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Everardo González sobre los jóvenes inmersos en el crimen: “Cada vez somos más hipócritas en este país”

ENTREVISTA. El destacado documentalista comparte con Crónica Escenario detalles de ‘Una jauría llamada Ernesto’ su más reciente producción que compite en el Festival Internacional de Cine de Morelia

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Everardo González comparte detalles de ‘Una jauría llamada Ernesto

Everardo González comparte detalles de ‘Una jauría llamada Ernesto"

Cortesía FICG

Si existe un cineasta que ha encontrado una diversidad en sus relatos sociales además de la capacidad de demostrar su fuerza como cinefotógrafo, ése es Everardo González, que desde Los ladrones viejos, Cuates de Australia y la durísima La libertad del diablo, se ha consolidado en el género documental. Ahora está de vuelta en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) con Una jauría llamada Ernesto donde se atreve a dar una cara que desconocíamos del fenómeno violento del sicariato. En Crónica Escenario charlamos con él acerca de este interesante proyecto.

Una cadena de miradas individuales compone a un personaje colectivo: el muchacho que en algún momento de su vida tuvo en sus manos un arma, la usó para matar y pronto se volvió parte del engranaje del crimen organizado. Somos testigos del universo paralelo que habitan. El mosaico de testimonios produce una imagen escalofriante. De esto va el nuevo filme.

“Una parte importante para este proyecto fue el trabajo en colaboración con Óscar Balderas y Daniel Larrea, así como de los muchachos que me trajeron a sus amigos que pertenecen o pertenecieron alguna vez a las pandillas o como miembros del sicariato en organizaciones criminales a platicar conmigo. El trabajo fue largo y ya que empezó a tomar forma, tomó unos cinco años donde pudimos perfilar con quienes podíamos conversar”, explicó Everardo acerca de cómo comenzó el proceso para este filme.

Nunca me ha interesado hablar desde la psicopatía pues ahí existe una distancia muy profunda entre el bien y el mal. Preferí hablar con chavos que todavía no tenían rota la estructura de esos espectros para el ejercicio de la atrocidad. Eso era interesante pues, normalmente, en la construcción mediática del sicariato, nos hace sentir que está muy lejos de las buenas conciencias sociales, que ocurre en otros espacios”, continuó.

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“Pero cuando se habla con muchachos que vienen de entornos parecidos, nos damos cuenta de que ese problema es más cercano de lo que uno cree. Ese punto es importante porque mediáticamente la violencia, el crimen y demás nos han querido hacer creer que esto no nos afecta”, agregó González.

Además de estas charlas, el cineasta y fotógrafo mexicano también tuvo un choque con el sicariato a partir de una novela, La Virgen de los Sicarios, combinado al hecho de convertirse en padre. “Ser padre de un varón me impactó de una forma diferente ante el tema. Y lo digo por la cuestión de la construcción de la identidad de nosotros a quien esta situación nos orilla mucho al ejercicio del poder, al imponerse sobre el otro. La novela entonces me regala una imagen brutal de un niño sosteniendo un 9mm en su mano, esto se conecta con la genuina preocupación del futuro que le estoy regalando yo a la sociedad, sobre todo a esa generación de mi hijo”, expresó.

“Te impacta porque vivimos en un lugar donde muchos de estos esquemas están siendo cuestionados pero desde las burbujas de las élites, lo cual es muy diferente al ejercicio de poder que viene de los barrios, que nace desde la pertenencia incluso. Es tóxico eso, claro que sí, pero creo que tristemente es algo que no dejará de ocurrir pronto entre estos grupos”, apuntó.

"Una jauría llamada Ernesto"

Una jauría llamada Ernesto aboga por el anonimato de una gran masa, víctimas y victimarios de este gran problema, algo que para Everardo era importante. “Todo parte desde un principio que tengo que es el no vulnerar al otro. Tenía que encontrar una solución para que ellos pudieran hablar con absoluta libertad para dar voz a la jauría que iba a construir con un coro de voces muy a la manera de La Fuente Ovejuna donde todos somos ese personaje que jala el gatillo y ejerce el mal. De ahí nace que se construya un poco como entiendo también que se llega al ejercicio o construcción de la violencia, que es jugando”, comentó.

“De ahí que emule esa sensación similar donde uno ya no sólo está en los videojuegos, sino también en lo que ocurre en redes. Me tocó ver una incursión del ejército israelí donde ponen la cámara al casco de uno de los infantes de marina y entonces acompañas a la persona como espectador”, siguió.

