La Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) vive tiempos de introspección forzada. No por convicción institucional, sino por necesidad: los cimientos se mueven. En menos de un lustro, México perdió tres instituciones financieras —CIBanco, Intercam Banco y Vector Casa de Bolsa— y a buena parte del capital humano que sostenía el aparato regulador desde 2019. En paralelo, el regulador intenta convencernos de que los cimientos no tiemblan, que sólo crujen.
Pero hay un hecho incómodo: cuando los técnicos se van, los riesgos se quedan. Entre 2019 y 2023, la CNBV experimentó una salida masiva de cuadros técnicos. Se fueron directores, vicepresidentes, especialistas en regulación prudencial y supervisión bursátil: los mismos que hablaban el lenguaje de Basilea III y de la Ley de Instituciones de Crédito sin necesitar traductor. Las razones formales fueron la “austeridad republicana” y los topes salariales; las reales, la imposibilidad de conciliar la vocación técnica con la obediencia política.

El resultado fue una CNBV más ligera en nómina, pero más frágil en criterio. Porque un regulador no se improvisa: se cultiva, se entrena, se cuida. No hay algoritmo que sustituya la experiencia acumulada de quienes conocen los vericuetos del sistema financiero.
La institución, sin embargo, intentó proyectar normalidad. Se dijo que “las operaciones continuaban con normalidad”. Y sí: las computadoras siguieron encendidas, pero los cerebros detrás de ellas ya no estaban.
CIBanco, Intercam y Vector eran, cada uno a su modo, piezas relevantes del rompecabezas financiero mexicano. Su intervención por parte de la CNBV —bajo presión internacional y en el marco de acusaciones de lavado de dinero— marcó un parteaguas: no porque no existieran irregularidades, sino porque el regulador llegó tarde a su propio examen.
Las sanciones y remociones de administradores fueron comunicadas con el tono de quien actúa por convicción, aunque todo indique que la orden vino desde Washington. El FinCEN (la unidad de inteligencia financiera del Tesoro de EE.UU.) encendió la alarma; la CNBV reaccionó después.
El episodio deja una enseñanza amarga: México no necesita que le digan cuándo investigar. Necesita un regulador que detecte antes de que le adviertan. Pero con menos analistas, menos presupuesto y más cautela política, la supervisión terminó siendo reactiva, no preventiva.
El costo lo pagan tres instituciones intervenidas y un sistema financiero que vuelve a quedar bajo sospecha.
Mientras tanto, se anuncian avances: que si el ciclo de liquidación T+1, que si las nuevas reglas para emisores simplificados, que si las “actualizaciones contables” para mayor flexibilidad. Son reformas necesarias, sin duda. Pero corren el riesgo de convertirse en distractores técnicos: movimiento sin dirección, cambio sin propósito.
El discurso reformista es atractivo: da sensación de dinamismo. Pero cuando el fondo institucional está erosionado, la modernización normativa se vuelve cosmética. El problema no es que la CNBV cambie reglas; es que cambie sin fortalecer a quienes deben aplicarlas.
El país enfrenta una disyuntiva que no se resuelve con comunicados de prensa: ¿podrá reconstruirse la CNBV como un órgano técnico, autónomo y respetado antes de que llegue el nuevo TEMEC y con él una nueva ola de escrutinio financiero?
Porque el TEMEC no sólo trata de autos o maíz: también impone estándares de transparencia, prevención de lavado y supervisión bancaria. Y hoy México no tiene un regulador blindado para esa tarea.
Reconstruir implica volver a atraer talento, pagar lo que vale, devolver la autonomía técnica y resistir la tentación de “regular desde el estómago” —esa forma de decisión impulsiva que convierte la política financiera en reflejo instintivo, no en estrategia.
La CNBV nació para cuidar al sistema financiero mexicano. Hoy, ese sistema mira con inquietud a su propio guardián. La paradoja es evidente: el regulador necesita ser regulado.
No por malicia, sino por omisión. Cuando el conocimiento técnico se desangra y la autoridad se sustituye por obediencia, la regulación se convierte en trámite, y la supervisión, en simple vigilancia pasiva.
En este contexto, la pregunta no es si la CNBV sobrevivirá, sino qué versión de ella lo hará: ¿La que actúa por convicción técnica o la que reacciona por reflejo político?
*Mtro. Luis Alberto Güémez Ortiz / Universidad Panamericana (UP)