El escenario de un ataque de Estados Unidos a Irán marca un punto de inflexión con profundas ramificaciones en la política global, la economía y los mercados financieros. Más allá de la confrontación directa, este evento cataliza una serie de movimientos en piezas clave del tablero geopolítico, en especial la reacción de potencias como Rusia y China, así como la implicación indirecta sobre la cuestión de Taiwán y los equilibrios en Asia-Pacífico.
Un primer impacto podría ser una sacudida en los mercados energéticos. Irán es uno de los mayores productores de petróleo del mundo; cualquier conflicto en la región del Golfo Pérsico amenaza el flujo a través del Estrecho de Ormuz, por donde transita cerca de un tercio del crudo global. Un ataque estadounidense podría disparar los precios del petróleo y el gas natural, inflando costes energéticos a escala mundial.

El choque militar se traduciría en mayores presiones inflacionarias, afectando principalmente a economías importadoras de energía. El encarecimiento del transporte y la manufactura podría ralentizar la recuperación económica global, especialmente en regiones dependientes de combustibles fósiles.
Simultáneamente, las monedas consideradas de protección y refugio , como el dólar estadounidense, el franco suizo y el oro, probablemente se revalorizarían.
Rusia, que siempre ha sido el aliado tradicional de Irán y actor fundamental en Oriente Medio, vería en la escalada una oportunidad para desafiar la influencia occidental. Moscú podría incrementar su apoyo diplomático y militar a Teherán, fortaleciendo su presencia en la región. Además, el alza del petróleo beneficiaría directamente a la economía rusa, altamente dependiente de la exportación de hidrocarburos.
Seguramente en foros internacionales, Rusia buscaría capitalizar el conflicto para posicionarse como mediador o contrapeso, explotando la fractura entre Occidente y el bloque euroasiático.
Por otro lado China, principal socio comercial de Irán y gran consumidor energético, adoptaría una postura ambivalente. Por un lado, buscaría proteger sus intereses energéticos y sus proyectos de la Nueva Ruta de la Seda. Por otro, evitaría una confrontación abierta con Estados Unidos que pudiera amenazar la estabilidad global y la recuperación de su propia economía.
Es previsible que Pekín condene el uso de la fuerza, llame al diálogo y refuerce sus lazos con Teherán a nivel económico, promoviendo acuerdos para la compra de petróleo iraní fuera de las sanciones occidentales. China podría aprovechar el conflicto para avanzar en la desdolarización del comercio energético y consolidar el yuan como moneda alternativa en la región.
Aunque el conflicto se centra en Oriente Medio, el efecto sobre Taiwán y Asia-Pacífico no debe subestimarse. China podría interpretar el involucramiento estadounidense en Irán como un momento de debilidad estratégica, considerando que los recursos militares y diplomáticos de Washington estarían dispersos.
Esto podría alentar a Beijing a aumentar la presión sobre Taiwán, intensificando ejercicios militares o retórica soberanista, aprovechando la distracción internacional. Sin embargo, un movimiento arriesgado podría también provocar una reacción internacional coordinada y aumentar la volatilidad en los mercados asiáticos.
En paralelo, los aliados de Estados Unidos en la región —Japón, Corea del Sur, Filipinas— podrían reforzar su cooperación, temiendo un vacío de poder que beneficie a China.
El ataque de Estados Unidos a Irán desataría una cadena de reacciones geopolíticas, económicas y financieras de alcance global. Rusia y China, desde sus intereses particulares, buscarían capitalizar la situación, mientras que la estabilidad de Taiwán y Asia-Pacífico se convertiría en una nueva variable de riesgo. Frente a este panorama, los mercados y gobiernos enfrentarían el desafío de navegar un mundo en reconfiguración, donde la incertidumbre y la competencia estratégica marcarán el pulso de la economía internacional.