Las crisis económicas son momentos de incertidumbre, y los bancos centrales, en su rol de estabilizadores económicos, deben tomar decisiones que afectan a todos. En este contexto, las políticas monetarias no convencionales han emergido como herramientas clave. Aunque pueden sonar complicadas, estas políticas, como la expansión cuantitativa y las tasas de interés negativas, están mucho más cerca de lo que imaginamos y han estado presentes en la historia como en la crisis financiera de 2008 y en la pandemia de COVID-19.
Las políticas monetarias convencionales, como la manipulación de las tasas de interés, han sido la norma durante mucho tiempo. Sin embargo, cuando estos métodos ya no funcionan, los bancos centrales recurren a lo que se denomina “políticas no convencionales”. Entre ellas destacan la expansión cuantitativa (QE) y las tasas de interés negativas. En términos sencillos, la expansión cuantitativa implica que el banco central compre grandes cantidades de activos financieros, como bonos, para aumentar la cantidad de dinero disponible en la economía. Por su parte, las tasas de interés negativas son una medida aún más radical: los bancos deben pagar para guardar su dinero en el banco central, lo que debería incentivarlos a prestar más.
A corto plazo, estas políticas buscan reactivar la economía rápidamente. Con tasas de interés más bajas, tanto consumidores como empresas se sienten más inclinados a pedir préstamos y gastar, lo que inyecta dinero en circulación. Además, la compra masiva de activos financieros por parte de los bancos centrales puede aumentar el valor de esos activos, lo que genera una sensación de bienestar en los mercados y fomenta la inversión.
Durante la crisis financiera de 2008 y la pandemia de COVID-19, los bancos centrales implementaron políticas monetarias no convencionales, como la expansión cuantitativa y tasas de interés bajas, con el objetivo de evitar el colapso económico. Estas medidas permitieron estabilizar los mercados financieros, favoreciendo una rápida recuperación de las economías, aunque generaron inquietudes sobre los efectos a largo plazo en términos de desigualdad económica y sostenibilidad fiscal.
A pesar de haber evitado una recesión más profunda, surgieron nuevos riesgos. La compra masiva de activos por parte de los bancos centrales elevó los precios de los activos financieros, como las acciones y los bienes raíces, lo que podría estar creando burbujas especulativas. Además, al mantener las tasas de interés extremadamente bajas por un tiempo prolongado, se generó un entorno en el que tanto individuos como empresas pudieron endeudarse excesivamente, lo que incrementa el peligro de una crisis de deuda en el futuro si las tasas aumentan abruptamente.
Con todos estos efectos, surge la pregunta: ¿qué pasa ahora? A medida que las economías se recuperan de la crisis provocada por el COVID-19, los bancos centrales deberán decidir cómo empezar a retirar estas medidas de estímulo sin frenar el crecimiento. Este proceso de “normalización” de la política monetaria será clave para asegurar que la recuperación sea sostenible. Si lo hacen demasiado rápido, podrían arriesgarse a crear otra recesión. Si lo hacen demasiado tarde, podrían enfrentar altos niveles de inflación y más desigualdad.
En conclusión, aunque las políticas monetarias no convencionales han sido cruciales para enfrentar las crisis económicas recientes, también conllevan riesgos importantes a largo plazo. El desafío será encontrar un equilibrio entre estimular la economía en tiempos de crisis y evitar efectos negativos que puedan frenar el crecimiento a largo plazo. Comprender estas medidas nos permite entender mejor no solo cómo funciona la economía global, sino cómo las decisiones de los bancos centrales afectan nuestra vida diaria.
@EMILIOMORENOP1