra… ser compasivos con nuestras luces y sombras”

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