
El más reciente largometraje de Paul Thomas Anderson es un coming of age muy particular y constituye un interesante giro en su trayectoria fílmica, en relación con sus trabajos previos.
Situada en un soleado valle de Los Ángeles California en 1973, la trama gira en torno a dos jóvenes: Gary Valentine (Cooper Hoffman, hijo del finado actor Philip Seymour Hoffman), un quinceañero con una gran autoconfianza y una incipiente carrera actoral; y la joven Alana Kane (Alana Haim, integrante de la banda pop Haim), el interés amoroso de Gary que le aventaja en edad por 10 años y quien, en principio, no toma en serio su propuesta romántica, pero poco a poco juntos van desarrollando una profunda empatía y amistad la cual no tardará en derivar en romance.
A pesar de la brecha de edad, ambos jóvenes comparten los mismos anhelos: la búsqueda de alguien quien los aprecie de verdad, algunas respuestas que les sirvan para enfrentar un futuro incierto y, sobre todo, vislumbrar alguna posibilidad de abrirse camino hasta hallar su lugar en el mundo. Gary lo intenta a través del mundo empresarial, tratando de echar a andar negocios de forma independiente con desiguales resultados y varios reveses en el camino. Alana por su parte, probará suerte en el mundo del cine y luego en el de la política, pero saldrá desilusionada de ambos lances. Estos fracasos son parte de la cinta, los cuales propiciarán toda serie de encuentros y desencuentros entre los protagonistas e irónicamente funcionarán como combustible para alimentar (y estrechar) su relación.
Inspirado por algunas experiencias y percepciones propias del director, mezcladas con hechos reales que le acontecieron a personas cercanas (y que le fueron confiadas a él), el cineasta emplea la anécdota descrita anteriormente, para confeccionar con ella un argumento en torno al paso de la adolescencia a la vida adulta, dando pie a una narración muy liviana e impregnada de nostalgia.
La liviandad (que no se debe confundir con superficialidad) imperante en este trabajo, adicionalmente está permeada de cierta frescura, conferida por su juvenil cuadro de actores, el cual le brinda al filme el plus de mostrar carismáticos, talentosos y nuevos rostros en la pantalla grande -e incluso algunos nunca antes vistos, como es el caso de Cooper Hoffman-. A modo de contrapeso, la película cuenta además con un reparto de actores quienes desempeñan papeles secundarios o meros cameos a lo largo del relato, y cuya presencia potencia y enriquece las anécdotas representadas. Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Benny Safdie, Maya Rudolph y John C. Reilly, son solo algunos de esos artistas dispersos a lo largo de la trama.
En este punto vale la pena destacar que, si bien la historia irradia un aura nostálgica, esta es muy distinta a la de otras producciones con una premisa similar, pero en las cuales la presencia de este sentimiento se percibe impostada, y obedece a objetivos más mercantiles y menos auténticos.
Y es que la mirada esgrimida por el director está menos interesada en mostrar unos años setenta romantizados e idealizados, que en tratar de plasmar esos recuerdos y percepciones de tal época de forma multidimensional, tratando de conservar todos sus claroscuros. En ese sentido, vendría a ser algo así como la hermana menor -y por ende más inocente- de Boogie Nights (1997), en lo que se refiere a captar los contrastes de una época a través de una narrativa de sabor agridulce, dotado con pinceladas de picardía.
Si bien este es uno de los trabajos más accesibles y fáciles de digerir realizado por Anderson a la fecha, también es cierto que el director emplea los mecanismos propios de las comedias románticas y los coming of age tradicionales para nuevamente abordar, a través de ellos, varias de sus temáticas y constantes autorales presentes a lo largo de su filmografía: la observación profunda, aguda y desencantada de su propia sociedad a través de los ojos de sus protagonistas; la inclusión de individuos obsesionados con lograr la trascendencia y/o el éxito a grados que rayan en lo patológico; enfatizar ciertas incertidumbres y conflictos internos -de variopinta índole- los cuales de tanto en tanto asaltan a sus personajes, especialmente cuando enfrentan una situación clave o crítica, y siempre cuidándose de emitir cualquier juicio moral o ético a favor o en contra de las decisiones y acciones de sus protagonistas.
Licorice Pizza quizá sea una de las obras más ligeras y cándidas de Paul Thomas Anderson, pero conserva intactos los elementos estilísticos y la naturaleza incisiva propios del cineasta. Imperdible.
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