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Alejandra Sánchez Orozco: “La sociedad se ha dedicado a construir una frontera entre buenos y malos de manera hipócrita”

ENTREVISTA. La documentalista mexicana reflexiona sobre su filme Placeada. Historia íntima de una ex-sicaria que estrenó en la capital dividiendo opiniones con un personaje que forma parte de la iconografía del narco

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Fotograma de 'Placeada'.

Fotograma de 'Placeada'.

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Gabriela recorre cuartos de hotel en la Ciudad de México y ya instalada, se dedica a revisar sus redes sociales y las bolsas de trabajo publicadas en los periódicos, mientras que enciende compulsivamente un nuevo cigarro. Al final del día, esta mujer de cuarenta y cinco años, aborda el cablebús y se pierde en la inmensidad de la urbe. Sin embargo, es notorio que Gabriela desea hablar, encontrar un cómplice a quien compartirle su historia personal.

Y vaya que tiene algo interesante que contar: durante su adolescencia en la Ciudad Juárez de los años noventa, se introdujo en el crimen organizado, ascendiendo rápidamente de ser una narcomenudista más a ser jefa de sicarios con toda clase de inmunidades y nexos con la policía. Y en su cuarto largometraje, el documental Placeada. Historia íntima de una ex-sicaria (2022) la directora y guionista Alejandra Sánchez Orozco buscó las piezas para reconstruir esa vida.

A propósito del reciente estreno de la película en las salas del circuito alternativo de la ciudad, compartimos la entrevista con la realizadora, quien habló acerca de su interés por indagar cómo y de qué lugar surge el fenómeno de la violencia, así como del doble rasero con el que se juzgan las manifestaciones surgidas de la narco cultura, cuando estas carecen de espectáculo y de apologías.

En tu filmografía, Ciudad Juárez se ha convertido en el escenario de donde rescatas del anonimato historias en torno a lo complejo que puede llegar a ser vivir en dicha región. ¿Cómo es tu relación con la ciudad como influencia y fuente de inspiración?

Nací en Chihuahua, la capital, tengo raíces en un pueblo que se llama Pascual Orozco y actualmente vivo en la Ciudad de México, sin embargo, Ciudad Juárez es un lugar que siempre me ha llamado la atención filmar por ser un sitio de paso donde muchas culturas convergen, también por su fotogenia extraña, una mezcla entre lo hermoso y lo esperpéntico, pero sobre todo porque desafortunadamente ahí es donde comenzó el fenómeno de los feminicidios y me interesa retratar cómo sigue siendo una ciudad complicada para las mujeres. Entonces, podríamos decir que es una relación llena de contrastes la que mantengo con la ciudad.

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¿Cómo se da tu encuentro con Gabriela para decidir hacer un documental?

Yo tenía ganas de hablar de un tema que me resulta absolutamente inquietante, que es el de la violencia en México, considerando que estamos entrando a la tercera década desde que México se convirtió en un país francamente peligroso. En mi cine, toco temas que me confrontan, que me conmueven, que me embisten; por ejemplo, cuando hice Bajo Juárez: La ciudad devorando a sus hijas (2006) había un montón de cosas que provocaban que abordar los feminicidios me indignara y me diera rabia, como el hecho de que estos no solo no se estaban resolviendo, ni deteniendo, sino que paulatinamente se estaban extendiendo por todo el país como si se tratara de una pandemia.

En el caso del asunto de la violencia, muchas veces he pensado “Me tengo que ir de México”, sobre todo desde que me convertí en mamá, pero como es el país en donde tengo todas mis raíces, redes y querencias, me puse a investigar y a preguntarme ¿dónde y cómo surge esta manifestación?

