
El estrés puede entenderse desde diferentes perspectivas. Desde el campo de la medicina, el estrés se refiere a la reacción biológica de nuestro cuerpo ante un estímulo que percibe como amenazante o demandante. En estas situaciones el cuerpo responde de manera fisiológica produciendo cortisol y un aumento elevado de adrenalina, afectando el funcionamiento de diferentes órganos, células, y partes del cerebro. Esta respuesta fisiológica genera cambios físicos de manera instantánea, y muchas veces con consecuencias permanentes: aumento de la frecuencia cardíaca, elevación de la presión arterial o incremento del azúcar en la sangre. Sin embargo, ¿Qué tienen que ver estos cambios físicos y biológicos con la sociedad o con el sistema social? ¿Por qué nos interesa saber la conexión y/o la relación causal de esto? Y ante todo, ¿Existe una relación?
Primero me gustaría explorar la relación entre lo biológico y la experiencia. El estrés, como ya mencionamos, responde a diferentes estímulos, situaciones, reacciones, o contextos emocionales o mentales. La relación entre experiencia y cambios fisiológicos está estrechamente relacionada en el cerebro. De hecho, el cerebro tiene memoria emocional propia y registra todos aquellos peligros o situaciones amenazantes que alguna vez experimentaste. Esta parte específica del cerebro es llamado el cerebro límbico o el cerebro emocional. Así, cada vivencia deja una huella emocional que se convierte en una guía para reconocer lo que consideramos “seguro” o “peligroso”. Incluso, el cerebro límbico puede conservar memorias emocionales heredadas o aprendidas dentro de nuestro entorno familiar y social. No solamente el cuerpo se ve afectado por el estrés, sino también el cerebro y las señales que manda para que reacciones de cual o tal forma. Y estas experiencias están enmarcadas por algo mucho más grande: lo social.
Aquí entra el componente del sistema social. Si el cerebro regula qué situaciones te estresan o no, o a cuales deberías responder de tal o cual manera, la sociedad puede magnificar o influir en estos aspectos biológicos y en las reacciones fisiológicas del cuerpo.
Pero… ¿Qué entendemos realmente por “la sociedad”? ¿Qué es este concepto tan complejo al que llamamos “sociedad”? La sociedad es un concepto complejo y multifactorial. Según Émile Durkheim, uno de los más grandes sociólogos clásicos, explica que la sociedad es más que las sumas de sus individuos, la sociedad es “todo aquello que rige la fuerza moral y normativa que trasciende a cada individuo”; esta fuerza moral nos enseña que es lo correcto, que se espera de nosotros, o cómo debemos comportarnos. Pierre Bourdieu, un sociólogo más contemporáneo, indica que la sociedad no solo nos impone normas externas, sino que realmente encarnamos y guardamos o sostenemos reglas o formas de sentir, pensar y movernos en el mundo. De aquí las enfermedades, malestares y estrés social. Encarnamos muchas veces reglas o normas sociales que nos pueden oprimir o hacer un malestar físico y biológico.
Pongamos un ejemplo muy simple: la productividad. La productividad exagerada viene muchas veces de la norma social de la productividad del trabajo, que incluso puede remontar a un esquema de épocas antiguas industriales. En nuestra sociedad de hoy en día, la norma social es cumplir con una productividad que muchas veces no nos deja tiempo para el ocio, los pasatiempos, la familia, el bienestar corporal, energético y físico. Pero como sociedad y como individuos hemos encarnado tan profundamente estas normas sociales, que rara vez las cuestionamos. Normas sociales que podrían producir grandes cantidades de estrés corporal y mental en el ser humano. El desafío está en colocar al ser humano, y no al sistema, en el centro.
Jay Shetty, ex monje y autor de la India, propone una nueva forma para ver la productividad acelerada de un sistema social. Él menciona que estamos acostumbrados a tener un sistema social demandante con largas jornadas de trabajo, y lo que él propone es un esquema de productividad basada en resultados, es decir, sociedades y ambientes de trabajo que no definan su productividad por el tiempo de horas que trabajan (de 9 a 5pm, por ejemplo), sino por los resultados que obtienen, y que a su vez, estos sean medibles en objetivos semanales o mensuales. Esta idea básica, pero a veces poco implementada, me parece sumamente acertada, rechaza la idea de que el sistema social pase por encima de las necesidades individuales. Estamos acostumbrados a que la sociedad dicte muchas veces los ritmos, las frecuencias, los pasos a seguir, los comportamientos, pero rara vez nos preguntamos si es un ritmo adecuado, o incluso, actualizado.
Comencemos a ver nuestra propia productividad como el ejercicio de resultados, no el tiempo fijo a un mandato social. Como este ejemplo sobre la productividad y los mandatos sociales hay muchos otros, donde estos mandatos o normas sociales que encarnamos ya son obsoletas.
Estas ideas pueden generar polémica, pero resultan necesarias para abrir conversación y reflexión. Podemos comenzar a crear sociedades más estables y saludables, e ir cambiando poco a poco aquellas normas encarnadas que ya cumplieron su cometido. Comencemos a crear ritmos más sanos, al menos desde nuestro cuerpo, y reaccionando de manera diferente, para que incluso nuestro cerebro límbico tenga oportunidad de reprogramarse. Considero que conociendo y explorando más sobre el bienestar y salud a nivel social, podemos co-crear nuevas y mejores formas de vivir.