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‘No quiero ser polvo’: Una verdad emocional del miedo al fin del mundo

ENTREVISTA. El cineasta Iván Löwenberg y su mamá y actriz protagónica Bego Sainz, comparten detalles del filme que llegó a México al Festival Internacional de Cine de Monterrey y Black Canvas

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Fotograma del filme.

Fotograma del filme.

Cortesía

Cada cierto tiempo, distintas corrientes de pensamiento hacen resonar las teorías sobre el fin del mundo. Actualmente se ha dado a conocer que existe una profecía que dice que en este mes de octubre se darán los tres días de oscuridad que terminen la humanidad. Algunos creyentes de esto atribuyen su creencia desde a las profecías mayas, hasta las predicciones de Nostradamus, lo cierto es que han pasado décadas desde que se pronostica el fin del mundo sin que eso ocurra.

Esta aparición del pensamiento mágico en la sociedad ha sido la inspiración del cineasta Iván Löwenberg para realizar su más reciente largometraje No quiero ser polvo, que recientemente llegó a México para formar parte del Festival Internacional de Cine de Monterrey y el Black Canvas en la Ciudad de México, luego de una corrida festivalera que comenzó en El Cairo: “En esta película quise hablar del fin del mundo desde algo más cotidiano”, dijo a Crónica Escenario en una entrevista realizada en la capital regiomontana.

La semilla narrativa de este proyecto se da en una curiosidad de una historia en casa: “El origen está en una historia familiar en los 90, cuando era chico. Mis papás tenían un círculo de amigos que se dedicaban a meditar e iban a una escuela y ahí empezó a surgir en el 93 o 94, una teoría sobre los tres días de oscuridad, que parecía que ocurría en varias escuelas del mundo. No pasó porque se descubrió que era fraude y ya”, dijo el cineasta.

“En el 2010 empiezo a escuchar nuevamente lo de los tres días de oscuridad y me destapó ese recuerdo y luego, haciendo la investigación, porque lo hice con apoyo del FONCA, di con que los tres días de oscuridad ha sido recurrente en diferentes momentos de la historia y contextos diversos”, añadió.

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Así es que nace No quiero ser polvo que nos cuenta la historia de Bego (Bego Sainz), una mujer de mediana edad que se encuentra en una crisis familiar debido a que se siente sola y desplazada en casa, donde vive con su esposo Roberto (Eduardo Azuri), que siempre trabaja o parece tener una aventura; y su hijo Iván (Iván Löwenberg) que está sumido en irse a estudiar una maestría en el extranjero.

En ese entorno encuentra consuelo en una clase de meditación que en realidad es un culto religioso, le informan sobre el fin del mundo. Sin embargo la información sobre el tema que le llega por astrónomos, médiums y físicos cuánticos, la lleva a obsesionarse con la idea de que el Apocalipsis se acerca lo que la lleva a estar preparada para la llegada de ese día y se impone la misión de revelarle a todo mundo sobre este fin del mundo que cambiará de manera drástica sus vidas.

Quise hacer una historia adaptada a nuestra edad. Me llamaba mucho la atención por qué la gente se puede llegar a emocionar tanto sobre algo que puede ser fatal para la humanidad. Quería ver qué hay detrás de las personas ante la incertidumbre y por qué aferrarte a algo que parece certero aunque puede ser catastrófico”, expresó el cineasta.

Sí hay varias cosas ahí autobiográficas, algunas situaciones que sucedieron, claro, en otra edad, pero quería una ficción que abordara el miedo a ser irrelevante y a la incertidumbre”, añadió el cineasta quien además de detallar cómo incluyó esos elementos biográficos en la ficción de una forma cómica, también se valió de él mismo como actor y contó con su mamá en el papel protagónico.

Fotograma del filme.

Fotograma del filme.

Cortesía

Había esta cuestión de ‘inspirado en ella’, pero aunque fuera así, era una ficción. Las circunstancias eran distintas. Ella me llegaba a decir, ‘pero yo no hago este tipo de cosas’, y le tenía que explicar que es parte de la ficción”, comentó el cineasta.

“Pasó con el llanto, porque fue todo un descubrimiento que podía llorar, así que por un lado sabía que iba a haber un llanto que quería a cámara, pero luego me decía ‘oye, pero aquí está triste, ¿quieres que llore?’ y ya le decía que no podíamos hacer tan llorón al personaje, porque uno tiene poco tiempo para contarlo y no es la vida real que esa sí es muy extensa”, agregó.

