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Manos sobre la UNAM

Cuartoscuro

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La queja de AMLO contra la UNAM, a diferencia de las que señaló a grupos burocráticos o políticos que tienen hegemonía sobre distintas instituciones de educación superior, es de tipo ideológico. Considera que la Universidad Nacional se ha vuelto “neoliberal” y que “perdió su esencia”, ya que no produce los cuadros que se necesitan para la transformación del país (a como él la entiende). Por lo tanto, afirma que necesita una “sacudida”.

El enojo es, en realidad, porque la Universidad no se ha plegado a los deseos presidenciales, no se ha dejado controlar. Y para ello, a López Obrador no le importa mentir: asegura que los maestros no dan clases cuando sí las dan, que desaparecieron materias que no desaparecieron y que desde las distintas facultades no se criticó al modelo de desarrollo cuando sí se ha hecho desde hace décadas y se sigue haciendo.

 

De hecho, la UNAM, en sus facultades e institutos de investigación es el principal instrumento crítico con el que cuenta el país. Asuntos que van de la salud al urbanismo, de la política económica al cuidado del medio ambiente, por dar sólo unos ejemplos, son materia de numerosos análisis y propuestas de parte de los universitarios.

Además, y precisamente porque es un espacio plural, en la Universidad los jóvenes desarrollan su espíritu crítico a partir de la discusión de todo tipo de temas. Esa discusión libre es parte, esa sí, de la esencia de toda institución de educación superior.

Las universidades producen todo tipo de egresados. Revolucionarios y conservadores; unos enfocados al mercado de trabajo y otros decididos a privilegiar su libertad y su creatividad; unos disciplinados y otros rebeldes. Y, al menos en el caso de la UNAM, la gran mayoría dispuestos a servir a la nación en la medida de sus capacidades, con compromiso social.

En otras palabras, sí produce muchos “cuadros y profesionales para servir al pueblo”, sólo que en el entendido de que el pueblo es algo más que la percepción de una sola persona, que cree mágicamente encarnarlo.

Y eso es algo que molesta a quien tiene una concepción posesiva, desde el poder, sobre los derechos e instituciones. Molesta al propósito de querer una sociedad más cerrada (unánime alrededor del líder, si se puede), en vez de una más abierta.

 

De ahí el llamado a la sacudida. AMLO está pensando en los numerosos simpatizantes que todavía tiene en las universidades, en su capacidad de movilización, en las animadversiones que tengan y en los deseos que puedan tener de complacer al líder.

Las implicaciones no son pocas, y no apuntan principalmente a la necesidad de democratizar las universidades (que, si acaso, puede servir como consigna a la que se cambia el contenido), sino a la persecución del pensamiento “neoliberal”, con la salvedad de que en ese calificativo puede caber casi cualquier cosa: basta con que sea crítica del gobierno, o que ofrezca datos diferentes a los que se manejan en la mañanera.

Es parte de una concepción de la educación superior en la que sólo es buena si obedece a una determinada corriente de pensamiento o, yéndonos más lejos, a una sola idea política o a un solo régimen. En donde no hay espacio para el eclecticismo, la diversidad, la crítica y la autocrítica. En cambio, todos alineados y – a la postre- disciplinados a fuerzas.

También, de una concepción política en la que las autonomías deben ser, si acaso, de oropel, de puro nombre. Las autonomías están bien cuando se pliegan; si demuestran cualquier grado de independencia es porque están al servicio de los enemigos del gobierno (que es el equivalente a los enemigos del pueblo). Por ello, hay que escarnecerlas y empequeñecerlas ante la opinión pública.

 

En resumen, el propósito es el de alterar la vida de la UNAM, pero no para generar un debate que haga a la comunidad más participativa en la toma de decisiones, sino presionar para que se mueva hacia una posición ideológica y, en el camino, pierda grados de autonomía real, los más que se puedan. Para que pierda su esencia de universalidad.

Lo que está detrás de la ofensiva contra las universidades públicas del país no es la intención de democratizarlas, sino la de instrumentalizarlas.

Y, por supuesto, en lo último que está pensando López Obrador es en el nivel académico. Su posición es profundamente antiintelectual, como lo ha comprobado ya en demasiadas ocasiones. Para él, las élites educadas son, en primerísimo lugar, élites. No importa si tienen compromiso social, si son fundamentales para el progreso de la nación y para la convivencia civilizada.

Por lo mismo, es crucial que los universitarios se nieguen a que sus diferencias se conviertan en división, a que sus instituciones se debiliten y a que avancen las ideas de desprecio a la ciencia y el conocimiento. Las universidades deben estar en sus manos, no en otras.

 
 

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