Así, originalmente me imaginé trabajar con mujeres jóvenes y me fui al Centro de Readaptación para Adolescentes Infractoras, en Chihuahua. Estuve durante un año conociendo chicas que no pasaban los dieciocho años e intentando meter la cámara para poder contar historias muy parecidas a la de Gabriela, pero fue imposible. Sin embargo, ahí estaba trabajando una custodia con la cual a lo largo de ese año hice una buena amistad y un día me dijo: “Oye, yo también soy custodia del reclusorio femenil de adultas y acaba de salir una mujer que fue jefa de sicarios. Creo que ella puede retratar un poco lo que tú pretendes hacer con estas muchachas” y así fue como eventualmente conocí a Gabriela.

Cuando la contacté, ella me contó que estando en prisión, cada vez que veía la televisión y aparecía el centro de la Ciudad de México, soñaba con salir e ir a tomar un café en la Torre Latinoamericana, entonces ahí fue nuestro primer encuentro en donde le compartí mi interés en contar su historia. De esta manera, comenzó un proceso que duró casi cinco años. 

El filme ha causado división de opiniones por su temática.

El filme ha causado división de opiniones por su temática.

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Si bien, desde el inicio, vemos en Gabriela a una mujer articulada, elocuente y franca, como directora y entrevistadora, ¿qué elementos se necesitan para poder ir reconstruyendo una vida difícil por medio de la palabra?

El documental te da la oportunidad de entablar un diálogo con el otro, de tener un tête à tête. Aunque a lo largo de la carrera de cine se nos enseña técnicas para acercarse a nuestro personaje, el compromiso mutuo, la complicidad y el vínculo emocional se consiguen sin planearlo mucho; primero son largas charlas sin la cámara y una como documentalista debe de aprender a escuchar y nunca juzgar. Conforme transcurre esa etapa, una va buscando ciertas cualidades en el personaje, como una claridad en el lenguaje o el carisma, y en el caso de esta película, Gabriela es una mujer que reúne esas características.

Mucha gente me podrá interpelar y decir “¿Cómo puede ser carismática una mujer que ha matado en múltiples ocasiones?”, pero para mí hay un atractivo en ese dilema porque es una mujer que se mantiene en un cuestionamiento continuo y eso, cinematográficamente hablando, puede ser muy interesante: una siempre busca en el cine la paradoja, la contradicción y la complejidad. Posteriormente, al momento de filmar, una se dedica a dirigir como si se tratara de actores, sin decir que esto se vuelve ficción, pero los personajes del cine documental se representan a sí mismos y en ese sentido hay cierto nivel de actuación.

Finalmente, ese compromiso y esa confianza entre ambas también se reflejó cuando tuve un corte preliminar de la película y quise mostrárselo para saber si estaba de acuerdo con lo que veía o si había algo que no le gustaba o incluso que podía poner en riesgo su integridad, y así dejar la película de tal forma que las dos quedáramos conformes. Después de haber visto ese corte, Gabriela me dijo: “Quisiera una última entrevista, tengo nuevas cosas que decirte, aunque, si a ti te gusta ese final, yo estoy tranquila”, entonces me di cuenta de que esa última entrevista que me proponía permitía mostrar una transformación en ella y una reflexión de su propia historia, por lo que decidí volver a la sala de edición. Digamos que ese es el camino que seguí para poder acercarme a ella. 

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En el transcurso de la película vemos a Gabriela recorriendo diferentes cuartos de hotel y abordando el transporte público sin un rumbo fijo. ¿Esto responde a la dificultad que tiene de volverse a insertar en la sociedad y en su inestabilidad en el presente?

Antes de reunirme con ella, Gabriela andaba en un devenir en donde no sabía muy bien dónde quedarse y qué hacer de su vida; como permaneció tanto tiempo en prisión, le daba miedo la gente y salir a la calle. Entonces consideré que lo más conveniente era grabar en cuartos de hoteles, no solo porque era algo más íntimo, sino porque intentaba representar el ritmo de vida que ella llevaba en Ciudad Juárez, donde iba de cuarto en cuarto de hotel buscando un espacio donde refugiarse.