En ese sentido también resultó curiosa la forma en que el cineasta decidió asignarse un lugar en el elenco: “Originalmente no iba a actuar, sería una actriz argentina. Pero la pandemia complicó mucho, y cambió el personaje a una especie de autoparodia de un cineasta pues puse al personaje en la misma situación que yo estaba para buscar levantar el proyecto pero en patético”, dijo.

En el proceso creativo resultó significativo el experimento de contar con Bego Sainz en el papel protagónico porque, además, ella aportó experiencias a la historia: “Yo empecé en el 90, al igual que su papá, a tomar cursos de metafísica y fue en esos grupos llegó el tema. Yo viví parte dé. Por eso también creo que Iván me vio como la persona idónea porque sabía que yo había experimentado algo similar. Eso también facilitó que tomara al personaje”, comentó la debutante actriz.

Fotograma del filme.

Fotograma del filme.

Cortesía

Lo que más me motivó es que era un proyecto de mi hijo y yo estaba en esa disposición de hacerlo mejor para que le resultara. Yo vi por años el esfuerzo que estuvo haciendo en todo. Pero también me dio miedo porque pensaba ‘qué tal que la riego’, pero algo sucedió, digamos que me rendí y al tercer día de rodaje empecé a fluir de forma más natural”, añadió.

La para Sainz ser actriz en el proyecto de su hijo fue una experiencia placentera desde la forma el hecho de dar vida a un personaje hasta la forma en que impactó en su relación con su hijo: “La gente me pregunta si no se dañó la relación en el proceso y yo creo que fue al contrario, nos integramos más”, dijo.

Se me hacía difícil tomar el papel de alguien, imaginarme que soy otra persona y sin embargo llegó un momento en que empecé a vivirlo, a sentirlo. Empecé a darme cuenta que no debía fingirlo. El apoyo de Iván fue fundamental, me dio confianza, ‘si hay que repetir cinco o diez veces, lo hacemos, así es el cine’, eso me dio mucha seguridad”, agregó.

El cineasta Iván Löwenberg explicó también parte de su proceso creativo y la forma en que evoluciona la narrativa en los tres actos: “La película se pensó en tres partes. La primera de conocer su vida y su monotonía. el foco siempre iba a estar en ella y la propuesta era que era el centro y conocemos a los demás personajes a través de lo poco que interactuamos con ella, y de pronto la cámara reposa en alguien para así conocerlos más pero siempre ella es el canal para que eso ocurra”, dijo.

“Hay una propuesta de cámara más estática y conforme empiezan los mecanismos de la ficción de cómo se traduce la vida, cuando ella empieza a entrar en esta cuestión de los tres días y nos vamos acercando a su rostro, porque al principio es más lejana la cámara que es cuando se muestra su monotonía, pero cuando empieza el juego mental de todo lo que va a venir había este juego de cámara más cercano a los rostros y luego está esta tercera parte que la cámara vuelve a otro ángulo que no puedo decir para que lo vean”, continuó.

Lo que queríamos emular es una cosa de cámara más cercana a lo del inicio pero con una sensación de cierta paz, aunque justo sea el momento más trascendente de la película. Al final, queríamos que la ayudara a la sensación que estaba pasando el personaje y no solo que fuera una cuestión descriptiva”, complementó.

Finalmente, en ese sentido, el cineasta habló de los principales puntos de reflexión que explora en su proyecto fílmico: “Quería que la gente conectara mucho con el personaje principal, por eso hay algunos puntos de humor en situaciones en que puede ser medio patético. En el fondo quería que el público también deseara que sí pasaran los días de oscuridad para ver cómo sería que se cumpla esta profecía”, dijo.

Ahí había una segunda lectura que quise trabajar, que tiene que ver con lo difícil que se vuelve, cada vez más, diferenciar entre el espectáculo y realidad. Sin hacer spoilers, pero es un fenómeno que puede suceder en el ámbito religioso o espiritual, más bien, pero también hay otros como el político, que es el más evidente, donde esta incapacidad de la mayoría de poder realmente verificar la información, es imposible y solo te queda creer. Uno termina creyendo lo que más encaja de acuerdo a su visión del mundo porque es lo más fácil, quería hacer un juego de expectativas alrededor de eso y por eso ciertos giros”, enfatizó.