‘El eco’, retrato de una forma de vida “extraordinaria, difícil y pegada a la tierra”
ENTREVISTA. Tatiana Huezo regresa al documental tras su premiada incursión en la ficción, la película ‘Noche de fuego’ (2022), para retratar, en toda su belleza el universo rural
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Tatiana Huezo regresa al documental tras su premiada incursión en la ficción, la película Noche de fuego (2022), para retratar, en toda su belleza, “una forma de vida extraordinaria, llena de dificultades y pegada a la tierra”, que es el universo campesino de El eco.
“Pienso que esta forma de vida está como a punto de extinguirse”, comparte la directora mexicana (aunque nacida en El Salvador) en una entrevista con EFE realizada en Madrid.
Mientras rodaba El eco, dijo, tenía la constante sensación de “una enorme fragilidad”, de presenciar el expolio de un gran tesoro “sitiado por la dificultad, el ahogo económico y el saqueo de sus recursos naturales”.
La migración, la separación de las familias, “incluso el clima, cada vez más extremo -denunció Huezo-, ponen en peligro la vida. Porque ellos dependen de sus animales, y cuando llega la sequía, se mueren los animales, se acaba el alimento”.
La película se mete en la intimidad de las familias que viven en una pequeña comunidad en un valle de México, en El eco; allí, niños y mujeres son los encargados de los quehaceres cotidianos, desde la siembra al cuidado de sus ancianos, o el pastoreo de los animales.
Su mirada inocente y su asombro ante la sucesión de la vida, la muerte, el dolor, la soledad, la escasez y la pobreza lleva a estos niños a madurar muy pronto: los sueños o los deseos parecen pertenecer a otro mundo.
“Una de las cosas que más me enamoraron fue haber entendido y sentido la capacidad tan brutal que tienen estos niños, la conciencia que tienen de que en la tierra está la vida, que de ello depende su vida, de la tierra y de la naturaleza. Y esa conciencia permea a todo su mundo: sus juegos, o su forma de relacionarse en la escuela”.
El eco es una película “muy cercana, muy íntima”, afirmó. Sin el año y medio de rodaje, y aún más importante, los cuatro años de investigación de campo - “es la primera vez que hago algo así, con tanto tiempo, para construir un vínculo con la gente”, señaló la directora-, la película “no sería la misma”.
Porque Huezo pasó esos cuatro años durmiendo con la gente de la comunidad, acompañándolos a las milpas, a pastorear las ovejas. Quería conocer, “profundamente y de primera mano, sus discusiones, sus relaciones, sus peleas, sus pesadillas, sus sueños, y todas las historias de brujas que te puedas imaginar”, dice.
Creada como experiencia inmersiva, El eco es también “un viaje estético muy poderoso a nivel visual, pero a nivel sonoro sobre todo”.
Así, Huezo se retó a si misma para no utilizar ninguno de los dispositivos que había usado hasta ahora. “No va a haber entrevistas, no va a haber voz en off. Vamos a ver si somos capaces de estar, de mirar y de poder atrapar estos pedazos de vida con toda su pureza y su fuerza, sin prisa”.
Y metió la cámara dentro del rebaño, al ritmo al que les corretea el perro, y en los graneros, mientras el polvo de maíz revuela las cabezas de las gallinas; los primeros planos donde se siente a la abuela rebuscar, en su boca sin dientes, las palabras justas para contarle a la nieta que ella fue la primera pobladora de El eco, esa población increíblemente bella, maltratada igual por la sequía que por las lluvias torrenciales.
Todo eso, asegura la directora, tiene también que ver con la fortaleza que adquieres para sobrevivir. “Son niños sobrevivientes”, pero esta no es una película para denunciar “en lo más mínimo la explotación infantil”.
“Habla de lo que significa tener que sobrevivir en un entorno en donde hay cero oportunidades para salir adelante económicamente”, algo que solo se logra con el trabajo en conjunto. “Y si no tienen este apoyo absoluto de cada uno de sus miembros, desde el niño más pequeño hasta el abuelo, no come nadie”.
“Si esta película se viera en las escuelas de nuestro mundo moderno, capitalista, tan acomodado y tan alejado de ese vínculo con la tierra, y tan individualizado, seguramente provocaría más de una reflexión”, consideró.