También quise mostrar que esa parte de la sociedad a la que perteneció Gabriela, está completamente insertada entre nosotros y que la cultura del narco forma parte de nuestra cotidianidad, por ejemplo, me es común escuchar a primos o amigos de Chihuahua, decir que sus vecinos son parte de algún cartel, es algo sabido, pero que no se menciona abiertamente. Entonces, decidí retratarla tomando el transporte público, yendo a la lavandería, haciendo las compras, porque al final, las personas involucradas en el crimen organizado hacen más vida cotidiana de lo que uno pensaría.

El relato que hace Gabriela ocurre a lo largo de la década de los noventa. Sus palabras, sin embargo, son ilustradas, entre otras fuentes, con imágenes de noticieros que dan cuenta de hallazgos de cadáveres en espacios públicos, enfrentamientos entre militares y el crimen organizado o motines en cárceles, las cuales pertenecen a épocas más recientes. Interpreto que esta decisión es porque estas imágenes son la consecuencia de las experiencias que va describiendo Gabriela.

Tienes razón. El enrolamiento de Gabriela en el narcotráfico, a inicios de la década de los noventa, fue a los 12 años y a los 20 es detenida por multihomicidio; en esa época apenas aparecían de manera muy soterrada las primeras manifestaciones de lo que se convertiría en una cosa muy desbordada que hizo explosión en el sexenio de Calderón. Ella permaneció 17 años en la cárcel y salió a la mitad de la administración de Peña Nieto en un momento en el cual un montón de chavitos y chavitas iban siendo cooptados por el crimen organizado para trabajar como sicarios o como halcones; cambian administraciones, cambian partidos políticos y la situación sigue agravándose. Las palabras de Gabriela se replican, siguen vigentes, entonces sí, fue intencionado el uso de estas imágenes.

El filme debutó el año pasado en el Festival de Morelia.

El filme debutó el año pasado en el Festival de Morelia.

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¿Cómo fue el trabajo con tu editora para conseguir este montaje de imágenes?

Fue un trabajo difícil. La cabeza del departamento de edición es Ana García, una mujer que ha editado muchas películas y series mexicanas (Ana García es la responsable del montaje de películas como Güeros y episodios de series como Horario estelar), es una colega muy creativa con quien colaboro por tercera ocasión. Ella le dio a una historia que se antojaba de mucha talking head, un lenguaje cinematográfico lúdico y, en algunos momentos, más juguetón. Igualmente, con la música compuesta por Tareke Ortiz y Gabriel Briones, fue dándole ritmo a ese espacio tan íntimo, el cual en los primeros cortes del documental llegaba a ser muy claustrofóbico.

Ana y yo compartimos el crédito del guión, ya que ambas trabajamos en buscar imágenes, algunas que rompieran la narrativa, otras que ilustraran, otras que dialogaran y otras que evocaran, quizás algunas más literales que otras y fue la primera vez que me enfrenté a un montaje tan demandante y a una forma de narrar poco tradicional.

¿De qué manera concebiste el recurso narrativo que episodios clave en la vida de Gabriela (la relación con su papá, la amistad con la mujer que la va introduciendo al narcomenudeo, el nacimiento de sus hijos en la cárcel...) sea a través de su celular y sus redes sociales?

Creo que las redes sociales han obligado para bien al lenguaje cinematográfico a reconstruirse, a reinventarse y a redescubrirse, es otro tipo lenguaje ahora. Gabriela es muy adicta a las redes sociales, está viendo su celular constantemente, entonces la apuesta fue jugar con lo que suben los usuarios a las redes y con la manía de estar viendo el Facebook a cada rato, construyendo diferentes universos contenidos dentro de la historia.

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Entre las palabras de Gabriela, escuchamos en varios momentos algo que no es inédito, pero que sigue siendo algo relevante: el nexo entre el crimen organizado y las autoridades, de ahí el nombre del documental. ¿Qué opinas al respecto?

