Desde hace algunos años, provocar el deterioro —y con ello, el posterior colapso— de fincas con valor histórico y artístico en la ciudad de Guadalajara se ha convertido en uno de los mecanismos silenciosos más efectivos para saquear su patrimonio arquitectónico.
Se trata de esas artimañas que se susurran entre profesionales del gremio, pero que poco pesan al momento de arrancarle otra página a la historia de la ciudad. Una de ellas, tristemente célebre, consiste en tapar los bajantes. Esta práctica deliberada provoca encharcamientos que humedecen las cubiertas, y con el paso de los temporales y la ausencia de mantenimiento, terminan por derrumbar las bóvedas… y en algunos casos, incluso los muros.
Pero ahora ha surgido un nuevo primo cercano de esa estrategia: quitarle a una finca antigua sus enjarres. Justo eso fue lo que sucedió con la casa ubicada en Venustiano Carranza #140, en el centro de Guadalajara.
Google Maps, a través de su función Street View, permite recorrer visualmente el pasado urbano de la ciudad hasta el año 2009. Si se revisa la imagen de ese septiembre, puede verse la finca en estado íntegro. Una hermosa casona de estilo ecléctico, con planta baja, alta y mezzanine —una configuración poco común en la vivienda tapatía— que, además, está catalogada en el Plan Parcial vigente como “Monumento Histórico por determinación de ley”. Y, aun así, eso no la salvó del abandono, ni del colapso, ni del olvido.
El deterioro puede rastrearse con precisión en Google Maps, en abril de 2015, el edificio todavía conserva su fachada completa y su lateral sur. Pero en noviembre de 2016, aparece ya con el muro sur al desnudo, sin su enjarre en la mayor parte, como si hubiera sido derribada a la carrera y no terminaron. De ahí en adelante, el desenlace fue predecible: en las imágenes de marzo de 2019, la finca ya muestra signos de desplome. Así comenzó su muerte lenta, sin protestas, sin detenidos, sin consecuencias.
Y hay algo incluso nostálgico en esa primera imagen de 2009: el edificio rebosante de vida, con la silueta borrosa de dos niños colgados en la ventana del mezzanine, sus piernas pequeñas suspendidas en el aire, ajenas al destino de su refugio, como si ya presintieran que algún día solo quedaría de él el recuerdo… y unos muros de adobe vencidos por la lluvia.
Este caso no es una excepción: es una alerta. Es urgente ejercer medidas claras y contundentes contra estas acciones premeditadas. Ignorar lo que está ocurriendo con las edificaciones patrimoniales del centro de Guadalajara es legalizar, por omisión, un crimen contra la memoria colectiva.
Lamentablemente, muchas de estas casas representan un retorno económico tan bajo para sus propietarios, que conservarlas resulta una carga casi imposible de asumir. A ello se suman otras variables igual de corrosivas: la inseguridad, el abandono, los juicios intestados, el miedo al costo que implica preservar.
Mientras las autoridades sigan sin voltear a ver, y mientras no existan apoyos reales, eficaces y suficientes para los propietarios de estos inmuebles, la pérdida será inevitable. Se desvanecerá, ladrillo a ladrillo, una parte irremplazable de nuestras raíces. Y cuando caiga la última bóveda, no podremos decir que fue por accidente. Será, simplemente, porque decidimos dejarla caer.
Fotos: Imágenes de Google Maps.
*María Indira de Alba Guzmán / Arquitecta e investigadora en temas de patrimonio urbano. Actualmente trabaja en procesos de documentación y defensa del patrimonio arquitectónico en Guadalajara junto con el padre Tomás de Híjar