
Las películas de desastres tienen ganado un lugar en la historia de la cinematografía, mezclando la línea entre la fantasía y la realidad, provocando en el espectador la sensación de que lo que vemos en pantalla, sean fenómenos naturales desmedidos, amenazas espaciales irremediables, entre otras cosas, que pueden sucederle realmente a cualquiera.
De ahí salen grandes clásicos del género como Terremoto (Robson, 1974), Tornado (De Bont, 1996), Armageddon (Bay, 1998), La gran aventura del Poseidón (Neame, 1972), entre otros que se mantienen en la memoria colectiva de la audiencia.
Pero uno de los directores que más ha coqueteado con la idea de estos desastres naturales de diversas índoles para acabar con el planeta es, sin duda, el alemán Roland Emmerich.
Desde una batalla contra extraterrestres invasores (Día de la Independencia, 1996), las consecuencias del calentamiento global (El día después de mañana, 2004) o las profecías mayas del fin del mundo (2012, del año 2009), pareciera que el realizador cada cierto tiempo tiene que plantear una nueva forma de acabar con la especie humana y el planeta.
Es así que llega Moonfall (2022), su más reciente aportación a este género de catástrofes donde nos plantea una aventura que mezcla ciencia ficción y acción al presentar la interrogante de qué pasaría si la luna se saliera de su órbita y emprendiera un curso de colisión contra la Tierra.
Con esa premisa simple, Emmerich se dispone a hacer un filme cuyo principal objetivo es entretener pero que cae en el colmo de lo absurdo una y otra vez, siendo capaz de hacer un filme de dos horas donde parece reciclar todas y cada una de las mañas, giros y clichés que ha manejado en toda su filmografía de desastres.
Desde el inicio, el director nos presenta al típico grupo de inadaptados que se convertirán en la única esperanza para salvar el mundo.
El trío elegido esta ocasión es conformado por los astronautas Jocinda Fowler (Halle Berry) y Brian Harper (Patrick Wilson), ex compañeros que no están en los mejores términos después de un incidente espacial que marcaría sus carreras y vidas, algo que se convertirá en un punto fundamental para esta historia.
A ellos, se suma el astrónomo amateur KC Houseman (John Bradley), un tipo normal y solitario obsesionado con las megaestructuras que hace el descubrimiento fatídico de que la Luna colisionará contra nosotros.
Mientras el trío hace de las suyas para acabar juntándose y ser esa última esperanza para la Tierra, Emmerich comienza a hacer su show, causando tsunamis y destrucción derivado del acercamiento de la Luna hacia nuestro planeta, intentando darle una profundidad a sus héroes que francamente nunca logra del todo.
A su vez, presenta toda una galería de personajes secundarios que se vuelven intrascendentes y ralentizan el ritmo del filme con el simple afán de mostrar el siempre recurrente dilema de cómo un desastre puede sacar lo mejor o peor de nuestra especie.
Las actuaciones son dignas de una cinta serie b, algo que, de no ser por el presupuesto del filme, podría definir muy bien la esencia de Moonfall. Wilson y Berry parecen estar en modo automático mientras dicen frases ridículas o malos chistes en los que, literalmente, preguntan lo que haría Elon Musk.
El único que parece divertirse con este sin sentido es John Bradley, cuyo carisma y humor hacen que este viaje de la Luna a la Tierra y sus consecuencias sea no tan desastroso, problema de un guion coescrito por Emmerich que se basa en teorías de conspiración y un par de textos acerca de la posibilidad de la naturaleza hueca del satélite mismo, pero que aquí es explotado sin límites ni concesiones, como si el realizador se liberara de sus cadenas y quisiera hacer todo en una sola cinta que puede llegar a ser un buen ejercicio ‘palomero’ para un domingo en la noche pero hasta ahí.
Los efectos especiales tampoco son de lo mejor e incluso las secuencias de acción parecen recicladas de sus anteriores filmes para hacer una sola cinta de catástrofe que resulta en la suma de todo lo Emmerich, ya sea para bien o para mal.
Así, Moonfall es uno de esos espectáculos vacíos y sin sentido que llega con el propósito de entretener sin más, explotando todos los clichés del cine catastrófico del alemán y que al final se queda en el camino de ser un mero divertimento, ofreciendo una historia hueca y carente de emociones, algo que sí tenían otros de los filmes de esta índole del director, para terminar como un gran ejercicio de lo absurdo que raya en un chiste malo pero que, para algunos, sigue siendo divertido.
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