Creo que esto es algo que nos persigue desde varias décadas atrás. Lo cierto es que desde Bajo Juárez: La ciudad devorando a sus hijas hasta la actualidad vivimos en un Estado que está emparentado con el crimen organizado de una u otra manera; las investigaciones de periodistas como Anabel Hernández, Ricardo Ravelo o Diego Enrique Osorno, al respecto son absolutamente contundentes. Hablando de los feminicidios, ha existido toda una infraestructura que ha permitido que ese caldo de cultivo ocurra; recordemos que en su momento, Sergio González Rodríguez y Diana Washington decían que había políticos y empresarios involucrados con esos crímenes. Y esto puede aplicarse para cualquier otra actividad delictiva.

¿Cómo fue la producción de Placeada?

Fue un proceso muy largo y complicado. Placeada tuvo sus particularidades: desde el momento de buscar el presupuesto, el personaje causaba muchísima molestia, “No vamos a aprobar un proyecto donde se le dé la voz a una ex-sicaria”, era el argumento recurrente de los encargados de evaluar el proyecto. Así, a diferencia de mis trabajos anteriores, fue muy difícil el poder levantar la película y mucho salió de mis propios recursos, aunque en el último tramo, obtuve el apoyo del ahora extinto FOPROCINE para la postproducción.

Por otra parte, y no solo hablando de Placeada, sino del resto del quehacer cinematográfico, creo que este se ha vuelto cada vez más complicado: cada vez somos más los que queremos levantar películas y menos fondos con los cuales producirlas. Es un poco triste lo que está pasando: aquellos proyectos que antes levantabas en un año o dos, ahora los levantas en cinco o simplemente no se levantan porque no hay manera de hacerlo. 

La cineasta Alejandra Sánchez Orozco.

La cineasta Alejandra Sánchez Orozco.

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Y como evidencian las cifras arrojadas recientemente por el Anuario Estadístico 2022 publicado por el IMCINE, además de la producción, el talón de Aquiles del cine mexicano sigue siendo su distribución y exhibición.

Exacto. Después que terminas la película hay que buscar cómo exhibirla y no siempre hay manera de hacerlo y una película que no se exhibe se vuelve una bomba de frustración que la traes en el pecho y te explota en el momento menos indicado. En este caso, el estreno de Placeada. Historia íntima de una ex-sicaria está corriendo por mi cuenta y la distribuidora Artegios apoyará a la película cuando llegue a las plataformas de streaming.

Resulta curioso que el personaje sistemáticamente haya generado rechazo y polémica, tomando en cuenta que, como mencionaste, la cultura e iconografía del narco la tenemos totalmente asimilada.

Es paradójico, porque si tú ves el catálogo de una plataforma como Netflix hay un montón de series como la de El Chapo o Narcos: México. Lo que sucede es que la sociedad se ha dedicado a construir una frontera entre buenos y malos de manera hipócrita. Desde luego, no hay justificación en quitarle la vida a alguien, es éticamente incorrecto, más allá de que en una gran parte de su historia, la humanidad se haya dedicado a hacerlo, a veces heroicamente alabados, a veces denostados, sin embargo, en mi caso con Gabriela, yo tenía muy claro que no podía volverme ni la fiscal, ni la abogada defensora; soy una mujer curiosa a quien le gusta escuchar y contar historias, y como decía al inicio, como documentalista no juzgas a tu personaje.

Yo me quise acercar a Gabriela para entender qué hay detrás de alguien que se mete en las filas del crimen organizado, quién era ella antes de hacerlo, qué quería, qué historias se fraguaron dentro de su familia, qué tuvo que vivir, qué soñaba; por ejemplo, en la película ella dice que soñaba en tener una casa en la playa como muchos de nosotros también soñamos. Entonces, lo que puede inquietar es descubrir que, quizás nosotros, tenemos poco o mucho de ella y ahí el cine se vuelve una suerte de espejo en donde si este no te da el reflejo que tú quieres ver, todo se vuelve incómodo y hasta horrorizante.