Tras regresar de su visita pastoral, el obispo Alcalde emprendió uno de sus más anhelados proyectos, la construcción de un templo a Santa María de Guadalupe. Será ésta una de sus primeras empresas y en parte la más ambiciosa por todo lo que implicaba, pues además de la Iglesia, se contemplaba edificar una escuela, una casa de cuna, casas para sacerdotes y maestros y varias manzanas cuyas fincas se arrendarían a gente pobre a muy bajo precio.Siempre con la incertidumbre de no disponer de mucho tiempo por su avanzada edad y deteriorada salud, el obispo Alcalde no dudó en poner todo su afán para que se lograra con éxito la construcción del santuario a la Virgen Morena, advocación a la que profesaba un ferviente amor, y como prueba, basta recordar que el 12 de diciembre, fecha en que se celebra su milagrosa aparición en el Tepeyac, fue elegido por el obispo Alcalde para dos importantes sucesos: la consagración de la Catedral de Mérida, Yucatán y su entrada a la Ciudad de Guadalajara.Alberto Santoscoy y el propio Luis Pérez Verdía advierten que además de esta motivación piadosa, otra razón que movió al gran benefactor de Guadalajara a realizar semejante obra fue un interés de orden práctico o si se prefiere, urbanístico. Le importaba a Alcalde el crecimiento de la capital neogallega. Veintinueve años antes de su llegada, la composición urbana de Guadalajara era bastante modesta:...había dentro del circuito ciudadano, solo mil quinientas cuarenta y una casas, comprendidas en cuatrocientos catorce “cuarteles o lienzos”, esto es, “cuadras” sin los de los monasterios y templos... (Santoscoy, 1984: 206)En su actuar y deseos, el obispo Alcalde era un hombre de fe y razón. Su fe le demandó construir un templo digno de la imagen de la Virgen de Guadalupe, a la que tanto veneraba, y su razón le indicó la necesidad de proyectar el crecimiento de la ciudad para garantizar su prosperidad y para dotar de fincas a su población más humilde.Por el norte de la capital tapatía, era factible y viable la urbanización proyectada. La presencia de un templo, y más si era uno consagrado a la Guadalupana, anclaría a la población que allí se avecindaría, y para no apostarle todo a la religiosidad, tan propia de la época, dispuso el Obispo que se construyeran las suficientes casas para los habitantes del nuevo barrio tapatío, junto con una escuela y un camposanto.El 7 de enero de 1777, con todo el ritual acostumbrado, el obispo Alcalde colocó la primera piedra dando inicio a la construcción del Santuario, la cual terminó cuatro años después; cuatro años en los que el obispo no sólo financió y supervisó la edificación del templo, sino que también se preocupó por equiparlo y adornarlo, y reservó, además, fuerzas y recursos que canalizó en los proyectos anexos: la casa de cuna, la escuela y las casas.Un detalle que denota las avanzadas ideas del obispo es su reiterado interés en procurar que el culto y las instituciones caritativas, educativas y de salud fueran autofinanciables sin que por ello tuvieran que cobrar o vivir del subsidio gubernamental o eclesiástico; para el “Fraile de la Calavera”, lo ideal era que dispusieran de sus propios bienes o capitales y que de ellos subsistieran, ganando así autonomía económica y libertad, pues al disponer de financiamiento propio, podrían las instituciones o iglesias dedicarse a sus verdaderas funciones sin preocuparse por lucrar o solicitar donativos.Con respecto al Santuario, el obispo fue sumamente previsor, de tal suerte que, ya concluido, dispondría de todos los elementos y recursos para cumplir sus funciones sin carencia alguna. Fue precisamente el 13 de diciembre, es decir, un día después de la celebración de la Virgen Morena, cuando el obispo le hizo al todavía no concluido Santuario una serie de donaciones en fincas, capitales y adornos.En lo referente a fincas, donó varias casas contiguas al templo: tres de ellas, de buen tamaño, para los encargados del Santuario, es decir, una para el cura, otra para el capellán y una última para el sacristán. Las demás, un total de once casas y ocho accesorias, situadas entre las fincas parroquiales y el frontispicio del Santuario, las otorgó para que fueran puestas en renta; lo obtenido de su arrendamiento se emplearía, de principio, para pagar parte de la construcción, concluida ésta, lo recaudado serviría para costear necesidades del Santuario.
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