Jorge Michel Grau y ‘Rabia’, un filme que sintoniza a los hombres lobo y las enfermedades mentales
ENTREVISTA. El cineasta mexicano adelantó que su nuevo filme es la segunda parte de una trilogía de terror sobre la desintegración familiar que comenzó con Somos lo que hay
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En el panorama nacional, Jorge Michel Grau se ha caracterizado por ser un director que no le tiembla la mano para explorar temas y situaciones que a otros les podría atemorizar por las implicaciones y ecos que desarrollan, por lo que ahora, su nuevo largometraje, Rabia no es la excepción.
Dentro de lo que puede parecer una historia de horror nos encontramos en un terreno de relaciones humanas dolorosas y destructivas. Con motivo de su estreno limitado en algunas salas de cine y la Cineteca Nacional CENART, platicamos con él sobre esta nueva aventura. La cinta es protagonizada por Maximiliano Nájar, Juan Manuel Bernal y Mayra Batalla, quienes llevan al espectador a un viaje emocional y terrorífico.
En la cinta seguimos a Alan, quien llega con su padre a vivir a una aislada Unidad Habitacional después de la muerte de su madre, su llegada es vista con recelo y desconfianza por los demás vecinos, quienes no olvidan las circunstancias ocurrían cuando su tío, fallecido, habitaba ese espacio. Pronto la tensión, el miedo, la paranoia se apoderará de todos, quienes serán consumidos por la rabia.
Jorge, regresas a un terreno conocido para ti, pero que, de nueva cuenta le vuelves a dar un giro muy interesante con Rabia. ¿Cómo te sentiste regresando a esos terrenos?
La verdad es que extrañaba acercarme otra vez a esta historia urbana, a esta historia de la desazón de la familia, de las historias donde el monstruo está escondido dentro de la familia. Era como una obsesión para mí retratar a las familias, pero no había hecho otra, después de Somos lo que hay hice otro tipo de películas que sí, tenían un lado oscuro del ser humano como en 7:19 o Perdida, pero estaban en otro terreno y lo que tiene Rabia es esa exploración de cómo tu medio ambiente, tu contexto social, impacta en tu familia, y cómo los monstruos se gestan dentro.
¿Cómo fue encontrar a uno de los grandes protagonistas de tu cinta, que es esta unidad habitacional que se vuelve todo un personaje también?
Cuando escribimos el guión, y fuimos haciendo las distintas versiones, una de las preocupaciones más fuertes era el cómo vamos a encontrar un lugar que a simple vista parezca un hogar, un lugar donde puedes vivir y que poco a poco se vaya transformando en algo hostil, desolado, que sea capaz de encerrarte, pero que también te dé la libertad de sentirte libre como en las azoteas.
Y buscamos durante, te voy a ser completamente sincero, durante años. Fuimos a Guanajuato, fuimos hasta el Estado de México, Puebla, Guadalajara, a buscar una zona habitacional así, tenía que tener como unas características muy particulares, todas de un piso, las casas no podían ser modificadas, todas tenían que ser iguales, un poco para perder identidad y que cuando uno entrara ahí se convirtiera como en la masa, como estar engullido ahí adentro.
Tuvimos la fortuna de tener un equipo de scouting que se enamoraron de la historia y uno de ellos se metió en una aplicación de fotografía satelital y la encontró en Hidalgo, en Pachuca, ahí en uno de los cerros muy a las orillas, y cuando fuimos nos enamoramos de ella. Era una zona que le daba a la película todo lo que necesitaba, como bien dices, el personaje importante que los acoge y los destruye al mismo tiempo.
¿Cómo fue trabajar con Max?
¡Uy, no! Pues increíble. Un chamaco de 14 años con toda la vitalidad, todas las ganas de participar, de colaborar, pero sobre todo de jugar, de divertirse, de estar conociendo. Era su segundo rodaje, él había trabajado en esta magnífica película de Los Lobos (Samuel Kishi) y tiene este espíritu, esta energía para estar en un set.
Era impresionante su capacidad de estar jugando, echando relajo en la calle, con la pelota, porque además le gusta mucho el fútbol pero cuando decíamos “corre cámara”, se transformaba. Un chamaco que uno podría pensar que no va a dar el ancho y demostró ser de la misma estatura de todos los actores, bien cobijado por Juan Manuel, que también hizo un trabajo extraordinario, estuvo muy cerca de él. Tuvimos una coach muy cerca de Max y creo que el resultado es increíble.
Trabajas con un guión que se nota muy pensado, muy inteligente, que además no es que quiera sorprender al espectador, porque todo el tiempo le está diciendo las cosas, ¿cómo fue trabajarlo?
Yo tenía ganas de contar la historia de una familia que ahora partiera de la pérdida o de la muerte de la madre. En Somos lo que hay había explorado la muerte del padre y cómo la familia se tenía que reconstituir después de esa pérdida y acá tenía ganas de ver la historia de dos varones que están a la deriva tratando de sobrevivir sin ese lado sensible que es la mujer.
Entonces cuando me puse a escribir el guión y lo pude sintonizar con la historia de los hombres lobo y de la enfermedad mental y todo esto, empecé a encontrar espacios para contar lo que a mí me gustaba, estas historias que tienen que ser muy atendidas por el público, que en los detalles están todos los secretos de la película y están ahí puestos a la vista.