“Me parece que eso definitivamente nos ha desensibilizado y esta película acompaña a los ejecutantes del baile violento pero en entornos que no necesariamente lo son, como la cotidianidad donde la violencia está a flor de piel y puede estallar en cualquier momento. Entonces se vuelve un ejercicio de seres muy violentos en entornos que no lo retratan así”, complementó González.

Y es que para el cineasta y fotógrafo no era importante poner el foco en las armas o la violencia. “Por eso la cinta está trabajada con distancias focales que obligan a que los segundos planos sean una plástica borrada donde se intuye y reconoce la presencia de las armas pero jamás vemos el hecho violento”, dijo.

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“Aquí se acompaña a la violencia desde un espacio seguro, lo que nuevamente nos desensibiliza y hace sentir que todo eso le pasa a otros. Lo que intento con esta jauría es que el espectador siempre camine detrás de los muchachos y los acompañe en todo momento, buscando sensibilizar en lugar de lo contrario”, enfatizó.

Otro punto aplaudible es el señalamiento de los testimonios hacia esos nichos de poder como la milicia o la policía, quienes son los que meten a los jóvenes al sicariato y que pasamos de largo como sociedad. “Cada vez somos más hipócritas en este país, parece que nos estamos contagiando de esto que ocurre en otros lugares de Latinoamérica donde la culpa y responsabilidad siempre es de otro”, comentó.

“Tendemos mucho hacia eso y veo que, actualmente, todo es culpa de los gringos pero creo que las soluciones se deben encontrar de forma binacional, pero una cosa es que ellos hagan las armas usadas por los carteles y otra cosa son las manos mexicanas que las cruzan y reparten acá mediante las estructuras criminales involucradas en todos los organismos del Estado que lucran con la violencia en este país cuyos últimos depositarios son muchachos de 10 a 14 años. Por eso cuando hago una cinta de esta índole procuro no dejar títere con cabeza”, aseveró tajantemente y sin temor Everardo.

El concepto de vivir la vida por medio de la inmediatez también resuena en el documental: “La sociedad de consumo actual nos ha llevado a eso, incluso en la narrativa cinematográfica. Si no hay un golpe de inmediato, es difícil sostener la atención del espectador. Estamos construyendo generaciones con tolerancia de 30 segundos y eso, en un país que ofrece muy poca proyección a futuro para los jóvenes, a menos que se viva en esferas muy privilegiadas. En sí, tú y yo tenemos un futuro bastante incierto porque no pertenecemos a esos mundos ni tampoco estos muchachos”, expresó el reconocido cineasta mexicano.

Everardo González.

Everardo González.

Pero no todo es la violencia y la pobreza derivada de las flaquezas del sistema pues González también muestra una parte medular para este retrato de su jauría: la vida como adolescentes. “Los dos protagonistas, que ya están fuera de ese problema, junto a sus amigos, ayudaron a que se mostrara lo que ellos querían que se viera. Eso fue un ejercicio muy libre donde ellos, durante la pandemia, usaron las cámaras para enseñarme lo que son realmente”, dijo.

“Ahí vemos más allá de la portación de armas, sino la esencia de ser adolescente. El hacer batallas de rap en la explanada, bailar reggaeton con sus novias y besarlas, darle un abrazo a su hermana, esa vida donde aún juegas a ser hombre o mujer. Esa parte es muy cabrona porque desestigmatiza y nos abre un poco los ojos. No todo aquel que jala gatillos es un monstruo, son muchachos que nos pertenecen a nosotros y eso es algo que se nos ha olvidado. Los hijos de otros también son nuestros hijos”, comentó..

Finalmente, hablando de esa verdadera identidad detrás de los prejuicios, existe un sonido como las batallas de rap que es característica de esta jauría: “Hablando con Andrés Sánchez, el gran músico detrás de este soundtrack y de bandas tan chingonas como Titán y Zoe cuyo entendimiento en la producción musical es distinto, veíamos que estábamos atorados si ellos no nos decían que es lo que sueñan”, expresó.

“Así comenzó la colaboración que le da mucha identidad a la cinta y que cierra con una lírica que me parece extraordinaria en los créditos donde la letra dice que no sabe si para los suyos es el héroe o el villano, habla de las traiciones en la propia pandilla o como se escalan los peldaños de la violencia y más. Fue una construcción que jamás íbamos a lograr captar a nuestra edad y es una de las partes más auténticas que tiene el documental, que fue hecha en colaboración con ellos”, concluyó.

Después de su paso por el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), Una jauría llamada Ernesto seguirá con proyecciones especiales, incluyendo una dos días antes del estreno en cines el 8 de noviembre en Tepito, donde se exhibirá el documental y habrá una batalla de rap, mostrando así la esencia de estas juventudes que parecen no estar tan perdidas.