Si uno se fija, ahí está el secreto, qué mejor escondido que frente a las narices de todos. Esa siempre fue como una de las prioridades, que cuando uno vuelva a ver la película por segunda vez o tercera, se va a dar cuenta que siempre tuvo la verdad enfrente y creo que eso empieza a ser satisfactorio.
Jorge, te has distinguido por ser un director cada vez más elegante en sus planos, en la manera en que desarrolla la historia. En Perdida ya llegabas a tener esa gran paciencia de planos y todo, pero aquí combinas estos planos como muy elegantes, como un estilo a veces de cine guerrilla. ¿Con cuál de los dos tonos te sientes más cómodo?
Mi fotógrafo, Santiago Sánchez y yo, partimos de la idea de que la película estaba inscrita en esta atmósfera o en este ambiente canino, como muy animal, como muy primigenio y a partir de ahí decidimos que la puesta en cámara tenía que ser salvaje, como de perro callejero.
Entonces, a partir de ahí diseñamos que se tenía que sentir así, momentos muy salvajes de una cámara guerrillera que evidenciara un recurso de foto como muy rasposo y cuando entrábamos a ciertos momentos del niño, en su percepción, o cuando entrábamos a los momentos donde la enfermedad mental va avanzando y va descomponiendo las cosas, hacerlo de una manera mucho más elegante, más balanceada para que el público también tuviera ese avance. Entonces, yo me siento cómodo con la foto a favor de la historia, yo me siento cómodo con los recursos a favor de la historia.
Creo que eso hace que las películas sean contundentes y lleguen al público de una manera mucho más honesta. Cuando los recursos empiezan a rebasar la historia, cuando la foto es más bonita que la historia o cuando las actuaciones están muy dispares y hay una que sobresale, a mí me empieza a dar la sensación de que la película no está tan bien cuidada. Acá lo que tratábamos de hacer es que todo funcionara a favor de la historia de un padre y un hijo que están completamente desamparados y visitando una historia de terror.
Otro detalle que me gusta de esta película es que en el fondo también habla de esta relación de amor padre-hijo, de esas relaciones donde los padres hacen todo por los hijos. Si bien lo habías trabajado también en Somos lo que hay, aquí lo desarrollas desde una intimidad mucho más grande. ¿Por qué esta necesidad de contarlo?
Digamos que mi infancia está retratada en la película. Cuando filmé la película, cuando estaba desarrollándola, yo no partí de la idea de la mirada de ser padre porque yo tengo la fortuna de ser papá, yo empecé a escribir la historia desde la fortuna de ser un hijo y como mi relación con mi padre fue muy violenta, fue muy dispar, fue poco amable o poco cortés por los recursos que mi padre tenía en su educación, en su medio ambiente, en sus 70 u 80, que era el momento en que era mi infancia, donde los padres te hacían entrar la educación a cabo de castigos y golpes.
Y como la rebeldía era muy violenta, la adolescencia en los hombres con sus padres llegaba a ser muy violenta. Por eso decidí explorarlo de esa manera, como meterme a la relación más salvaje, más violenta, que es un padre en el momento en que tiene que dejar ir al hijo porque el hijo se convierte en un adulto y como el hijo empieza así, metafóricamente, a desvincularse del padre y eso es tremendamente doloroso. Entonces me acerqué a esta historia partiendo de eso.
Yo siempre he dicho que Rabia es como la segunda parte de Somos lo que hay. Habla de una pérdida de un miembro de la familia, habla de la desintegración de la familia de cara o impactada por el contexto social y cómo esa desintegración o esa pérdida del tejido social afecta a las familias creando monstruos pequeños ahí adentro y que uno tiene que sobrevivir no solamente hacia afuera sino también hacia adentro. Partiendo de ahí me parecía la manera más atinada de contar esta historia desde una perspectiva increíblemente íntima.
Entonces si Somos lo que hay podría ser una primera parte con pérdida del padre y en Rabia tenemos la pérdida de la madre, ¿podrías quizás estar pensando en una trilogía con la pérdida del hijo?
Así es. De hecho, ya estoy trabajando en esa. Con eso cierro la trilogía de terror que empezó con Somos lo que hay, es la pérdida del hijo con la desintegración familiar a partir de ese dolor y de ese duelo, visitando un género. En Somos lo que hay era el vampirismo a través de los caníbales y acá es el hombre lobo a través de la esquizofrenia. Entonces viene muy pronto un siguiente proyecto en las mismas condiciones narrativas.
¿Cómo vas con tu nueva filmación?
Va muy bien. La verdad es un reto monumental. Es una historia que le pertenece a todos. Todos están vinculados a ese momento en la historia de México. Y es una responsabilidad enorme no traicionar ni a la memoria ni a la gente que está vinculada con eso. Muy contento, muy contento con el resultado. Vamos justo a la mitad, llevamos 17 semanas filmando y nos faltan 11.
Dentro de muy poco tiempo tendrán noticias de cómo nos quedó. Es una serie que se llama Cada minuto cuenta y está vinculada al terremoto de 1985. Les va a gustar. Les va a gustar porque además es un acercamiento bien distinto al evento. Y es una mirada de cómo la gente se relacionó y cómo nos cambió la vida. El terremoto no sólo en lo obvio, sino también en espíritu, en aprendizaje y sobre todo en condición social cómo nos condicionamos a ver la tragedia. Va por Prime.